sábado, 16 de febrero de 2013

Olivenza

Cabras, ovellas e coellos

José Ramón Márquez

Ahora toca Olivenza. Olivenza es un Festival, un invento para llevar el turismo a la localidad y para que se mueva la hostelería. Punto. El efecto Olivenza vive de llevar a las ‘figuras’ a su coquetona Plaza para que las señoras quieran ir y arrastrar a sus esposos, pues en general el cartel -y eso lo sabe bien Maximino- debe ser concebido más pensando en las damas que en los caballeros.

No digo que no haya aficionadas de pro que estén a la caza del toro de casta, de sentido y de poder lo mismo que el que firma este billete, pero reconozcamos que ni con ellas ni con el que suscribe parece que sería posible que se pudiesen sostener montajes como los de Olivenza o Brihuega, en los que la corrida de toros -llamémosle así para entendernos- es simplemente  la excusa para otra cosa.

En realidad de lo que trata el montaje de Olivenza es de poner a las llamadas figuras, especialmente a las que salen en el cuché o en el programa de TVE1 que presenta la rubia de los mohínes, en un ambiente nada hostil, muy festivo, arropados por la cómoda presencia de sus ganaderías fetiche, ganaderías nada hostiles y muy festivas, y que eso propicie que los restaurantes y las plazas hoteleras de la localidad se llenen con los visitantes que van a pasarlo tan ricamente, estando cerca de sus ídolos en un ambiente de fiesta y de buen rollito.

Eso de Olivenza es, simplemente, otra parte del negocio taurino. Si nos pusiésemos a pedir toros de respeto en Olivenza, nos cargaríamos el invento, porque la cosa allí no va del enaltecimiento del toro, sino del torero que no quiere líos. Con Fandiño, Robleño, Urdiales, Castaño, Miura, Victorino, Conde de la Maza o Moreno Silva, es más que seguro que el principal fin de la convocatoria no se cumpliría. Por más que allí nos iríamos unos cuantos levitando, como el que va a Lourdes en peregrinación.

Como es natural, no hay ningún problema en que Olivenza ponga en marcha su Festival Taurino con los diestros vestidos de luces en collera con los toros que se acomodan mejor a los mohínes y posturas que tanto gustan a algunos; el verdadero problema es cuando pretenden aplicar el concepto oliventino a las Ferias de verdad y pretenden construir la base de abonos serios sobre el cimiento de esas birriosas ganaderías festivaleras. Victoriano del Río, Cuvillo o Garcigrande van pintiparados para el amable Festival de Olivenza, y por esa misma razón esos animalejos nunca deberían hollar la negra arena de Bilbao, el amarillo albero sevillano, ni la blancuzca tierra de Las Ventas. A cada sitio, su cosa.