sábado, 8 de enero de 2011

La Academia se cisca en el idioma


José Ramón Márquez

Mi querida amiga A. me envía esta nota desolada:

“Este correo es para comunicarte que, en 2011, acabo de abandonar una de mis aficiones: la gramática y la ortografía.

La RAE sigue admitiendo barbaridades. Acabo de enterarme de dos más:

murciégalo (murciélago) y toballa (toalla).
Ya fue una locura la aprobación en su día de "almóndiga" y de "en olor de multitudes".

¿Para cuándo "malacatones" y "flagoneta"?

Esto no es enriquecer un idioma; es tirarlo por el desagüe”

La pobre A. no se da cuenta del ímprobo esfuerzo que está haciendo el director de la Academia, Don Concha –nombre impronunciable en Argentina- para acercar el lenguaje al pueblo, su auténtico dueño; que si nos ponemos exquisitos y venga a poner dificultades, todo el mundo se echará en brazos de las diversas lenguas del Estado (aranés, gallego, caló, vasco, valenciano, bable, andaluz, eonaviego, catalán, pajúo, canario, murciano, cántabro, fala de Jálama, habla de la Tierra de Aliste, mozárabe, berciano, habla de Lena, aragonés, judeo-español y todos los que me faltan) huyendo del pobre español, abandonándole a su suerte en manos de esos quinientos millones de personas que hay al otro lado del océano, que yo creo que ni castellano ni español, que a este idioma habría que llamarle americano.

Por eso es que Don Concha y sus compinches hace ya tiempo que decidieron, con el apoyo firme de la Editorial Santillana y el impulso del inteligente y desinteresado académico Janli Cebrián, abrir el idioma a la calle, cosa democrática donde las haya, que creo que están pensando hasta en cambiar el famoso lema de la Academia por otro más acorde a los nuevos tiempos, que rezará ‘Si no puedes con ellos, únete’, que ya se nota cómo va calando entre los académicos esta incipiente orientación.

Tal y como ya se señaló en estos Salmonetes…[click], la antiguamente llamada Docta Casa tolera que haya fijado a su verja un cartel municipal que anuncia el nombre de la calle a la que el edificio de la Española abre su puerta principal y que contiene dos faltas de ortografía. Si ninguno de los inmortales ni de las inmortalas, la famosa ‘tropa’ de Romanones que habita aquel caserón, ha reparado en tal minucia ni ha tenido la ocasión de decirle al alcalde de Madrid en algún sarao que, como mínima deferencia hacia la institución, tenga a bien ordenar la sustitución de ese cartel por otro sin faltas ortográficas, pues cómo vamos a pensar que les puede importar a los académicos y a las académicas la ‘toballa’ o el ‘murciégalo’ de A. Y ya puestos, ¿por qué no también la ‘arradio’, la ‘indición’, la ‘abería’, el ‘suicidio’ (por subsidio), el color ‘amarrón’, el ‘güiji’, ya que lo de güisqui no funcionó, la ‘pinícula’ o la parte de ‘alante’?
Como se ve el campo es amplísimo y las posibilidades de dejar el idioma hecho unos zorros son infinitas. Es por eso que desde aquí animamos a la fecunda tropilla a que no cejen en el empeño, y a que no desfallezcan, que esto está chupao.

Ésta es la lista de los tronquis de la lengua, a quienes les compete tan ardua tarea: Martín de Riquer, Carlos Bousoño, Manuel Seco, Valentín García Yebra, Pere Gimferrer, Gregorio Salvador, Francisco Rico, Antonio Mingote, José Luis Pinillos, Francisco Nieva, Francisco Rodríguez Adrados, José Luis Sampedro, Víctor García de la Concha ‘Don Concha’, Eduardo García de Enterría, Emilio Lledó, Luis Goytisolo, Mario Vargas Llosa, Eliseo Álvarez-Arenas Pacheco, Antonio Muñoz Molina, Janli Cebrián, Ignacio Bosque, Ana María Matute, Luis María Ansón, Luis Mateo Díez, Guillermo Rojo, José Antonio Pascual, Carmen Iglesias, Luis Ángel Rojo, Margarita Salas, Arturo Pérez-Reverte, José Manuel Sánchez Ron, Álvaro Pombo, Antonio Fernández Alba, Francisco Brines, José Manuel Blecua Perdices, Pedro García Barreno, Salvador Gutiérrez Ordóñez, Javier Marías, Darío Villanueva, José Luis Borau, José María Merino, Inés Fernández-Ordóñez y Soledad Puértolas.