Abc
La izquierda será más vividora, pero la que de veras hace vivir es la derecha.
Casi 84 años, según las últimas estadísticas, es la esperanza en Madrid, ciudad de derechas de toda la vida.
A eso no se llega en ningún otro sitio de España.
Yo lo achaco al odio provincial a Madrid.
En provincias, a Madrid se la odia, de niño, por la educación autonómica, y de mayor, por los buenos toros (Victorino Martín), el buen fútbol (Cristiano Ronaldo) y los buenos paseos (salimos a manifestación por habitante y día).
Es verdad que ahora nos quieren cambiar la única ley que ha funcionado bien en España desde nuestros tatarabuelos, la Ley Hipotecaria, sólo porque no le viene bien a la señora Colau, Manuela Malasaña de la tardoposmodernidad, manera ingenua de decir que somos muy modernos.
Modernidad es cambiar.
Nuestra República más culta cambió la calle Mayor por la calle de Mateo Morral, aquel paisano de Finito de Córdoba que mató a una treintena de personas con un ramo de flores desde el balcón de Casa Ciriaco, atentado que los concejales Iglesias y Largo Caballero se negaron a condenar.
La modernidad, y esto lo estudió mucho Octavio Paz, tiene un hijo rebelde: el romanticismo.
San Valentín y Arco a la vez.
Mis amigos rebeldes con novia acudieron ayer a Arco en busca de alguna ganga-menina de Manolo Valdés, que en la industria plástica es un Neruda, que fue, en definición de Ruano, el Sepu de la poesía.
–Puedo escribir los versos más tristes esta noche…
Yo no fui a Arco por si andaba Tomás Gómez en plan predicador de “Deadwood” para arruinarnos el San Valentín con la amenaza de que Eurovegas traerá mujeres de vida alegre que nos quitarán a las novias y sus colgantitos de Manolo Valdés. Que Gómez, siendo teatrero, nunca leyó al cura Martín Descalzo, autor de “Las prostitutas os precederán en el Reino de los Cielos”.
Ni a Martín Descalzo ni a García Calvo:
–Y ése es mi anhelo, / que por algo se dice: / De Madrid, al cielo.