lunes, 13 de junio de 2016

Completamente Camba

Entre Borita Casas, escritora de "Antoñita la fantástica",
 y Juan Cristóbal, escultor de El Cid de Burgos

Hughes
Abc

Una de las cosas divertidas para el que llega a este mundo de la pamplina escrita es la distancia entre el periodista y el escritor. «Fulano es periodista y escritor » . Es como ser Teniente Alférez. Camba le contó su opinión al respecto a Luis Calvo, director tantos años de ABC. «Dejemos que se llamen escritores esos aficionados que acuden a los periódicos para quitarnos el sitio y desahogar sus vanidades » .

Así que periodista. «Maestro de periodistas», se añade. Canguelo más bien, flagelo, enterramiento de periodistas.

Con alguna interrupción, Camba escribió en ABC desde 1913 y hasta su muerte. Fue el único sitio donde le respetaron el apellido –que no es poco–. En El Imparcial ponían Julio Canela, Cánoba en El Heraldo, y Julio Caníbal le llegaron a firmar en El País.

ABC le dio también, y sobre todo, un espacio a su libertad natural. Era mucho espacio ese. Para quien escribe en ABC resulta curioso cuando alguien desde fuera le quiere explicar a Camba. Es como acercarse a un costalero a explicarle quién es el Nazareno que lleva encima.

Camba está en la galería de retratos junto al patio andaluz de ABC, también en su hemeroteca inagotable, como un yacimiento expuesto y a la espera, como un Atapuerca del articulismo; está en algún veterano, último de Filipinas del articulismo; y en el lector, en las sagas de lectores que seguro se han ido transmitiendo por herencia algún ingenioso punto de vista del cronista.

En usted, infinitesimalmente, seguro que hay algo de Camba, como de Mingote. Y en esta tipografía, y en el tacto de lo que tiene entre manos.

De Camba se cuenta media docena de anécdotas, gastadas como duros, y circulan una serie de tópicos más o menos aproximados. La inflación editorial no ha hecho que aumenten unas y otros, sino que circulen más rápido.

Hay una que se cuenta con dos protagonistas distintos: Juan March y Dámaso Alonso. Uno de los dos le ofrece un sillón en la Academia, y el periodista responde: «Me ofrece usted un sillón y yo lo que necesito es un piso». Porque la relación del periodismo con el piso es recibidora, no ponedora.

Un periodista está siempre para que le pongan un piso, no en condiciones de ponerlo. Luis Calvo le elogió en vida la sintaxis, cosa que no le sentó bien, y con razón, porque lo siguiente hubiera sido un elogio de su sinapsis.

Para el director, Camba «escribía con antinomias, como un presocrático»; y para Antonio Díaz-Cañabate, otro cronista genial de la casa, víctima invariable de su nocturna maestría con el tute habanero, Camba era «la mirada», un poco como Sinatra era «la voz».

Decir algo nuevo de la mirada de Camba quizás lo podría decir un oftalmólogo forense, o un optometrista nonagenario que lo hubiera tratado. «No me tomen ni completamente en serio ni completamente en broma», recomendaba él. Completamente en Camba.

Tenía el don del desapego y según Ruano «no admiró a nadie, ni quiso seriamente a nadie». Edita Fórcola ahora el enésimo Camba, el musical, Tangos, jazz-bands y cupletistas, y entre tantos artículos excelentes, alguno hay que deja al lector patidifuso. Hay uno de 1913, en Blanco y Negro, en el que explica un cambio de guardia en el bulevar berlinés Unter den Linden. Se fija en un alemán cualquiera con un gabán y un sombrero. Un paisano, un paisano que comerá kartoffel, nada extraordinario. «¿Es ese señor espectador simplemente? No. Ese señor no es un simple espectador ni es un hombre completamente civil, a pesar de su sombrero hongo y de su gabán claro». Ahí, con ese simple trazo, con «no es un hombre completamente civil», había captado el momento, el año, el país, la inminencia, la Historia y la Época. Había retratado el espíritu de la movilización total europea.

No es un libro sobre la música, sino sobre sus alrededores. La relación de los otros con ella. «Cuando se acaba la música y uno se pone a hablar con alemanes, parece que acaban de llegar de un mundo ideal», y con eso captura sus trasportes al Idealismo. Es la época del cliché impreso y Camba lleva el cliché al virtuosismo absoluto.

No entra en el «hecho musical». De hecho, presume de no tener ninguna sensibilidad musical («¿Seré yo un monstruo?»). Escribe más del baile, defiende los bailes con pasión. El tango, la machicha, el agarrao. «El baile es el gesto de un país», su libertad y alegría. También le gusta la música de café, «ligera como el periodismo»; y con las historias de vedettes, bailarinas, y cupletistas hace unas crónicas mundanas que espantarían ahora a tanto cambiano latoso y circunspecto.

Vivimos en un cambismo un poco fraudulento. Camba no era la paradoja, ni el humor, le gustaba poco que lo llamaran humorista («esos comediantes que salen a contar chistes » ) . Camba era la libertad, la suya inmensa, propia, sobrenatural, y la del periódico.

Camba aparece en esta selección como un defensor sistemático de géneros ínfimos, más bien antioperístico, y como retratista óptimo de los años de la Belle Époque. Sólo con sus artículos sobre el tango se comprende el siglo. Registra su conquista del mundo, su «transfusión a Europa de sangre india». Berlín no hace otra cosa que bailarlo hasta que disgusta al Káiser en... 1913. Ese mundo imperial y liberal acaba ahí, con el violento bofetón que da un tango al girar. Después borda unas precisas crónicas bélico-musicales en Londres. Y pasada la guerra comprenderá bien el frenesí sincopado, los bailes patológicos, las «fábricas filarmónicas». Al acabar el libro una cosa está clara: Camba era la mirada, pero también el oído.

La selección recoge todos los Camba. El inicial, modernista y aparatoso; el corresponsal genial a partir de 1908-1909; y el último, cansado ya y dueño de una delicadísima amargura remanente.
Siempre se ha hablado de la pereza de Camba, pero también a él le había cambiado el mundo. En esos años sin ganas juega un importante papel Luis Calvo, director y cambiano rendido que le edita refritos y le paga artículos que quizás no escribiera del todo. El habitante del Palace vive rodeado de grandes admiradores que le ayudan y que le sobrevivirán después en la tertulia de Casa Ciriaco, la tertulia de «Amigos de Camba » que presidió Mingote. Siempre estuvo encendida, perdónenme, la vela de Camba en ABC.

Incluso en este libro se repite algún artículo. Camba nos mete refritos hasta en sus antologías. No pasa nada. A finales de los cincuenta, de vuelta de todos los lugares, escribe un artículo donde recuerda su amor juvenil por la famosa Cléo de Mérode, estrella de esos años felices antes de la Gran Guerra («¿Quién no ha violado un poco, entre los doce y los catorce años, todas estas bellezas de fototipia?»). La amaba con la misma pasión que a la Libertad con mayúsculas. A la primera pudo conocerla; «lo que es la Libertad no llegué a conocerla nunca».