Cortés
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Bueno, pues ya sabemos para qué sirve el latín: para poder llamar egabrenses a los naturales de Cabra (cuna del ministro franquista que lo quitó del Bachiller al grito de más fútbol y menos latín) y para poder dar la primicia de la primera renuncia del Papa, que habla en latín, en un montón de siglos, como ha sido el caso de la reportera Giovanna Chirri de la agencia Ansa.
Todos mis compañeros de Instituto en Burgos fueron unos linces del latín, pero ninguno se dedicó al periodismo, y por lo tanto, ninguno ha llegado a académico.
En la Academia, que ayer cumplió tres siglos, ya nadie sabe latín: se conforman para parecer cultos con escribir “dios” (con minúscula) y con decir “almóndiga”, resolviendo las discusiones lingüísticas como el sargento de la guardia civil que hacía el atestado de un accidente. “Escriba: cabeza en el arcén”. “¿Arcén con hache o sin hache, mi sargento?” Patada del sargento a la cabeza y corrección: “Cabeza en el campo”.
El relativismo cultural ha despejado el camino al gamberrismo político.
Aquí ya no triunfa la que mejor latín habla (un suponer, Beatriz Galindo, la Latina, preceptora de la Reina Católica y con un barrio en Madrid), sino la que más grita: otro suponer, Ada Colau, estilo de mujer que hizo posible la conquista de América.
Cuando, al hablar de la conquista americana, pensamos en la placa que cuelga en la puerta de la Marina en Madrid con la leyenda “No lo hicieron solos”, suponemos que quieren decir que Cortés escogió enfrentarse a los aztecas en América antes que a su esposa en España, dado que para él resultaba más dulce la obsidiana de Moctezuma que el rodillo de doña Catalina Suárez Marcaida.
Si Cortés, que además de conquistar México tuvo tiempo de escribir (según el último Duverger) el Quijote verdadero (“La historia verdadera de la conquista de la Nueva España”), sucumbió ante la Marcaida, ¿cómo no van a sucumbir ante la Colau los señores Rajoy y Rubalcaba?