Waylon Smithers Jr., el Viri por antonomasia
Hughes
Anoche decidí que la peña Los Biris era indigna de llevar el nombre del mítico jugador sevillista y supongo que con poca originalidad me autoimpuse llamarles, para siempre, Los Bilis, por lo amarillo y amargo de su manifestarse.
Ahora creo que voy a retomar la denominación, pero con la burricie de quitarle la be, para recoger bajo esa peña hipotética a todos los pelotas de Rajoy, a los que deberíamos ya en adelante llamar Los Viris.
Abro los periódicos y no hay domingo sin hagiogafría rajoyesca. La leyenda del Santo Opositor; la canonización del involutario Presidente de la Diputación que llevaba, él mismo, la luz a las últimas aldeas gallegas, como un Zeus con gafas.
La prosa rajoyesca parece que se está esforzando es esculpir el busto marmóreo antes de la investidura. Llavan ya semanas tocando la lira del éxtasis carismático, a ver si se esculpe un carácter, pero todo lo más que han conseguido es subrayar lo de que es un señor de Pontevedra. Y me pregunto yo: ¿qué tiene de pintoresco ser señor y ser de Pontevedra? Lo dicen como si fuera el colmo de lo provinciano, como un queso o un embutido local, pero de algún lugar tenía que ser el hombre...
Lo de "un señor de Pontevedra" recoge como un paragüas un campo semántico -discreto, puntual, voluntarioso- que es el retrato con el que carga el político y el hombre, sobre el que se destaca, como un viejo lema familiar, lo de "sin estridencias" -"Nihil stridens", imaginamos macarrónicamente, sobre la casa en Sangenjo-. "Mariano eso lo hizo sin estridencias, como es él", nos dirán; y luego una curiosa manera de referirse a las relaciones familiares y amistosas de don Mariano, veladas por el celo y el secreto, como si fueran Corleones inversos de la austeridad. "Para Mariano, nada es más valioso que el consejo de su padre, al que pocos conocen". En Génova brindó con sus amigos y hermanos, y nos lo cuentan los periodistas como una proeza de autocontrol, pero... ¿con quién iba a brindar, si no? ¿Con los tronistas en la Posada de las Ánimas?
Éste es el tono encomiástico, enjuagado, propenso y lisonjero con el que se describe a Rajoy y con el que se le dibuja un carácter, borrando a toda prisa la caricatura de ayer por el retrato ebúrneo de hoy.
La inacción que fuera ayer, es hoy sutil medir los tiempos; lo acomodaticio de ayer, resulta hoy prueba de tesón y buen hacer.
Los víricos extraen toda la poesía que pueden del silencio y yo les admiro por ello.
¿Calla Rajoy? No calla, escucha el tic tac del destino, respetuoso y paciente, como... como un señor de Pontevedra.
La prosa rajoyesca y el elogio vírico es más o menos así:
"Nadie daba un duro por ese funcionario callado, serio, en apariencia irrelevante, que, sin embargo, iba a llegar a presidir una nación. Ya en sus comienzos conoció la trastienda de la política gallega y allí se curtió. Callado, de Pontevedra, amigo de sus amigos gallegos -parece que tiene dificultad para tener amigos de Cádiz-, hijo de su padre, padre de su hijo, lee el Marca y pesca secretamente; huye del boato y obtuvo el sí quiero de su mujer, Viri, tras cuatro años de noviazgo, sin estridencias, de la forma silenciosa, concienzuda, prudente y discreta en la que se ha ido produciendo en la vida. Ahora, el señor de Pontevedra está en la Moncloa y quien no le conocía ya le conoce".
En Los Objetos Impares
19 de Diciembre