lunes, 6 de febrero de 2012

Collera de la semana: Rivas & Chesús

Chesús, como de Agatha Ruiz de la Prada
La Modernidad

José Ramón Márquez


Es que no damos abasto, que nos salen por parejas. Como unos Juanito Navarro y Doña Croqueta, unos Faemino y Cansado de la ni pizca de gracia, ahí van cayendo día a día por colleras los contemporáneos censores de lo deleznable, los modernos señaladores de lo óptimo entonando la cancioncilla antitaurina, que es lo que se lleva, para que no se diga y para poder oponerse a algo sin riesgo alguno.

Los dos de esta semana son un político y un periodista hermanados contra el toro. Casi la misma cosa, para entendernos. El día que se haga la nómina de periodistas que acabaron en la política tenemos pintada la historia del parlamentarismo, que ya desde lo de la Pepa había sus periodistas, porque el folio no da para tanto y la tentación de la canonjía siempre ha sido muy fuerte.

El político de marras tiene un nombre curioso, que se llama el hombre Chesús en alguna lengua vernácula o dialecto de los que enriquecen el acervo linguistico de la Patria. Chesús como Chus, que era nombre de chica cuando teníamos quince años y aún había mujeres que se llamaban María Jesús, que ese Chesús será como el Jesús de toda la vida, pero con un aire de inequívoca pulsión autonomista, republicana y federal. Ahí tenemos a Chesús Yuste al frente de 75.000 hijos de Aragón, que son los que le han encumbrado con su voto a la dignidad de parlamentario, de diputado en el Congreso del Reino de España, manifestándose con toda su lisura, que es mucha, y con el ya clásico argumentario de taberna, frases cortas y sin doblez, como gustan al pueblo llano, para establecer un inequívoco paralelismo entre la tauromaquia y Auschwitz. Tremenda la denuncia del fino Chesús para solaz de los 75.000 aragoneses que echaron a la urna sacrosanta el papelito en el que ponía ‘Chesús’, con la que da un tremendo aldabonazo a las conciencias y pone las cosas en su sitio echando al asador todo el sanchopancismo que le cabe, que es mucho, al emparejar los letreros de la entrada “Arbeit macht frei” y “Plaza de toros”, que son la misma cosa para Chesús. Y así, según Chesús, el doctor Padrós es el doctor Menguele, Himmler, Liebehenschel y Baer son Muñoz Infante, Enrique Ponce y Cayetano, el ‘Bloque 11’ es el tendido 7 y Otto Moll es Florito... para qué seguir, si la fina sensibilidad de Chesús avalada, para que se le haga caso, por el papelito de sus 75.000 hooligans, es capaz de apiadarse de la vida de un animal hasta el extremo de llevarla a su molino travestida en términos de puro esperpento al ponerla en repugnante y banal término de igualdad con el horror neto, con la infamia del asesinato masivo, premeditado y a sangre fría, con la lesa y hedionda abdicación del más ínfimo sentido de la Humanidad.

Y a la vera de Chesús, el plumilla también a lo suyo. El de esta semana se llama Manuel Rivas y escribe en el mismo diario que Joaquín Vidal ennobleció con su pluma. El hombre se presta a la ignominia de escribir en español para que se le entienda mejor y titula su columna, espléndidamente, “Oooolé” (sic), que él acaso sabrá lo que pinta ahí ese acento en la e. En sus letras, valientemente, premoniza sin otra apoyatura documental que una rápida mirada al forro de su propia bolsa escrotal, que a partir de ahora “se van a aumentar las ayudas y subvenciones oficiales a los festejos taurinos”. Si lo ha dicho don Manuel, punto en boca, que él sabrá por qué lo dice amparado por una cabecera tan conspicua. Con finura extrema y con un desconocimiento culpable de lo que algunos grandes escritores, mayores incluso que Manuel Rivas, han publicado, hasta en su propio diario, se enreda el hombre en lo que él llama el ‘arte de morir’, que es una incomprensible interpretación que hace el eximio literato nororiental del concepto de la ‘suerte suprema’ y aunque el buenazo de Manuel pone en su articulillo, como aval de saber de lo que chana, el nombre de Cossío, mucho nos tememos que el perillán de Rivas habla del polígrafo a humo de pajas, como conviene a la contemporaneidad.

Me gustaría haber conocido a Manuel y a Chesús en sus tiempos de estudiantes, en la Facultad, caso de que hayan ido; me encantaría haber tenido la suerte de asistir a sus conversaciones en los bares, de haber podido ser testigo de sus previsibles porritos, de sus juveniles justificaciones de la Eta anterior a las elecciones del 75, de sus razones sobre el Frap, de la necesidad del benegá, de sus valerosas denuncias contra el ‘fascismo’ finisecular, haber vivido en primera línea todo ese cansino déjà vu con el que machaconamente se van construyendo las inanes biografías de tantos políticos y periodistas, contemporáneos forjadores de opinión. De esa opinión que comúnmente se circunscribe al hispánico deporte de decir a los semejantes lo que deben hacer; que el español es criatura que siempre está dispuesta a decirle a sus compatriotas, les importe o no, ‘lo que hay que hacer’. Bueno, pues parece que, según estos, lo que hay que hacer es atizarle al toro que, a fin de cuentas, el pobre ha nacido para el luto y el dolor.