jueves, 4 de junio de 2020

Racismo





Francisco Javier Gómez Izquierdo

         Seguro que estoy equivocado, pero vivir más de treinta años entre todo tipo de delincuentes creo que da muy distinta perspectiva ante los múltiples y a veces extravagantes conflictos sociales que la que tienen y entienden los encargados de explicarlos. Del antirracismo de estos días, por ejemplo, me entristece el convencimiento absoluto de la gran mayoría de los que se tienen por buenas personas para pontificar sin el mínimo temor a pecar de necios de que un señor de derechas es seguro racista, que racista sólo puede serlo el hombre blanco, que los policías americanos disfrutan matando negros... y del hilo de la madeja de semejante simplonería brotan criaturas que entienden perfectamente el saqueo y los muertos ejecutados por personas negras que muestran su indignación en algaradas dícese que reivindicativas.
         
Un policía en Minnesota ha asesinado a un señor empujado por su ardor guerrero, con un rigor innecesario y puede que por odio a la raza negra. Simplifiquemos, un policía americano racista ha asesinado a un negro. Admítanse vesánicas condiciones al indeseable policía. Júzguese y condénese conforme dicen las leyes, pero ¿por qué tienen que pagar los dependientes y propietarios de las tiendas de zapatillas, televisores, ordenadores, móviles... la muerte del desgraciado George Floyd? ¿Y qué tiene que ver París o Zaragoza con el maldito policía de Minnesota?
     
 Durante veinte años de responsable de los “colomatos talegueros” he tenido en nómina a representantes de casi todas las razas del mundo. Con todos he tenido excelente relación y de todos he aprendido algo. La lección de racismo más exacerbado la recibí antes de mis tareas de Economato y me la dio a finales de los 90 Emmanuel T. , un nigeriano que repartía las bolsas de basura y la lejía por las dependencias de la cárcel vieja de Córdoba. Al Celular llegó otro nigeriano desde el módulo de ingresos y como Emmanuel vivía sólo en una celda para dos creí acertado y lógico enviar al nuevo como compañero por paisano. A los escasos 20 minutos de “chapados” -esperábamos el relevo de la tarde-, fuertes golpes en la puerta de la celda, recuerdo que era la primera del primer piso, nos llevaron hasta la misma. Al abrirla E.T., con el rostro descompuesto y los ojos como focos del Bernabéu señaló hacia al suelo el cuerpo de un hombre destrozado con gritos de “ibo, ibo, ibo..”. De milagro salvamos la vida de “ibo” que luego supimos era una raza, Igbo, y no un nombre. Me impresionó aquello. No he acabado de asimilar aún  la brutalidad que dominó a E.T. cuando descubrió que su compañero de celda era Igbo. “Los ibos, guaaaaag”, y se pasaba la palma de la mano por el cuello cuando, más tranquilo, le preguntamos por su barbaridad. Otro comportamiento racista que me impactó fue la película Hotel Ruanda donde un tutsi con machete buscaba cucarachas hutus. Comprendí el tinglado del racismo, que lo hay y es despreciable y por supuesto perseguible, cuando Clément, un boxeador ugandés con carrera al que aprecié por su nobleza, me dijo sonriendo: “..entiéndanos, jefe. Los africanos sabemos que los europeos se descomponen y asustan si los acusamos o insinuamos que son racistas en una oficina que se tramitan ayudas... entiéndanos”.

El último episodio incómodo de mi vida penitenciaria vino a cuenta de un gigante de Burkina Fasso que se negó a compartir chabolo porque le habían dicho en la ONG que tenía derecho a estar solo en una celda. “Coja sus cosas y suba inmediatamente”. El gigante se lanzó contra los dos funcionarios que le habían recibido en el módulo y en los walkis se oyó  “del módulo 6 para el jefe de servicios” que es el SOS penitenciario. El toque de alarma que moviliza compañeros. Majid, un marroquí que llevaba por entonces el economato del Módulo lo vino a contar al almacén: “No vea usted qué bicharraco. Es como Fabrizio el tío”. Fabrizio, un Guineano que mató a un colombiano a las 8,30 de la mañana porque lo miró mal, y a su novia, “por puta”. Comportamientos, los de Fabrizio, que no movilizaron conciencias en España como las que ha movilizado el “madero” de Minnesota.
     
Yo creo que los crímenes son crímenes, háganlos blancos, negros o coloraos... ¡Ah! por si alguien sabe contestar: ¿Quién mata más negros en América, los blancos o los negros? Y eso de que los de derechas son fascistas y racistas ¿va a darse ya por entendido per secula seculorum?