miércoles, 8 de mayo de 2013

Elegancia

Museo del Traje
Marbel
 Vestido de fiesta de encaje chantilly negro sobre doble transparente
 de tul y de seda color crudo,con escote palabra de honor y cola redondeada,
 tiene tirantes y recogido de falda en terciopelo negro,
 cierra con cremallera en el centro del espaldar.
 Etiqueta: MARBEL, Lista 25 1950-1959
 Donación: de Beatriz Lodge de Oyarzábal


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    En los bares castizos vuelve a hablarse de elegancia, y para representarla dicen que a Madrid viene Ancelotti, que es elegante… porque gasta zapatos italianos.

    Qué importantes deben de ser los zapatos en el fútbol.

    De hecho, a Jesulín (el de Ubrique) lo que más le gusta de las mujeres son los zapatos.
    
En fin, que lo que en Benedicto XVI resultaba una ofensa al Evangelio, los zapatos italianos, en Ancelotti son la eclosión de una elegancia.

    La elegancia de llamarse Ancelotti. Como la elegancia de llamarse Manuel, que Gerardo Diego atribuía a Manuel Machado, cuya poesía le ponía en un brete: el brete de no saber con qué acento recitarla.
    
Pero con la crisis la elegancia no va a consistir tanto en el arte de llevar zapatos como en el de quitárselos. Ya empiezan a verse esos tiorros en chanclas que en las terrazas, al cruzarse de piernas, te ponen la uña en la boca como un Bambino que alípede te cantara:

Tienes la línea de tus labios fría.
    
Volvemos a ser nación elegante al estilo de Marañón, que dijo que la única elegancia que queda en el mundo es la pobreza, aunque no veo yo la forma de hacer pasar por pobres (es decir, por elegantes) unos zapatos italianos en las moquetas del club más rico del mundo, que es el Madrid.
    
¿Un modista puede dar elegancia? –preguntó Ruano a Marbel, detractor de Dior y discípulo de Paul Poiret (“J’ai un petit espagnol avec moi qui me surpasse”).

    –No. No puede más que vigilar la cursilería.
    
Y ya tenemos el lío. ¿Somos elegantes o somos cursis?
    
Para Ruano ser una criatura elegante exigía casi todo el tiempo de una vida, que por eso falla la elegancia en la vida contemporánea, arruinada por la angustia de los arribismos urgentes, por el escaso estímulo que tiene ser elegante en un ambiente triunfalmente zafio.

    –Ser elegante es más saber perder que aprender a ganar.
    
Tampoco me extrañaría que fuera eso lo que anda buscando la prensa en los zapatos italianos de Ancelotti.