sábado, 1 de junio de 2019

Márquez & Moore. San Isidro'19. Un aldiblanco de Alcurrucén más los adornos de Ureña, al que Madrid ha hecho su consentido


Crónica de José Ramón Márquez
Fotos de Andrew Moore

Embiste de menos a más, humilla mucho, coloca bien la cara,
 tiene transmisión, mucha codicia y un gran recorrido
José Luis Lozano


 se llama berrenda en negro a la capa en la que hay
 alternancia de manchas blancas y negras, como las vacas frisonas,
 mientras que si se trata de una mancha blanca grande en
 la parte inferior del cuerpo que sube por los ijares y afecta
 a parte de ambos costillares, entonces se dice que
 el toro es aldiblanco, como era Cumbrero,
 que la cosa nos llamó la atención, más que nada,
 porque la capa berrenda es rarísima en lo de Núñez

La fe de Abraham


José Ramón Márquez

Bueno, pues ya se ha pasado la cosa del triduo de Albaserrada y la esperada venida de Roca de Lima y ahora las aguas se serenarán un poco, que hoy han programado la de Alcurrucén para que la cosa no sea tan brusca y a la vuelta de la esquina, mañana mismo, ahí nos tienen emboscados a los seis mentecatos de Zalduendo, por si alguno se creía que todo el monte era orégano. Antes de entrar en la harina de lo de hoy, conviene hacer un estrambote sobre lo de ayer, sobre esas feroces gentes increpando no se sabe bien a quién a causa de la indeseada cogida de Manuel Escribano, que nos transportaron directamente a aquel remoto día de 1983 en que Bojilla se echó al ruedo vestido de calle a increpar con su “j’accuse” a todo el tendido 7 de tener arte y parte en la tremenda cogida que le propinó a Curro Vázquez el toro Vibón, número 8,  de José Joaquín Moreno Silva, como si alguno de aquellos, con su entrada en la mano, hubiese podido evitar la cogida. Y ayer, lo mismo. Buscar una relación de causa y efecto en que se manifieste el descontento por parte de los espectadores a gritos y que un torero sea atropellado o herido por el toro es dejar en muy mal lugar la profesionalidad y el oficio del torero, como si él fuese un simple pelele que está ahí abajo a la merced de las innumerables volubilidades, gritos o silbos de los que contemplan su labor. A ese ascua muchos arriman su sardina desde los púlpitos de agitación y propaganda (antes prensa y radio) anegados en sus obligaciones nada inocentes para con los actuantes y sus circunstancias, más que con la audiencia que aún tiene tragaderas como para soportar sus publirreportajes. Hoy el sexto de la tarde se llevó por delante, de manera espectacular y sin consecuencias adversas, a Víctor Manuel Martínez con la Plaza en estado de perfecto sopor.  ¿A quién hay que culpar de eso, entonces? ¿A la grada del 6, otra vez? ¿A los del 7 de cuando lo de Bojilla? ¿No serán las cogidas culpa de los toreros? Joseph Delgado Hillo escribe su Tauromaquia, o se la dice a don José de la Tixera, y advierte de que “el principal conato del torero debe ser burlar al toro” y ni él (que murió en las astas del toro Barbudo) ni Montes en la suya hacen referencia a las graves consecuencias que, para la salud de los toreadores, puedan tener las voces de los espectadores. Y lo mismo pasa con el resto de los que se han dedicado a la preceptiva taurina hasta que aparecieron estos listos de nuestros días.

Como se dijo al principio de la anterior perorata el ganado de esta tarde llevaba en el morrillo las cintas azul celeste y negra y en la nalga derecha, herrada a fuego, la marca de la ganadería de Alcurrucén, propiedad de los señores Hermanos Lozano. Es esta la primera de las dos corridas de este hierro que hay programadas en esta Feria de San Isidro 2019; la otra se celebrará (Dm) de hoy en siete días. A estas alturas nadie puede poner en tela de juicio la capacidad de los Lozano como ganaderos, pues han ofrecido a lo largo de los años una más que notable continuidad en la calidad del ganado de procedencia Carlos Núñez que han traído a Las Ventas. Se puede decir, pues, que tienen la ganadería en la mano y que con ellos las sorpresas son más bien escasas. No es la clásica ganadería torista-romántica-minoritaria, pero es indudablemente un valor seguro que no suele faltar en las ferias. Los Hermanos Lozano han logrado equilibrar bien su selección y donde otros han fracasado con este ganado cayendo en un abismo de mansedumbre o subiéndose a un tobogán de genio y mansedumbre, ellos han conseguido mantener con difícil regularidad las características particulares de lo de Núñez, por lo que pueden echar ganado de condición repetidora y noble junto a otros que desarrollan más sentido y crean más incertidumbres a los de oro. Hoy, como la corrida no se iba desarrollando por el lado del festín del interés que nos hubiese gustado, echamos cuentas a costa de la capa del tercero, Cumbrero, número 146, al que el programa denominaba “berrendo en negro” y no es que queramos enmendarle la plana al eminente profesor veterinario don Fernando David Fuente Fuente, pero él recordará de sus años de la Facultad que se llama berrenda en negro a la capa en la que hay alternancia de manchas blancas y negras, como las vacas frisonas, mientras que si se trata de una mancha blanca grande en la parte inferior del cuerpo que sube por los ijares y afecta a parte de ambos costillares, entonces se dice que el toro es aldiblanco, como era Cumbrero, que la cosa nos llamó la atención, más que nada, porque la capa berrenda es rarísima en lo de Núñez.

Para la lidia y muerte de los Alcurrucén se anunciaron David Mora, sangre de toro y oro, Paco Ureña, de rosa y oro y Álvaro Lorenzo, de turquesa y oro.

Manchego, número 30, rompió Plaza y la verdad es que no era ni mucho menos un top model. Anduvo distraído, presto a los capotes y tardo en acometer a los cites en banderillas. Si no llega a ser porque estaba allí Ángel Otero con los palos dispuesto a hacerlo todo él, lo mismo echamos un rato largo en cambiar de tercio. Otero puso dos espléndidos pares, el segundo de mucha exposición, mientras Iván García bregaba con su conocida suficiencia. David Mora brinda a Otero la muerte de este primero de la tarde y nos pone la miel en los labios con un inspirado inicio a base de cuatro trincherillas, uno por alto y una última trinchera al paso. Y punto. A partir de ahí la labor de David Mora no es capaz de cobrar vuelo, por más que ensaya un inicio en la distancia recibiendo al toro con la derecha, pero su falta de mando, de encaje y de resolución hace pensar más en las vueltas de una noria que en la faena a un toro de lidia, luego acorta algo las distancias y, sin llegar jamás a pasar la línea invisible que hace que el toreo empiece a cobrar sentido, se ve obligado a citar con el pico de la muleta, dado lo imperfecto de su posición. Si a eso sumamos que cuando suelta al toro lo hace hacia las afueras, con lo que tanto él como el toro quedan perfectamente descolocados, ya tenemos la tormenta perfecta en la actuación de David Mora, que da como resultado una faena hecha con los peores mimbres, sin armar, sin alma y sin aprovechar las cualidades del toro, que las puso de manifiesto de manera evidente. Se queda en la cara al entrar a matar y el toro primero le encuna y luego le persigue. A continuación, una estocada arriba trasera soltando la muleta pone punto final a su primera comparecencia. Sobre la segunda pasaremos de puntillas, pues como decía el clásico “el toro era peor y el torero era el mismo”. De un arreón extemporáneo sacó de la Plaza a Victor Manuel Martínez por el burladero del 5. De nuevo se vuelve a quedar en la cara al entrar a matar, pinchando, y luego cobra una estocada delanterita con la que finaliza su labor.

Paco Ureña debe estar metido en un laberinto a causa de sus personales circunstancias, dando la impresión durante buena parte de la corrida de que andaba como ausente. Su primero, Tratante, número 34, fue un toro grande que acometió al caballo de Pedro Iturralde con buen aire y que recibió las banderillas de Curro Vivas de aquella manera: una impar en la primera pasada y otra en el brazuelo derecho en la segunda, que quien cumplió de verdad con los palos fue Azuquita. Al llegar a la muleta el toro demuestra sus condiciones: fijeza y repetición, con lo que ya la tenemos liada cuando Ureña empieza a montar la noria que tanto encandila a los públicos más festivaleros. No hay ni asomo del Ureña al que hemos venido a ver, y a cambio ahí tenemos la versión menos interesante del torero, que deja una imagen harto vulgar de sí mismo. El toro va bien por el izquierdo y Paco Ureña le plantea unos naturales por las afueras de nulo encaje ni emoción, toreo despegado ayuno de pasión y de estética. Tras un final que apunta a una huera solemnidad, en la que vuelve a no decir nada, crece la certeza de que el murciano no ha estado a la altura de las buenas capacidades del toro. Termina su labor quedándose en la cara al cobrar un pinchazo sin soltar en la suerte natural, luego un bajonazo en la suerte contraria, del que sale corriendo, y una estocada baja también en la suerte contraria. En su segundo presentó otra cara, afortunadamente. El toro que le tocó en suerte era Gaitero, número 188, un toro alto que no quiso tener mucho trato con la “acorazada de picar” que decía Joaquín Vidal (qDg), que se mueve en banderillas y que embiste con franqueza a la muleta. El inicio de la faena es, sin lugar a dudas, lo mejor de la tarde, con un Paco Ureña en estado de gracia que primero cita por estatuarios y después se hace con el toro a base de un ayudado por alto, un pase del desprecio mirando al tendido y tres trincheras que ponen la Plaza en pie. A partir de ahí se ve la lucha interior de Ureña que, por momentos, plantea las cosas con verdad y torería y otras se echa a la senda de la ventaja. La base de lo más interesante de su labor es la mano izquierda, con la que saca los mejores muletazos de la tarde, firmando la mejor actuación de las cuatro que le hemos visto en la Feria. Estuvo muy acertado en todos los pases de adorno, alguno colosal y aguantó algún parón. Tras un natural inspiradamente rematado quiso matar a recibir, pinchando, para después cobrar una estocada entera algo desprendida. Las gentes agradecieron su buena disposición pidiéndole una cariñosa oreja, y eso que dicen que los de Las Ventas somos unos ogros. 

Álvaro Lorenzo lidió en primer lugar al falso berrendo, Cumbrero, poniendo en solfa frente a él su toreo neojulista, que necesita de un toro que no se pare y que dé vueltas, y que tanto exaspera si el toro se para. Y esto es lo que pasó, que entre eso y que el toro no bajaba la cara, que es otra de las condiciones sine qua non, pues los empeños de Lorenzo se perdían como lágrimas en la lluvia y el clamor que cosechó en los momentos que el toro corrió tras de la muleta se heló cuando Cumbrero echó el freno. Lo mató de estocada trasera echándose afuera. El segundo fue Alcaparro, número 73, que cabeceaba y eso hacía incómoda su embestida, y eso sumado a que el toro es un rato bruto y bastante soso, la cosa no pinta bien para las ideas que traía Álvaro Lorenzo en el magín, de pegarnos la versión cover de los grandes éxitos del Pasmo de San Blas. El caso es que su faena se va despeñando mansamente, como un arroyuelo de poca corriente a principios del verano, y cuando agarra una estocada baja y Alcaparro cae, todo el mundo se queda la mar de relajado pensando en ir a descansar porque lo de Zalduendo de mañana es de lo que no tiene nombre.

Espíritu Núñez

David Mora, de sangre de toro y oro
Pinchazo, estocada y cuatro descabellos. Aviso (silencio)
Pinchazo y estocada (silencio)

nos pone la miel en los labios con un inspirado inicio
 a base de cuatro trincherillas, uno por alto y una
última trinchera al paso

y punto

 Paco Ureña, de rosa y oro
Dos pinchazos y estocada caída. Aviso (silencio)
Pinchazo y estocada (oreja)

 Ureña debe estar metido en un laberinto a causa de sus
 personales circunstancias, dando la impresión durante
 buena parte de la corrida de que andaba como ausente

 No hay ni asomo del Ureña al que hemos venido a ver

 el inicio de la faena es, sin lugar a dudas, lo mejor de la tarde

con un Paco Ureña en estado de gracia que primero
 cita por estatuarios y después se hace con el toro

  a base de un ayudado por alto, un pase del desprecio
 mirando al tendido y tres trincheras que ponen
 la Plaza en pie

 Vuelta a Madrid

Torero de Madrid

 Álvaro Lorenzo, de purísima y oro
Estocada trasera y dos descabellos (silencio)
Estocada (palmas de despedida)

 Cumbrero, el aldiblanco, al aparato

 su toreo neojulista, que necesita de un toro que no se pare
 y que dé vueltas, y que tanto exaspera si el toro se para

 Por aquí va a ser

Guernica con pipero al fondo