sábado, 29 de marzo de 2025

Mosterín

Félix Rodríguez de la Fuente

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Al cabo de dos siglos de agonía, Mosterín ha tenido la piedad de apuntillar al Cristianismo, un ismo que, según sus estudios, reglamentariamente cotejados con “Los errores científicos de la Biblia”, puede muy bien reducirse a un “demencial sadomasoquismo”.


Mosterín, que posee la simpatía de darse un aire a Julia Caba Alba, es una bendición de la justicia poética. Antitaurino furibundo, su papel intelectual es el de Agapito Rodríguez, aquel mítico puntillero de la plaza de Las Ventas que mereció la Medalla del Trabajo por su modestia, constancia y brillantez en el oficio de apuntillar toros.


Mosterín apuntala ismos.


Hizo su carrera al servicio del dentista y publicista de la fauna ibérica Félix Rodríguez de la Fuente, el burgalés que puso sobre la mesa la gran cuestión del hombre contemporáneo:


Si el ser humano estuviese provisto de rabo, podríamos conocernos mejor y saber la disposición anímica de nuestros semejantes, según su posición: si lacio, tranquilidad; si erecto, agresividad.


Félix Rodríguez de la Fuente, el amigo de los lobos, murió en accidente aéreo cuando seguía en Alaska la carrera de las mil millas para trineos tirados por perros. Al saber de su muerte, su viuda exclamó: “¡Por Dios, no me den el pésame; para mí sigue siendo inmortal.”


Mosterín no dijo nada.


Mosterín, hoy, es un “bisa” del CSIC, la Gota de Leche de nuestra ciencia donde, sin embargo, no acaba de arraigar “El árbol de la ciencia” que le compraron a Chirino para adornar la barbacoa –el “chirino” es de bronce– en la casaquinta de nuestros sabios.


Mosterín es, para entendernos, el típico sabio al que nadie se la da con queso. Él sabe que la inmortalidad no existe, y de ahí su silencio cuando lo del hijo predilecto de Poza de la Sal, de cuya metodología del rabo se ha valido ahora Mosterín para despachar, no “boutades” fáciles, a lo Bertrand Russell, contra el cristianismo, sino auténticos “memes” contra la irrelevancia de personajes como Agustín de Hipona, un tipo siniestro, o Tomás de Aquino, un peón de brega voluntarioso.


Mosterín, y aquí radica su genialidad, prefiere la cháchara de un Richard Dawkins, sacamuelas especializado en cháchara chistosa al estilo de la que se lleva en el Club de la Comedia para arrancar una risotada progresista.


Los tontos –dice Bergamín en sus hablillas paraboleras– son tontos porque creen que los que no son tan tontos como ellos son locos.