El Apóstol ha decidido que en su año, para variar, haga sol, y la ciudad santa nos recibe radiante de claridad, bullente de peregrinos y alegre de muñeiras callejeras. El Obradoiro es una fiesta. Se abrazan la vieja andarina al nieto agotado, la novia entusiasta al novio que sacrificadamente le lleva el petate, el japonés con gafas a su japonesa con gafas y así.
Los peregrinos se tumban exhaustos y sonrientes en la plaza, empapando de sudor la piedra centenaria. Apoyan la nuca en el macuto y se quedan contemplando la prodigiosa fachada barroca. “¡Qué bien hecha está!”, comentan, y se tiran así una hora. La cola para entrar a la catedral dobla la plaza como si se tratara del INEM, y la oficina donde te sellan la compostelana alardea de una hiperactividad que ya quisiera nuestro Consejo de Ministros. Por cierto que corre el peligroso rumor de que a Bibiana Aído puede hacerla Zapatero superministra de Igualdad, Sanidad y Trabajo en la próxima crisis de Gobierno. No lo permita Santiago.
Los turistas compran camisetas con la leyenda: “El dolor es temporal, la gloria eterna”. Tienes más futuro que un podólogo en Santiago, cabría decir. Las terrazas se abarrotan de caminantes que anhelan un merecido homenaje de pulpo y vieiras tras demasiados días atracándose de vulgares bocadillos. Emociona pensar que los peregrinos vienen llegando a esta plaza desde la Alta Edad Media sin interrupción, y pese a los siglos el Camino triunfa como nunca en la demanda popular. Sus albergues modestísimos superan en ocupación a los resorts. Hasta el ateo más recalcitrante advierte en la peregrinación compostelana una hondura inexplicable y se abraza al Santo sin saber muy bien por qué, con una incongruencia redentora.
Al ver brindar a dos tunos se nos ocurre que hubiera sido bonito estudiar aquí la carrera, o sea, no estudiarla y pasarse de pellas los cinco años personalizando las viejas leyendas universitarias. Hubiera sido bonito ligarse a una gallega de dulce acento gallego, por ejemplo. Galicia es tierra literaria, y ha dado prosistas como la Pardo Bazán. No se acostaba nunca sin escribir sus 15 cuartillas diarias, se enemistó con Clarín -que llamó a una de sus heroínas “jamona atrasada de caricias”- y se echó de amante a Galdós, a quien le puso los tochos con Lázaro Galdiano. Valera vetó a la gallega la entrada en la RAE -“La circunferencia de Doña Emilia no cabe en el sillón”, murmuró el muy mamón-, la misma Docta Casa que hoy acoge a Cebrián y a cuya petición de ingreso replicó Camba:“¡Si yo no quiero un sillón, sino un piso en el centro!” Una página de la Pardo ha hecho más por las mujeres que siete ministerios como el de Bibiana.
(La Gaceta)