Lassalle, casado con una diputada catalana,
celebra la hispanidad con un permiso de lactancia
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
A José Gómez Romero, Dyango, ese arrendajo de la pastorela provenzal, el 12 de octubre le sugiere que seguir en España “es de gilipollas”, idea que ha movido a Iniesta, el tigre de Fuentealbilla, a no dejarse llamar español así, por las buenas, en Barcelona, no sea que le digan gilipollas, y aquí sí que echa uno de menos a “Damaso” (Dámaso González), domeñando a base de valor albaceteño a un galafate de Alonso Moreno aquerenciado en chiqueros.
–La tortilla –nos dejó dicho Cela– es tan grande como la palabra gilipollas, que nació en Madrid y es universal.
Pero ni Dyango ni Iniesta tienen leído a Cela.
Cuando Rubén Darío vino a España a contar lo del 98, vio a unos políticos de vuelo de corral que agotaban sus energías “en chicanas interiores”, y resumió:
–No se sabe lo que puede venir.
Y lo que vino fue que Dyango e Iniesta no quieren ser gilipollas.
En el “Relato prologal” a “Esencia y hermosura”, de María Zambrano, recoge Ullán el cuento que en un viaje por Polonia les hizo el pintor mexicano Juan Soriano durante el desayuno. Vivía su familia en Guadalajara y un día Juan le presentó a su madre a una amiga, hija de exiliados:
–Se llama Paloma y es catalana.
La madre no pudo contenerse:
–¡Qué lástima! Tan joven, y ya catalana…
Y es que a México, se decía, llegaron sólo tres grandes españoles: Hernán Cortés, Manolete y Lola Flores.
Dyango también llegó bastante, pero por causa de sus pastorelas se echó fama de sentimental, y la sentimentalidad es patrimonio de Cataluña.
–Cataluña es un pueblo esencialmente sentimental, un pueblo impregnado de un sedimento poético… –alcanzó a decir en sede parlamentaria José Antonio Primo de Rivera.
Estaba anticipando en varias décadas una explicación psicológica a la discografía de Dyango y al “fúpbol” de Iniesta.
La buena nueva es que el secretario de Cultura, Lassalle, casado con Meritxell, diputada catalana, celebra la hispanidad con un permiso de lactancia.