lunes, 14 de abril de 2025

Domingo de Ramos en Las Ventas. Gatillazo de los Valdellán, con Ferrera y sus excentricidades. Márquez & Moore


JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ


Lo primero de todo hay que hablar del éxito de la convocatoria de la corrida de Miura en Inca (Palma de Mallorca). En un territorio en el que los toros han sufrido acoso y vilipendio, la noticia del lleno de «No hay billetes» en el coso inquero es una magnífica nueva.


Los que no pudimos estar en Inca nos fuimos en este Domingo de Ramos a Las Ventas al llamado de los toros de Valdellán, los santacolomas leoneses que siempre vemos de tres en tres porque la ganadería no suele dar de sí como para echar una corrida completa. Hoy, por fin, tuvimos anunciados seis de Valdellán que, en líneas generales, sirvieron para definir en términos prácticos la palabra «decepción», que según el diccionario de la Real Academia Española significa «pesar causado por un desengaño», y si el pesar no fue chico, el desengaño fue morrocotudo, como se podía notar en los semblantes y los comentarios de la afición al finalizar el festejo, camino del checkpoint Charlie que han montado los del Metro en la explanada de Las Ventas. Ni por hechuras, totalmente desproporcionadas, ni por esas cabezas propias de otros encastes, ni por romana, en la que la corrida dio un promedio de 608 kilos, estos santacolomas parecían lo que decían ser. Luego, que si lo ibarreño o que si la abuela fuma, pero el hecho es que donde esperábamos hallar «ejemplares de tamaño recortado, mediana viga, bien puestos de pitones pero sin un desarrollo excesivo», tal y como nos anunciaba el programa oficial, nos encontramos con unas tómbolas de carne de exageradas cornamentas sin apenas un atisbo de nervio o de raza en su comportamiento y, además, con las fuerzas tasaditas. Por salvar algo del naufragio pongamos al quinto, Navarro, número 46, que sacó cierta personalidad en su carácter y al número 24, Bilbaino, lidiado en primer lugar, que, pese a sus tasadas fuerzas, hizo concebir esperanzas vanas de por dónde podría ir la tarde. La corrida se completó con la presencia de un sobrero de Los Maños, Peinador, número 65, que vino a sustituir al tercero de los anunciados. Nadie entendió cuál fue la causa de que don José María Fernández Egea decidiese sacar el trapo verde para echar al de Valdellán cuando ya tenía dos pares de banderillas en el espaldar, cuarta arriba, cuarta abajo. Se apuntó como causa de esto el hecho de que había un espectador en la fila 27 del tendido 7 que ondeaba un pañuelo verde y que esa visión debió influir de manera poderosísima en el Presidente que ordenó la retirada del toro, cambiándolo por el toro zaragozano que tenía una de esas cabezas que piden a gritos un taxidermista y que, a la postre, resultó ser más soso que una tajada de tofu.


La lidia y muerte (lo de la muerte ya se verá más adelante), de los cinco Valdellanes y el de Los Maños correspondió a Antonio Ferrera, de grana y oro, David de Miranda, de sangre de toro, y oro y Alejandro Mora, de blanco y oro, que veía a confirmar la alternativa que le dio Manuel Escribano en Bayona en 2023.


Todo el mundo conoce el carácter algo atrabiliario de Antonio Ferrera, a quien mi amigo el aficionado J. llama «el Morante de los pobres». Hoy no quiso dejar pasar la ocasión de hacer otra de sus ingeniosidades invitando a Juan Mora, tío del confirmante, a salir al ruedo vestido de paisano para ser testigo de la ceremonia de la alternativa. Con muy buen sentido, el veterano torero placentino declinó la absurda invitación de Ferrera y contempló la ceremonia desde su sitio sin hollar el ruedo. Una vez pasado ese trámite, Mora empezó su faena doblándose con el toro con gusto y después al natural con verdad. El animal no tenía más, pero el torero se empeñó en continuar a base de medios pases y porfía y luego vino la hecatombe de estoques y descabellos que dieron como resultado que le tocasen los tres avisos y el toro se fuera a encontrarse con su destino en la lóbrega soledad de un chiquero.


Salió Ferrera con su vestido grana y unos bordados de oro, como floripondios, que habrían hecho las delicias de mi compañera de abono, T. Además sacó ese capote azul de seda que, para unos estaba hecho con unas cortinas de su abuela y para otros era el tapete con el que los magos tapan una cajita de la que luego sacará un conejito o una paloma blanca. Lo que salieron fueron unas verónicas entonadas y una recia media verónica justamente aplaudidas. Luego, tras la devolución de trastos, compuso una faenita de poco vuelo en la que toreó por igual al toro y a parte del tendido que le jaleó con vigor sus pases, de los que alguno le salió más cuajado y, sobre todo sus inspirados remates. Lo mismo le habrían pedido la oreja, pero se embarró con la cosa del acero y la cosa quedó en nada.

 

David de Miranda se las vio con el pedazo de soso de Los Maños, cinqueño para más señas, y ahí se pudo ver tanto lo preparado que está el torero como lo poco que tiene que decir. Si acaso podemos ponerle el paño caliente del tedio que producía el toro en sus embestidas, ante el que el onubense puso el suyo propio para no desentonar. Oficio y frialdad a partes iguales son el resumen de su actuación.


El segundo de Ferrera es el que se debía haber ido a los corrales por su manifiesta inutilidad para la lidia, pero ahí el señor Fernández Ejea, acaso por no verse sugestionado por el anónimo espectador de la fila 27, decidió mantener al toro en el ruedo como demostración pública de que para chulo, él. Y ahí mantuvo a la deplorable mole de carne de Valdellán arrastrando las patas mientras Ferrera se ponía a ver lo que le salía, y lo que le salía era la exasperación de la cátedra que en ningún caso le echó cuentas a lo que hizo o a lo que intentó.


El quinto fue el Navarro antes citado. Fue el toro con más personalidad del encierro, planteando sus dificultades, revolviéndose con prontitud, protestando cada vez que tocaba la muleta, probando lo suyo y orientándose. Un toro para que David de Miranda sacase a pasear todo ese oficio que parece atesorar y que no se vio por parte alguna, justamente cuando las condiciones del toro lo estaban demandando. Más bien, rememorando el triunfo más sonado de Miranda en Las Ventas, echábamos cuentas de que el toro que él precisa debe manifestar antes que las cualidades dichas más arriba su condición de bobo de solemnidad, de máquina de embestir, que es lo que a él le conviene.

 

De nuevo volvió Alejandro Mora al proscenio para dar cuenta de una prenda mansa, abanta y huidiza que atendía por Mirasuelos, número 18. En el tercio de varas el toro, que andaba suelto y distraído, se fijó desde lejos en el caballo y se abalanzó a buena velocidad hacia él, sin atender a los capotes, siendo recibido por la vara de José María González que agarró un excelente puyazo justamente aplaudido. Con ese toro imposible Mora intentó lo que se le ocurrió, sin llegar a nada y dejando ciertos atisbos de torería y de buen gusto. Si la Empresa fuera como debe ser, ya le tendría apalabrada una corrida para el verano. No importa volver a verle.




ANDREW MOORE










 










FIN