lunes, 13 de mayo de 2013

Cuento de la buena pipa


 
Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Si la guerra del té nos trajo la independencia de los Estados Unidos, la guerra de la pipa (“Helianthus annuus”) podía habernos traído la independencia del Real Madrid.
    
Porque (dentro del estadio), como cree la juventud tuitera, el corazón madridista es una pipa.
    
Y la independencia del Real Madrid pasa por la de su entrenador.
    
El entrenador ha sido sagrado para nosotros –dijo siempre el patriarca Bernabéu–. Es, simplemente, aplicar el principio de autoridad.
    
Lo malo era aguantar a la prensa: “Lo que más daño nos hace es la poca preparación de los periodistas. Es una lucha perdida: al final, la vida es muy larga, te esperan y te dan como a los conejos”.
    
Bernabéu hubo de vérselas con Antonio Valencia, Ramón Melcón y, “¡ojo al dato!”, José María García, para que luego Mourinho se queje de la prensa, algo, por cierto, que han hecho todos los entrenadores desde Bernabéu.

De Jupp Heynckes, días antes de ganar la Séptima (“Hace mucho tiempo que la prensa me falta al respeto como persona y como profesional”), a Manuel Pellegrini (“Las críticas nunca me han importado porque soy muy autocrítico. La descalificación, mala fe e insultos sí me importan. Contra la mala fe es muy difícil hablar”), pasando por los vetos de Toshack y Capello y, desde luego, por el monólogo de Del Bosque:
    
Parece que hay gente a la que no le interesa mi cara; que no le gusta mi forma de ser, la normalidad. Hay ciertos medios a los que les interesa más alegría, más declaraciones, que el Madrid no sea un club sereno... Me joroba porque parece que del fútbol habla todo el mundo, que todo el mundo es analista. Los peores son los ex árbitros y los ex jugadores.
    
La solución es un entrenador-periodista como Valdano, o… ese “cirujano de hierro” que el piperío, que lo ha oído al subir por Joaquín Costa camino del Bernabéu, reclama con su “¡ya está bien!” de cuando se le acaban las pipas.
    
Dos veces se buscó a un cirujano de hierro castizo, Camacho, que dos veces salió corriendo al ver lo que salía por la puerta del toril.
    
Y fueron a buscar a otro cirujano de hierro, pero ahora que fuera glamuroso. Se llamaba Mourinho, quien en lugar de entonar el “¡Me voy, me voy!” del Conejo Blanco de Carroll, se plantó como el adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras, el de la Cantata de Los Luthiers y exclamó: “¡Mi honra está en juego y de aquí no me muevo!”
    
No sé si aún se podrá mostrar interés (siquiera literario) en el personaje sin incurrir en confesión de fascismo: un amigo de Burgos me pregunta que a ver qué es, si no, lo que ese hombre ha hecho con Casillas.

    Estoy por responderle que lea a Kant, filósofo de acrisoladas virtudes que en España, me dicen, sólo Ramoncín ha leído, pero le dejo la historia de Juanito Alonso, cinco Copas de Europa, con Bernabéu:
    
Llegamos al hotel a cenar. Lesmes y yo pedimos carne. El camarero tardaba y nos fuimos a la habitación. A don Santiago esto le sentó mal. Y desde allí mismo puso una conferencia a Argentina y fichó a Domínguez.




¡KANT, ESTÚPIDOS!
    Como ocurría con Buffalo Bill en su gira por Europa, al análisis del extraño Mourinho se han presentado psiquiatras, primatólogos, y ahora, un Experto en Liderazgo y Comportamiento Organizacional que ha emitido su dictamen: “A Kant, Mourinho no le ha leído en su vida”. Así que, si para torear como José Tomás ya había que leer a Hegel, para entrenar ahora al Real Madrid hay que leer a Kant, circunstancia pasada por alto y que explicaría el fracaso del tándem Camacho-Arsenio Iglesias en el banquillo de Chamartín.



Morata de Tajuña
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