Estoy intentando pintar, por esto no escribo. Expondré en junio en Suiza, en Basilea, y me gustaría que los cuadros que haya en la exposición representen sin ninguna duda lo que yo entiendo por pintura. La dificultad estriba en que si pienso sobre lo que yo creo que es la pintura no sé lo que es; ahora bien, si no lo pienso, lo sé. Por eso escribir (luego pensar) me sienta fatal para pintar.
Esto nos ocurre muy a menudo a los humanos. Sabemos muchísimas más cosas de las que comprendemos. Y al contrario: muchas de las ideas que creemos haber comprendido no las sabemos. Uso con toda intención las palabras creer y comprender. Es, precísamente, en el significado de estas dos palabras donde reside el meollo de la cuestión. Frecuentemente se usan en nuestro lenguaje casi como sinónimos, y esto nos hace confundirnos muy a menudo. Esta última afirmación es bastante irreverente con la cartesiana fe en la ciencia y la razón. También lo es con el pensamiento único de la tecnología y la rentabilidad y con la fe en lo demostrable (y por lo tanto reducible, simplificable) a palabras o números. Sin embargo, todos sabemos que el silencio es mucho más elocuente que la palabreria. Palabreria que tan a menudo se usa para convencernos desde el púlpito de la razón de cualesquiera cosa que nos haga avergonzarnos de nuestras atávicas creencias para asumir sin prevención el dogma de lo nuevo, de lo recién hecho, de lo recién demostrado.
Esta ideología, o más bien creencia, está detrás de la vergüenza que sintieron nuestros padres por su origen pueblerino y paleto al llegar a la ciudad en masa allá por los años sesenta. Esta ideología es la que hizo que se burlaran de sus orígenes riendo a mandíbula batiente mientras se veían la amplísima filmografía española con paletos como protagonistas de la época. Esta ideología, este complejo de inferioridad, está latente en la fe en lo nuevo. Son los paletos, los recién llegados a la ciudad, los que construyen la vanguardia para hacerse un sitio en la urbe. Son, como los conversos, los más creyentes. Nuestro universal director de cine manchego sería un claro ejemplo de lo que intento explicar. Aunque ahora vuelva a exortizar y reivindicar su origen con sus últimas películas fueron las trasgresoras primeras cintas las que le hicieron un hueco en el mundo, las que lo hicieron visible.
La fe en el progreso, aunque éste esté matando la naturaleza toda, es decir todo lo que no es él, es indiscutible. El progreso se comporta tal y como hacen todas las plagas y todos los cánceres. El progreso debe crecer ilimitadamente, aunque esto sea imposible; ésa es la paradoja Ahora los progresistas se han inventado la tontería del crecimiento sostenible. Lo hacen porque no se atreven a hablar de recortes y de restricciones a todos los niveles, incluido el más grave: el demográfico. Por todo esto, y ahí es donde iba: ser moderno ahora, no es lo mismo que serlo en los años veinte. Ser moderno ahora es ser cómplice del asesinato.
Por otra parte, en el saber y el comprender reside el origen de la supuesta supremacía del ser humano sobre el resto de los animales. Los primatólogos (los que estudian el comportamiento social de los primates) nos dicen que la única diferencia entre los monos y nosotros es el lenguaje reducible a palabras que albergan conceptos. Aún así dicen reconocer entre los chimpancés un protolenguaje, ya que pueden diferenciar entre cientos de conceptos albergados en otros tantos chillidos distintos. Y yo les digo: ¿un sonido que alberga un concepto no es, por definición, una palabra? Viene a ser como si un observador que no hablase chino dedujese que los orientales no son humanos porque se comunican por medio de sonidos ininteligibles.
Pero ya me callo, que estoy pensando demasiado y no me sienta bien. En resumen: que estoy intentando “pensar” como un mono para ser tan buen pintor como Picasso.
¿Por cierto...? ¿Nadie ha estudiado la similitud morfológica entre Picasso y un simio?
¿Ni su gusto por hacer gansadas ante sus invitados como un titi de circo...? ¿Ni su especial relación con los animales...?
Adiós, que me voy por los cerros de Úbeda de la especulación...
Esto nos ocurre muy a menudo a los humanos. Sabemos muchísimas más cosas de las que comprendemos. Y al contrario: muchas de las ideas que creemos haber comprendido no las sabemos. Uso con toda intención las palabras creer y comprender. Es, precísamente, en el significado de estas dos palabras donde reside el meollo de la cuestión. Frecuentemente se usan en nuestro lenguaje casi como sinónimos, y esto nos hace confundirnos muy a menudo. Esta última afirmación es bastante irreverente con la cartesiana fe en la ciencia y la razón. También lo es con el pensamiento único de la tecnología y la rentabilidad y con la fe en lo demostrable (y por lo tanto reducible, simplificable) a palabras o números. Sin embargo, todos sabemos que el silencio es mucho más elocuente que la palabreria. Palabreria que tan a menudo se usa para convencernos desde el púlpito de la razón de cualesquiera cosa que nos haga avergonzarnos de nuestras atávicas creencias para asumir sin prevención el dogma de lo nuevo, de lo recién hecho, de lo recién demostrado.
Esta ideología, o más bien creencia, está detrás de la vergüenza que sintieron nuestros padres por su origen pueblerino y paleto al llegar a la ciudad en masa allá por los años sesenta. Esta ideología es la que hizo que se burlaran de sus orígenes riendo a mandíbula batiente mientras se veían la amplísima filmografía española con paletos como protagonistas de la época. Esta ideología, este complejo de inferioridad, está latente en la fe en lo nuevo. Son los paletos, los recién llegados a la ciudad, los que construyen la vanguardia para hacerse un sitio en la urbe. Son, como los conversos, los más creyentes. Nuestro universal director de cine manchego sería un claro ejemplo de lo que intento explicar. Aunque ahora vuelva a exortizar y reivindicar su origen con sus últimas películas fueron las trasgresoras primeras cintas las que le hicieron un hueco en el mundo, las que lo hicieron visible.
La fe en el progreso, aunque éste esté matando la naturaleza toda, es decir todo lo que no es él, es indiscutible. El progreso se comporta tal y como hacen todas las plagas y todos los cánceres. El progreso debe crecer ilimitadamente, aunque esto sea imposible; ésa es la paradoja Ahora los progresistas se han inventado la tontería del crecimiento sostenible. Lo hacen porque no se atreven a hablar de recortes y de restricciones a todos los niveles, incluido el más grave: el demográfico. Por todo esto, y ahí es donde iba: ser moderno ahora, no es lo mismo que serlo en los años veinte. Ser moderno ahora es ser cómplice del asesinato.
Por otra parte, en el saber y el comprender reside el origen de la supuesta supremacía del ser humano sobre el resto de los animales. Los primatólogos (los que estudian el comportamiento social de los primates) nos dicen que la única diferencia entre los monos y nosotros es el lenguaje reducible a palabras que albergan conceptos. Aún así dicen reconocer entre los chimpancés un protolenguaje, ya que pueden diferenciar entre cientos de conceptos albergados en otros tantos chillidos distintos. Y yo les digo: ¿un sonido que alberga un concepto no es, por definición, una palabra? Viene a ser como si un observador que no hablase chino dedujese que los orientales no son humanos porque se comunican por medio de sonidos ininteligibles.
Pero ya me callo, que estoy pensando demasiado y no me sienta bien. En resumen: que estoy intentando “pensar” como un mono para ser tan buen pintor como Picasso.
¿Por cierto...? ¿Nadie ha estudiado la similitud morfológica entre Picasso y un simio?
¿Ni su gusto por hacer gansadas ante sus invitados como un titi de circo...? ¿Ni su especial relación con los animales...?
Adiós, que me voy por los cerros de Úbeda de la especulación...