Paulino Uzcudun
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Lo peor estará por venir, pero en mi acera han abierto otro gimnasio.
En menos de cien metros, los tres gimnasios más modernos de la capital.
Esto confirma mi idea de que hacer ejercicio es una cosa de pobres. El gobierno lo sabe y, de hecho, su único programa de gobierno es ponernos a hacer gimnasia o a marcar el paso.
Marcar el paso es el único fundamento de ese runrún de embargos mediáticos desatado por Montoro el publicano.
–¿Algo que declarar?
–Sí. Dos meses de “spinning” y quince días de “aerotraining”.
Tengo dos compañeros (“y sin embargo amigos”, que diría Alfonso Sánchez), David Gistau y Jorge Bustos, que alternan como si tal cosa la escritura en los periódicos con el boxeo en los gimnasios. Jero García es su Monsieur Anastasie, el primer maestro de Paulino Uzudun, que le enseñó en París los tres golpes fundamentales del boxeo, directo, gancho y “crochet”, que le quitaron sus tres aficiones: la iglesia, el frontón y el hacha.
–Lo principal de un boxeador es tener mucho de aquí –dijo Uzcudun a Ruano, señalándose el corazón– y encajar los golpes.
Uzcudun suponía que la inmortalidad estaba en la escritura, no en el boxeo.
–Pocas cosas son verdad en la vida. ¡Si yo supiera escribir!
Ni que decir tiene que a Uzucudun nunca le dieron el carné de Prensa. A Ruano, tampoco, y su reacción fue imperecederamente recogida por Manuel Alcántara: “Me piden que pruebe no sé qué cosas. Para ellos la perra gorda. No daré un paso… Periodistas mediocres, matalones, caciques de vía estrecha, cortan el bacalao. ¡Que lo corten! Uno no come bacalao, sino salmón; esto es lo que, en el fondo, les irrita”.
A un Caballero, sin embargo, acaban de darle el Cervantes, pero esto ya no tiene que ver con la gimnasia, sino con la magnesia.