domingo, 30 de marzo de 2025

El Cigarrón


Simone de Beauvoir


Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


“Sólo hay un bien: el conocimiento. Sólo hay un mal: la ignorancia.” Lo proclamó a voces Carmen Calvo, ministra del gobierno más “malo” que se recuerda, en el concierto/aquelarre de Marilyn Manson en el madrileño Cerro de la Cantueña.


En Barcelona, los celos de una dama de la Esquerra, que declara ser escritora, han llevado al Parlamento catalán a propinarle un “bon cop de falç” al español: los diputados exigen a la Generalidad que excluya de una feria a los escritores en castellano. Al parecer, la dama, que tampoco soporta a Cervantes, se sintió atropellada en una firma de libros del Paseo de Gracia por la cola de Boris Izaguirre, fénix de los ingenios del chavismo rampante.


En Oviedo, la piñata del Príncipe de Asturias de las Letras ha caído sobre la brasileña Nélida Piñón, que según la directora de la Biblioteca Nacional, la que sostiene que Barrabás fue uno de los dos ladrones crucificados con Nuestro Señor, habría conseguido así lo más difícil para las mujeres: “el prestigio oficial”. Otra Príncipe de Asturias, la marroquí Fátima Mernisi, acaba de revelarnos que las mujeres árabes nunca han estado dominadas por el hombre: eso sólo es un invento que forma parte del gran mito del harén.


En su ensayo sobre la vulgaridad, sir Osbert Sitwell incluyó hace cincuenta años las novelas fuertes que ciertas novelistas escribían con el único propósito de demostrar que no se asustaban de nada y que no eran ellas menos fuertes que cualquier macho. A los “novecentistas” como Pérez de Ayala estas señoras les hacían la impresión de la mujer barbuda, que, junto con el circo de las pulgas, solía constituir la atracción mayor en las barracas y toldos de las ferias. A mí, ahora, todas se me hacen Simone de Beauvoir, la viuda negra del gran farsante estrabón y centenario: un ojo al gato del existencialismo y otro al garabato del negocio. Si se puede decir filosofía a la cháchara de Roquentin con su guijarro: “Era una especie de repugnancia dulzona y procedía del guijarro, estoy seguro; pasaba del guijarro a mis manos... una especie de náusea en las manos.” Mejor el cigarrón de la Beauvoir.


Simone de Beauvoir se sintió mujer y artista un día en que se encontró un cigarrón en su jardín: lo apretó en su mano, como el gilipollas de Roquentin al guijarro, y se negó a decir lo que guardaba. Quisieron abrirle los dedos, pero la Beauvoir huyó con su cigarrón –¡su secreto!– por el monte. Fue el día en que se sintió mujer y escritora e importante: porque tenía algo para ella sola.