lunes, 4 de noviembre de 2019

Anticipo (de cuento) navideño


Joaquín Dicenta

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Cruzar el Puente de los Difuntos vivos en las Tres Competiciones, y sin Pogba, es un mérito enorme del club, que primero se hizo el loco con Pogba y luego aceptó sin rechistar el deseo sanchista de disfrutar de la Profanación del Muerto sin interferencias del Clásico, donde la banda de Valverde hubiera corrido a gorrazos a la banda de Zidane, con las consecuencias que todos sabemos, es decir, ninguna.

    En la banda de Zidane todos los muchachos trabajan, no sé si con la promesa de salir luego en el Documental de El Cortihero, para llevar a su capitán a los Juegos Olímpicos, y en la banda de Valverde todos los muchachos trabajan para llevar a los Juegos Olímpicos a su capitán. Ramos y Piqué, Piqué y Ramos, amigos y socios, abanderados de lo que quede de España en el desfile de bastoneras del barón de Coubertin. “Et tout le reste est littérature!” Que si otro Balón de Oro a Messi por la babucha, que si dónde ha hecho la mili Ansu Fati, que si el Bernabéu perdona a Courtois (¿de qué le vale a uno el perdón del Bernabéu, si luego viene Aitor Esteban y te niega la absolución?) o que si Rodrygo le ha comido la tostada a Vinicius.
    
–En este momento, si usted fuera socio de la tribuna del Bernabéu, ¿a quién adoptaría primero para la cena de Nochebuena, a Vinicius o a Rodrygo?
    
Se acerca la Navidad y aquí las únicas zambombas que se oyen son las de la Partidocracia, pero el Madrid de Zidane nos trae este año, a falta de fútbol de verdad, sentimentalidad navideña de la que nos despachaban en la infancia.
    
Cristiano es un atleta y Messi es Oliver Twist: un pequeñín que llega a la estación Victoria y se lleva las carteras de todos sin llamar la atención y que tiene a un gran grupo de pícaros trabajando a su lado –dijo una vez, cuando empezaban los dos matones del gol, Terry Venables, aquel simpatiquísimo inglés que en el Barcelona prefirió a Archibald cuando tenía fichado a Hugo, del mismo modo que Del Bosque hubiera cambiado de mil amores al Zidane de la Juve por el Manuel Pablo del Deportivo, que era su gran apuesta futbolística.
    
Salvando todas las distancias, Vinicius es un atleta y Rodrygo es Oliver Twist, sólo que después de haber leído el libro (dicho sea como licencia literaria, pues sabido es que el único lector de Dickens en Madrid ha sido Galdós, que tradujo para un periódico de la capital el Pickwick, “donosa sátira, inspirada, sin duda, en la lectura del Quijote”.

    Ojalá un día en un plató de TV Rodrygo dicindo a Vinicius lo que Lola Flores dijo a Rocío Jurado:
    
–¡Tú eres una piedra dura de Chipiona que no se “pué aguantá”!
    
Pero, de momento, Vinicius es un zapato roto en el tejado, el cuento navideño de Joaquín Dicenta: aquél del niño-hombre que, esperanzado en los emisarios del Niño-Dios, había puesto un zapatito, mordido por la suela, sobre las tejas que oleaban junto al tragaluz de la buhardilla. Huérfano de padre (Solari) por una explosión de grisú (las derrotas en Copa y Liga ante el Barcelona), el chiquillo repugnó la ubre materna (el Castilla). Quería carne y pan. Y la viuda (papel que ha hecho Casemiro), que pudo venderse al vicio y tasarse alto, se vendió al trabajo servil por unas cuantas perras chicas. De noche, encendió el hornillo y preparó la humilde cena, y cuando el chiquillo, descalzándose alegremente, se fue hacia el tragaluz, la madre no le dijo nada: le dejó ser dichoso. Sus ojos siguieron la triunfadora ascensión del niño a la silla, su enérgico temblor al depositar el roto zapato en las tejas. Vino la aurora (Zidane). El niño, desnudo, abrió de par en par el tragaluz y con las dos manos hizo presa en el zapato roto y, al mirarlo vacío, saltó de la silla gritando en un estilo muy Dicenta: «¡Nada!... ¡nada! ¡Los Reyes no me han puesto nada!... ¡Malos! ¡malos! ¡malos!...» (Peor que nada: le habían puesto a Hazard). La madre despertó. «Pero hijo, ¡hijo de mi alma, qué has hecho! ¡Eso es buscar la pulmonía!».

    Dicenta, que era de Calatayud, carga la mano: la pulmonía, dice, más generosa y espléndida que los Reyes Magos, no defraudó al chiquillo; acabó con él en cinco días; ahora, en el jardín del manicomio pasea la infeliz obrera con los cabellos en desorden y los ojos enmatecidos por siniestro estupor; sus manos oprimen convulsivamente contra el pecho algo que no se puede ver: es un zapato roto, sobre el cual ha pintado la loca una calavera…
   
 La salvación de Vinicius pasa por Klopp, que en Liverpool haría de él un Mané pasado por Nicolás Guillén: “Tu inglés, / un poco más precario que tu endeble español, / sólo te ha de servir para entender sobre la lona / cuánto en su verde slang / mascan las mandíbulas de los que tú derrumbas / jab a jab”…
    
El zapato roto de Vinicius (ese zapato que le impide hacer goles al arco iris) debe de ser un zapato escapado de la pesadilla de zapatos rotos, como de madera de pino, que en el entrenamiento previo a la final del 2 de mayo del 86 con el Atlético en Lyon los jugadores del Dynamo de Kiev alineaban cortés y supersticiosamente frente a su banquillo, supervivientes del Big Bang, ocho días antes, de Chernóbil.



TODOS LOS ERIKSEN

    Para distraer esta murria de Segunda Venida de Zidane se habla de Eriksen, cuyo único atractivo es su retrato resultante de Boadella y Fernán Gómez. Sólo una “bisabuela” del Liverpool, Jamie Carragher, ha puesto el dedo en la llaga: “Eriksen es un jugador realmente bueno para el Tottenham, pero no para el Madrid. Podría ir a donde quiera, al PSG o a otro club, pero no haría mejor a ese equipo”. ¿Cuántos Eriksen llegados para mejorarlo llevamos vistos en el Madrid?