Jorge Bustos
Tanta historia para esto. Llega uno a Marivent sintiéndose un Ayman al Zawahiri en el hall del Pentágono; recita su nombre, cumpleaños, grupo sanguíneo, preferencias musicales y nota de corte de la Selectividad; abandona el estuche del portátil en manos de un quarterback trajeado que lo arrastra dos veces por el aparato de rayos X, no vaya a ser que la sospechosa forma cilíndrica de un boli Bic corresponda en realidad a un Tomahawk de bolsillo; soporta el primitivismo del jefe de seguridad más borde que encontraron los de la Casa Real, en un afán incomprensible por fomentar el republicanismo mediático; y sacrifica su piel a la canícula durante hora y pico hasta que al fin el todoterreno de la Primera Dama, que por su importancia parece la última, aparca a la entrada del palacio, donde ya esperan Don Juan Carlos, Doña Sofía y Doña Letizia. Y en dos minutos se han hecho la foto, sin más incidencia que el travieso desafío al protocolo emprendido por la niña Sasha, que pasaba de perder protagonismo, lo mismo que Tomás Gómez, o sea. En la recepción de ayer, la noticia se circunscribía al tutú de Sasha y al perímetro de Michelle, sentenciada por las reporteras presentes con un: “En su línea”.
“¡Qué tiempos aquellos en que el Rey nos saludaba y se quedaba un rato a charlar con nosotros!”, comenta una periodista veterana en lides regias. Es una copla recurrente en los días que lleva uno aquí. Algo huele a mostaza en la Familia. Se dice que Letizia se quiere ir porque no descansa bajo los focos insomnes de los paparazzi que infestan la isla. Una cosa por el estilo le ocurrió hace una semana a Leire Pajín, a quien le pasaron una llamada de un periodista que se había enterado del hotel mallorquín en que se alojaba. Leire se cabreó tanto por ver destapado su incógnito que abroncó al conserje y se marchó ipso facto del hotel. Que la inanidad mejor pagada de España quiera pasar desapercibida es como si el Pocero se enfada porque lo llamen para La Noria en vez de para el Club Bilderberg. Ya le decimos desde aquí a Pajín que no se perdió nada marchándose, que ni el Rey es Zapatero ni Michelle su santo esposo, lo que en el juicio de la filósofa de Ferraz limita el acontecimiento planetario a mero agujero negro, nunca mejor dicho.
Concluyó la regata y se marchó Michelle. ¿De qué hablar ahora? Pues de Mar Salada, la discoteca que lo peta por aquí, una suerte de Gallería Uffizi donde deben ustedes poner carne broncínea en el lugar del mármol de Carrara, no sé si me entienden. Acudí camuflado en las filas de un clan ovetense, con estricto interés informativo, pero sucedió lo mismo que en Marivent: nada demasiado digno de ser contado.
(La Gaceta)