domingo, 3 de febrero de 2013

Estos son los Minutejos que cantaba el rey David





José Ramón Márquez
 
En la calle de Antonio Leyva, esquina a Tomás Meabe, desde 1967, está la Casa de los Minutejos, casa que no tiene sucursales, ni franquicias, ni falta que hace: el que quiera un minutejo no tiene más cáscaras que irse a Carabanchel.

El minutejo es un sandwich de oreja cortada finísima y puesta en dos rebanadas también muy finas de pan de molde elaborado especialmente para la casa. Se pasa el conjunto por la plancha y el resultado es la mejor exquisitez que los bares de Madrid han dado a la gastronomía patria. En la barra hay unas botellas con un característico tapón de corcho que contienen una salsa brava y bastante picante. Las botellas, magnífico ejemplo de reciclaje, antiguamente eran de Trinaranjus y ahora, cosas de los tiempos, son de Cocacola.

Si esto del Minutejo lo hubiese inventado Arzak o uno de esos, los pelmas de los críticos gastronómicos habrían llevado al autor en olor de fritangas por los certámenes y las fusiones, pero como esto es cosa carabanchelera y de bar, ahí está el Minutejo sostenido por una imperecedera fama y por una fidelísima clientela sin que las crisis ni los vaivenes le afecten Y es que en la máxima simplicidad de esta inimitable creación hay, sin embargo, más talento, más sujeción a las raíces y más decencia intelectual que en cualquiera de las paridas epatantes de Arzak, por seguir con el que ha inventado tonterías tales como el talo de bonito con nitrógeno o el chorizo en tempura, comida concebida para los que no les gusta comer.

El hecho de que la decoración de La Casa de los Minutejos siga manteniendo unas cartulinas con ripios pegadas al techo, que los que se encuentran detrás de la barra no demuestren la más mínima simpatía al cliente y que el horario se cumpla estrictamente a rajatabla hablan muy elocuentemente sobre la inmejorable salud de este negocio.