Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
Al amparo de la Ley de Alzehimer Progresista en virtud de la cual por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas, la ministra egabrense Calvo, la concejala madrileña Moreno y el burócrata sevillano Guerra han acometido el enfoscado y revoque de la fachada de un mito del progreso español, Negrín, al que sus propios correligionarios describieron voceando “¡A beber! ¡A beber!”, no al salir del vientre de su madre, como el tierno Gargantúa, sino al salir del país con el saco del oro de Moscú. “¡Un patriota!”, ha sentenciado el Guerra, que hubiera dicho lo mismo de Vera. Con las cosas en este punto, ¿a quién haremos caso, a Azaña, a Prieto o al Guerra?
–No se puede hablar mal de un camarada como Negrín –solían decir los camaradas de Negrín–. Es un camarada excelente que ha demostrado mil veces su amor a la causa. ¡Está casado con una rusa!
Julio Camba sostuvo que todo el éxito político, y gran parte del universitario, de Negrín derivaba de su matrimonio, pues, en cuanto se casó con la rusa, la gente comenzó a decir que Negrín sabía el ruso, y un hombre que sabía ruso podía anonadar a cualquier tribunal de oposiciones con esas citas de carácter incontrolable que en nuestro lenguaje vulgar se llaman camelos.
–Por mi parte –escribe Camba–, yo, que le he oído hablar con su mujer, no niego que Negrín sepa algo de ruso. Sabe, desde luego, decir “caran d’ache” (lápiz), “papirose” (pitillo), “nitchevó” (no importa), “novoie uremia” (los tiempos nuevos), “Dostoievski” (Dostoievski), “mujik” (mujik), “balalaika” (balalaika) y algunas otras palabras más... En conjunto, unas dos o tres docenas, lo que ya es bastante para manejarse en los barrios obreros de Madrid, pero lo que a todas luces resultaría algo escaso para desenvolverse en Rusia. ¡Negrín, hombre tropical y de pelo rizoso que, al aliarse con la gélida Rusia por vía matrimonial, se preparó la jefatura del Gobierno de Valencia!... Cuando yo lo veía en aquella “Editorial España” que habían fundado él, Araquistáin y Vayo para cubrir con el producto de las obras ajenas el déficit de las propias, estaba ciertamente muy lejos de augurarle tanto porvenir...
Menos risueños son los recuerdos que de Negrín dejaron Prieto y Azaña, que puso en su boca la siguiente confesión: “Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos, pero estos hombres [catalanes y vascos] son inaguantables.” Lo dicho (por el Guerra): “¡Un patriota!” Pero también, no lo olvidemos, un político (cenaba tres veces) y un científico (se tomaba por tubos las aspirinas).