martes, 14 de mayo de 2013

Pepe




Hughes
 
El fútbol es tan inagotable que ayer vimos una fractura de banderín.

En un lance del juego el juez de línea, con la fragilidad propia del estamento, cayó (los árbitros siempre caen cómicamente) y rompió su banderín. Es la primera lesión de banderín de la historia. Es un artilugio que también se ha modernizado.

Antes se había lesionado Varane. Tan cerca la final, quizás Mourinho debería levantar el castigo a Pepe. Y no sólo por la Copa, sino porque su traición ha sido, como todo en él, más ruido que nueces.
 
Para empezar, la traición es algo normal. Cambiamos de chaqueta más que Arturo Fernández y Pepe, al subirse al carro de los amigos de Íker (al querer ser uno de esos amigos invariables que tiene en Móstoles) ha teatralizado, asumiendo la condición expiatoria del traidor, lo que haremos todos, equipo y afición (¡yo mismo!). Porque lo que define a Pepe es ser estrepitoso. Si se equivoca, Pepe lo hace sonoramente y a destiempo y su traición ha sido como sus patadas. Es parte de su naturaleza, de su primaria exuberancia.

Para bailar el chotis hay que ser veleta y el Madrid es un club con mecanismo de chotis. Girar y girar para estar cada verano en el mismo sitio. El chotis, vals para pobres, requiere mucha girovagancia.

Si Mou ha sabido vivir con Pepe, ahora debería entender que no podía traicionarle de otro modo.