sábado, 25 de junio de 2016

Reflexit



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Cuando Cameron, el urogallo sin cabeza, planeó viajar a Gibraltar (¡exponiéndose a las iras de Margallo!) para rebañar votos hasta de los monos de Rodin que vigilan la puesta del sol en el Peñón, es que la cosa pintaba fea para el “Bremain”.

Para la socialdemocracia europea (“todo para el pueblo, pero sin el pueblo”), el triunfo del “Brexit” es el triunfo de “la ultraderecha británica” (?), la única, por cierto, que no se dejó repasar el lomo por los fascismos continentales.

Que a la “ultraderecha británica” quiera seguirle la “ultraderecha francesa” indica que el problema de fondo en Europa es el de la representación política, concepto procedente de la teología y cuya discusión (sólo resuelta en los Estados Unidos de América) entretuvo a filósofos y juristas desde el XV hasta el XIX.

Entre ingleses, precisamente, fue la controversia sobre sistema proporcional, defendido por Stuart Mill, y sistema mayoritario, defendido por Walter Bagheot.
Mill (como tantos cuñados liberales de aquí) pasaba por alto que el voto no mide calidad, sino fuerza (¡la fuerza del demos!), y proponía que el voto de los listos valiera más que el de los tontos, con un sistema proporcional (¡el nuestro!) que impide la representación “un hombre, un voto” y espiga el voto ideológico, sometiendo al “representante” al mandato imperativo de sus jefes.

Bagheot opone el sistema mayoritario, que reúne el voto territorial y somete al representante al mandato imperativo de sus electores.

En Europa, hoy, sólo ingleses (conquista de la tradición) y franceses (regalo de De Gaulle) tienen sistema de representación, y es natural que se reboten contra la burocracia partidocrática de Bruselas, basada en la “integración” del “Estado de partidos” (concepto con que los juristas alemanes sepultaron la “representación”), oligarquía económica que vive de vampirizar a las clases medias, destinatarias, ay, de la democracia representativa.

El “Brexit” sólo es el principio.