miércoles, 8 de febrero de 2012

Tàpies


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Yo sé de Tàpies por Ullán, un crítico que nos explicó sus cruces, ¡su constante hacerse de cruces! (las cruces de Tàpies), y por Cerdá, un pintor que nos dice de quién eran sus caras (las caras de Tàpies):

Cuando se pretende hacer arte, el no posar con cara de indio tomando bicarbonato, como Tàpies, como los bendecidos como santones por el sistema financiero, se considera una herejía.

Y la cosa es tan seria (añade entrañablemente Pepe Cerdá) que el Estado admite como papel moneda sus obras (las obras de estos santones: médiums entre lo sagrado, sus garabatos, y lo humano, que somos nosotros) como pago de impuestos y fianzas carcelarias.

Bastaban, ay, dos meses “en el extranjero” para luego vivir en España de hombre cosmopolita.

Tàpies, sin ir más lejos, se fue con una beca de tres meses a París, visitó a Picasso, se hizo una foto, volvió a Barcelona, y hasta hoy.

Mas no confundamos a Tàpies con Barceló (a distinguirlos para siempre me enseñó Bonifacio: “Tàpies es la pintura. Barceló es un decorador. ¿Qué sabe de toros, Barceló?”)

Y Ullán nos mostraba en Tàpies la inclinación (“tan presente en los tratados chinos sobre artes plásticas”) hacia la pintura como origen de la escritura, algo que Fray Luis (en “De los nombres de Cristo”) pusiera en labios de Marcelo: “…y como dizen del camaleón…” Etcétera.

Los chinos (y volvemos a Cerdá), pues que aprenden a escribir dibujando con un pincel, son mucho más sensibles que nosotros al trazo:

Cuando un maestro calígrafo chino ve un Tàpies dice: “¿Pero dónde ha aprendido a escribir este chico?”

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