sábado, 8 de enero de 2011

Mourinho y la crítica de la razón arrogante

La rampante mesocracia ibérica


Jorge Bustos

Si, como decía Ortega, pedante es la acusación que la mente inferior suele dirigir a la que reconoce superior, arrogante es el mantra tontorrón con el que la rampante mesocracia ibérica se está cebando con José Mourinho, a quien ni la parva sofisticación intelectual del periodismo deportivo, ni la vulgaridad de los entrenadores que pierden, ni el torvo jacobinismo de las gradas rivales perdonan que Mou sea todo lo que a ellos les hubiera gustado ser. Pero Mou, a aquellos que en Valencia le deseaban que se muriera, sólo les ha contestado: "Es una cuestión de educación, nada más. Si yo veo a mi hijo hacer eso, simplemente no vuelve a entrar en un estadio. Si lo hace un amigo mío, se lo critico cara a cara. Yo no puedo impedir que la gente haga lo que le dé la gana". Y ese es el problema, claro: que si la nada nadea, como dijo Heidegger, la chusma no puede sino chusmear. Al otro Heidegger en cambio, el nacido en Sampedor, que vende hipotecas del Sabadell con eslóganes de anuncio de compresas, ninguno de los tres colectivos antecitados se le acerca con las narices suficientemente desocupadas de gregarismo como para advertir que sus orines retóricos no huelen, efectivamente, a Eau de Rochas.

Que las masas dictan el canon ético e intelectual en la democracia posmoderna no constituye, a estas alturas, noticia alguna. Que es un rasero bajuno, peleado con cualquier chispa de excelencia individual, tampoco. Lo preocupante es que la crítica de la razón arrogante que la España acomplejada ha orquestado contra Mou esté persuadiendo al propio Florentino y a su divulgador de cultura, Jorge Valdano, ambos al parecer muy preocupados por una cosa que se llama “la imagen del madridismo”, cuando uno creía que la única imagen que debe proyectar el Real Madrid es la de los centauros hematófagos de Cortés que poblaban de pesadillas los duermevelas de los hijos de Moctezuma, por ejemplo. Así que Mou tendrá que emigrar más pronto que tarde de un país que no tolera el éxito sin disculparse a cada rato por merecerlo. Y, entonces sí, amanecerá la hegemonía del pis perfumado y las declaraciones anodinas en un mundo aceitado y obsequioso, que se diría todo de algodón, que no tiene hueso.