sábado, 18 de enero de 2025

Guerra Civil


Brennus


Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


En la batalla de Allia, 386 a.C., el ejército romano sufrió una derrota aplastante ante el jefe galo Brennus en las riberas del río Allia, al norte de Roma. A partir de entonces, dice Nicholas Hobbes en su “Militaria”, se consideró que el 18 de Julio traía mala suerte.


Sobre el 18 de Julio, Ruano, que gracias a la casualidad, que es la décima musa, estaba en Roma, anotó en sus Memorias: “Me buscaron en Madrid con la poca elegante idea de quitarme de en medio, idea a la que contribuyó con entusiasmo el diario ‘La Tierra’, a cuyo director y a cuyo redactor-jefe traté años después en París como si nada de esto hubiese existido. Era uno tan ingenuo que no se explicaba estos odios entre profesionales. Después, por comodidad interior, he procurado seguir sin explicármelo. Que el populacho desbordado pueda hacer barbaridades, horroriza, pero se comprende. Que más o menos un compañero y una persona de cierta similitud de simpatías y diferencias con uno denuncie y procure nuestro asesinato, lo llena a uno no de ira, sino de profunda estupefacción entristecida.”


Y, sin embargo, arrecia la nómina de españoles dispuestos a seguir viviendo del 18 de Julio, que tan mala suerte dicen que trae desde el siglo cuarto antes de Cristo, a raíz de la batalla de Allia.


El ex pobre Gamoneda, poeta de cámara de Zapatero, ha sacado a la calle “Un armario lleno de sombra” que ha estremecido a sus amigos.


Muñoz Molina anuncia para el año que viene una novela que “ocurre entre septiembre de 1935 y octubre de 1936”, para ayudar a los españoles a “asumir como demócratas” (?) lo que pasó en la Guerra Civil, que en su modalidad “preventiva”, como sostiene Gustavo Bueno, desataron los socialistas en octubre de 1934.


Diego Carcedo, corresponsal de la TV de Franco en la Lisboa de Salazar, pide la palabra con “El niño que no iba a misa” para denunciar que el maquis, que, al parecer, combatía por la democracia burguesa y liberal, es la víctima más importante del pacto de la Santa Transición.


Y Almodóvar –enzarzado con Boyero en una controversia a lo Perrault con Boileau– revela que la Guerra Civil “es un tema muy cercano” (?) sobre el cual “ya estoy escribiendo” (?).


¡Jesús, José y María!


A veces –confiesa Cocteau, algunos hombres de negocios se sorprenden cuando les explico que el prestigio de algunos de sus congéneres se debe más a una poesía secreta que se expresara en cifras que a su habilidad para timar a sus semejantes.

Un día de furia



Hughes


En un artículo reciente en la sección Ideas, Javier Bilbao hacía un balance de los años 90 y salvaba el cine norteamericano.


La nostalgia quizás nos ciega con muchas cosas de esa década, pero no con el cine, probablemente mejor de lo que recordábamos.


Las películas de entonces, vistas ahora, nos ofrecen a menudo una comprensión nueva. Simbolismos que se abren como higos frescos…


Un ejemplo es la película Un día de furia (Falling down), del año 1993 (la pueden encontrar en Netflix y Filmin).


Algunos la recordarán como la película en que Michael Douglas se parece más a Ortega Cano. Otros como aquel film en el que un hombre ordinario estalla, sin paciencia para aguantar todas esas cosas que de manera normal aguantaríamos…


La película queda en el imaginario como posibilidad antisocial, como posible liberación individual.


Pero la película es mucho más que eso y tiene algo profético. Se diría que es una película alt right dos décadas antes. En EEUU ya ha sido valorada como tal, pero (humildemente) no han agotado las posibilidades de la película, su naturaleza y riquezas anticipatorias…


Y es curioso, porque el director, Joel Schumacher, era considerado un ‘liberal’, un demócrata, pero la película es un artefacto trumpiano mucho antes de Trump. Y digo Trump por ser una forma reconocible de encapsularla, porque va más allá.


La película es una odisea. El personaje de Michael Douglas (William) quiere volver a casa. Sale del coche en pleno atasco para volver caminando, aunque ya no es su casa. Y nadie le espera, más bien al contrario. Era su casa. Ahora es la casa de su ex mujer, donde ella vive con la niña de los dos. Es su cumpleaños y quiere felicitarla.


La película es un periplo de obstáculos a través de la ciudad de Los Ángeles, y esos obstáculos aparecen como niveles de crítica…


William no sale armado. Sale de casa con un maletín con un sándwich y un plátano. Las armas serán las que encuentre en cada fase, como pantallas de un videojuego.


Primero, la tienda de un coreano. Allí comienza a perder la paciencia. Solo quiere pagar y comprar un refresco. Aparece una crítica que se diría xenófoba. «Vienes a mi país, te llevas mi dinero y no hablas mi idioma». William (Douglas) recuerda con nostalgia los precios de 1965 y destroza el local con un bate.


Después se encuentra con pandilleros ‘latinos’ en un descampado. Repele su hostilidad con más fuerza. Territorialidad. Luego su respuesta será aún mayor.


También criticará a los bancos, que marginan a los «económicamente no viables», como él.


Después manifestará su ira con las obras públicas, entendidas como un irritante subterfugio para la explotación fiscal. Hay una crítica liberal a la intervención y los programas de gasto público. Contra las obras usará un obús. Ahí es donde se hace violento, bordeando el terrorismo libertario.


Pero el personaje no es un ultra. Tampoco un racista. Se siente reflejado en un negro «inviable económicamente», y cuando dispara el obús lo hace ayudado por un niño también negro con el que siente una empatía instintiva.


También tiene un episodio con un nazi, en el que hace explícita su ideología. Rechaza con asco y violencia al fanático (y con ello, las tentaciones políticas europeas). «¡No somos iguales! Yo soy norteamericano. Creo en el derecho a la libertad de expresión y a disentir».


Su ira es distinta. También se manifiesta, en el episodio de la hamburguesería, contra el absurdo desquiciante del mundo corporativo cuando quiere desayunar y no le dejan. La imposibilidad incluso de consumir. La intranquilidad incluso en la dimensión menor de consumidor…


William/Michael es como un Quijote que va tropezando con aspectos de la vida moderna ante los que se rebela.


Así llega al campo de golf, que atravesará en un incidente con ricachones que juegan vestidos como seres cómicos que parecen representar al viejo partido republicano y a unas élites abusivas e insolidarias encerradas en su campo-fortaleza.


En su recorrido, William atraviesa espacios vedados, territorialidades que se le niegan, hasta su propia casa inaccesible. Espacios privados y no tan privados que se le han cerrado. Su caminata es una recuperación, una reapropiación (¿de su propio país o de un lugar público y común perdido?) que culminaría en su casa-excasa, donde también se custodian sus recuerdos, su identidad completa cercenada, a la que solo puede acercarse como criminal.


Todo lo rechaza abiertamente el protagonista, con una hostilidad sincera que, décadas después, ha tomado forma de discurso político. La vemos y la película nos parece actualísima. Parece mentira de tan actual, como si su existencia escandalosa solo pudiera explicarse por criticar cosas que entonces no se veían del todo.


Schumacher se adelanta, como en una película de ciencia ficción.


Pero hay más planos en la película.


Todo lo hace por llegar a casa, donde su mujer no le quiere. Hay una asombrosa crítica del feminismo, de la situación del hombre ante la mujer. La ex mujer (Barbara Hershey) le ha puesto una orden de alejamiento que ella explica al policía que acude a protegerla. El juez «quiso dar ejemplo con él». El diálogo es más o menos así:


-¿Bebe?


-No


-¿Le pegó?


-No


-¿A usted no?


-No exactamente


-¿No exactamente?


-Lo haría, creo


-¿Cree?


La película nos hace creer que es un maltratador, y eso mismo piensa el personaje que como némesis o contraparte también empleará su último día en encontrarlo (Robert Duvall). Nos hacen creer, se cree oficialmente incluso, que es un maltratador, pero no ha maltratado a nadie y solo tenemos suposiciones que no se confirman nunca.


La condición de maltratador no se demuestra. Al contrario. Hay detalles como la actitud cariñosa del perro, los pixeles de autenticidad amorosa del vídeo que queda como un pedazo forense del pasado; su sacrificio final para arreglar el futuro de su hija…


La crítica a la actitud de la mujer y al sistema oficial de validación de su relato es asombrosa, y parece escrita en el siglo XXI y hasta para la propia España. Ni siquiera seríamos capaces de imaginarlo ahora. De decirlo. ¡Una película de 1993 va donde nadie ha ido!


La actitud ante la mujer distingue y a la vez emparenta a los dos protagonistas, Douglas/William y Duvall/Prendergast. Uno vive alienado con su madre, el otro con su ex. Los dos privados de descendencia. El uno por decisión judicial, el otro por esterilidad de ella…


Su sumisión acaba el mismo día. Douglas/WIlliam se rebela en esa jornada odiseica y Duvall desobedece por fin a la mujer para reafirmarse en su papel de policía.


Los dos se enfrentan al final en una especie de duelo clásico del Oeste. Douglas habla con dolor sardónico. «De repente, ¿soy el malo?». Y en ese duelo, invertido, paradójico, que no puedo revelar (por consideración al espectador) donde se han asignado los papeles, parecen enfrentarse no solo dos Estados Unidos y dos formas masculinas, sino dos actitudes ante la verdad y la realidad. Uno, despierto, despertado, con la amargura del que creyó y ya no; otro reafirmado cínicamente en una representación poco apasionada de las cosas. La vida, o la vida americana, es para el segundo. Para el primero no. Al primero le queda la salida trágica.


La verdad late enigmática en el vídeo que se queda puesto en la televisión, en la escena final. Muy de los primeros 90 esa fe en la pantalla y en una verdad latente en el vídeo…


Pero si todos estos planos de interpretación no fueran bastantes (y muchos más que yo, humilde plumilla, no puedo atisbar) aun queda otro poderosísimo que recobró actualidad hace unos días: William/Michael es ingeniero. Es un ingeniero que trabaja para la industria del armamento. Su empresa le ha despedido. Y él hacía bien su trabajo. No solo hacía su trabajo, sino que se lo creía. Su matrícula era D-Fens y vivía, y eso lo cuenta la madre, en la fe anticomunista. Ayudaba a fabricar armamento para derrotar a  la amenaza soviética. Esto daba sentido, trascendencia política e histórica a su trabajo.


La película es de 1993. Hace poco ha caído el Muro. El protagonista trabaja para el Complejo Militar Industrial, que le abandona, le deja en la estacada. La utilidad de su trabajo, contener al comunismo, tampoco es ya creíble. «Soy económicamente no viable». Él, al final, habiendo hecho todo lo que le dijeron, queda en el paro, sin mujer, sin poder acercarse a su hija, perdido en una ciudad hostil, llena de obstáculos públicos, de dependientes robotizantes, élites insolidarias o extranjeros que maltratan su idioma, quieren su dinero o le imponen territorios inaccesibles… Él no es racista, ni es ultra, cree en la Constitución americana, se reafirma en ello. Es la realidad la que se ha separado, se ha distanciado de un modo pesadillesco.


Su duelo final con Duvall, que juega a clásico policía/vaquero americano, reintegrado al servicio tras liberarse momentáneamente del yugo de su mujer, enfrenta varias visiones opuestas, pero una es la del papel de su país. Michae/William cree en unos principios traicionados.


La inversión es doble, un tirabuzón, porque Duvall es un cínico, un cínico dulce, no cree en gran cosa, pero Douglas sí. Douglas se creyó la historia, la justificación, el sentido. Él necesita una gran historia de salvación personal que, fallando todo lo demás, encontrará en el sacrificio.


Pero quedémonos con algo más… Ese personaje decaído (falling down dice cosas que un día de furia no) que remonta el vuelo brevemente con una explosión de ira final, de ira reactiva, parece anticipar una derecha traicionada y un tipo humano: un americano pos1945, con pelo cortado a cepillo, lealtades y temperamentos de posguerra, su sistema de creencias, su sentido casi metapolítico, y su capacitación ingenieril…


Recientemente hemos visto y leído sobre la necesidad americana de ingenieros. Hay más comparativamente en Rusia, China o incluso Irán. Que la subjetividad en crisis que cae/explota en la película sea un ingeniero y que sea abandonado por el Complejo Militar Industrial a principios de los 90 (el Fin de la Historia) adquiere un sentido profético y hasta poético.


La caída de Dougla/William, apodado D-Fens en su matrícula (también renuncia al coche, el vehículo de libertad clásica) parece anticipar la crisis del americano en el momento inaugural de lo globalizado y neocon. Schumacher cuenta la crisis de la mentalidad americana y el hombre de posguerra al llegar los 90. Su mundo mental  y espiritual entra en colisión con el ambiente, con las nuevas condiciones, en una crisis que se manifiesta ahí y tardará un tiempo en articularse… Esa psique sufre en el nuevo país. No tiene sentido. No tiene lugar. Tampoco es casual que el espacio de esa crisis sea Los Ángeles, la ciudad de mayores alcances distópicos de la vida norteamericana…


El corpus político e ideológico que había sido el de Michael/William se estiró argumentalmente las décadas siguientes, pero sobre su crisis y sacrificio.


Película fastuosa, reveladora, inagotable en su profundidad histórica y atravesada de algo ominoso, incómodo, sudoroso, alegórico y triste que como un ruido de fondo nos incomoda y fascina…


El cine de los 90 gritaba por su época y avanzaba la nuestra.


Leer en La Gaceta de la Iberosfera 

Sábado, 18 de Enero

 


Sidney

viernes, 17 de enero de 2025

El Sepu de la mentira


Sepu, en Gran Vía

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Como Neruda fuera el Sepu de la poesía, el siglo veinte fue el Sepu de la mentira, y el siglo veintiuno, la liquidación por derribo del Gran Chiringuito Liberalio (palabra, “chiringuito”, importada por Ruano de Cuba, donde se usaba para pedir un café: ¡el cafelito de Juan Guerra!), con sus mal llamadas “democracias liberales” (ni democracias, pues no separan los poderes, ni liberales, pues impiden la libertad política) convertidas por la corrupción absoluta en patocracias terminales para las que no hay remedio. Fenecen de muerte natural. Thomas Bernhard lo vio como lo que era, nuestro mejor fox terrier de pelo duro:


El hombre no ama la libertad, todo lo demás es mentira, no sabe qué hacer con la libertad; apenas es libre, se dedica a abrir cómodas de vestidos y ropa blanca, a ordenar viejos papeles, va al jardín y escarba la tierra, o anda sin sentido en cualquier dirección y lo llama paseo.


El mundo de 1945 se levantó sobre una mentira piadosa (la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira, dijo Revel): la resistencia de las naciones continentales al fascismo. Este cuento alimentó la industria de la guerra cultural (reducida a propaganda): el Mal como invento de la Komintern de Willi Münzenberg contra el Bien de la Cia de Michael Josselson en pos de un mundo de izquierda no comunista (es decir, ni socialismo ni democracia, ¡la socialdemocracia!), el mundo más mentiroso que hayamos conocido, de la guerra de Iraq a las violaciones de Rotherham, pasando por las elecciones a la rumana.


El Estado miente en todos los idiomas… de modo que lo que dice lo miente… y lo que posee, lo ha robado: en él todo es falso –nos avisó el filósofo visionario, abrazado, llorando, a un caballo en Turín.


En esta España frivolona un juez Coke de Cullera pidió, en serio, la prohibición, y por lo penal, de la mentira, pasando por alto que el español, igual que su hijo más acabado, el mejicano, miente, al decir de Octavio Paz, por placer: “La mentira posee una importancia decisiva en nuestra vida cotidiana, en la política, el amor, la amistad. Con ella no pretendemos nada más engañar a los demás, sino a nosotros mismos. De ahí su fertilidad y lo que distingue nuestras mentiras de las groseras invenciones de otros pueblos… Mentimos por fantasía, por desesperación o para superar nuestra vida sórdida”. De ahí que el 78 se ajuste a los españoles como un guante Varadé (visto a toro pasado: “el consenso en la vulgaridad y necedad de las opiniones es necesidad social en épocas de transición del despotismo a la insinceridad del sistema político”):


La mentira política –insiste Paz– se instaló en nuestros pueblos constitucionalmente. El daño moral ha sido incalculable y alcanza a zonas muy profundas de nuestro ser. Nos movemos en la mentira con naturalidad.


Nos ha quedado un pobre país de roedores, ajeno al mundo que viene, que será lo nunca visto.


[Martes, 10 de Enero] 

Hughes. Real Madrid, 5- Celta, 2. La Copa nos devuelve a Endrick

@realmadrid


Hughes

Pura Golosina Deportiva


Pasaba la ya deportiva y radiofónica hora cero, el partido iniciaba la segunda parte de la prórroga (en la primera, el Madrid no había dado pie con bola) y ya no estaban Vinicius ni Mbappé en el campo. Se estaba jugando la Copa el Madrid con Güler y Endrick. El primero pasó la pelota al segundo que al borde del área giró y de fuerte zurdazo la clavó junto al palo, ("¡gol de Tchouamení!", gritó Rivero), como si tuviera las dimensiones de la portería metidas dentro de la cabeza. Esa es una sensación que despiertan algunos delanteros: la portería como extensión íntima, fijación.


Endrick había estado mal en los pocos minutos anteriores, y antes, en el banquillo, al ser enfocado, pareció un ser deprimido, hundido en su anorak. Un inuit más que un brasileño. Pero le dio al Madrid la eliminatoria y aun marcó el segundo de tacón. Le cuesta más no marcar que marcar.


Ancelotti no sacó a Endrick en todo el año y el fútbol, divino, lo ha colocado en el sitio. Lo que ha hecho Ancelotti es un crimen deportivo, y ahora aparece el cadáver, nos lo devuelve el océano del calendario. Endrick llegó con las constelaciones de su parte, con los astros en pompa para él, y eso lo veía cualquiera... Bueno, quizás cualquiera no, que venimos de cuestionar a Mbappé.


Aunque es comprensible lo de Ancelotti. Tiene un equipo sin centrales y con Endrick, Vinicius, Mbappé y Bellingham... y añadiríamos a Güler, que acabó abrazado a Endrick y marcó otro gol anulado por un fuera de juego capilar.


El partido había empezado sin ellos, dos horas antes. El Bernabéu pitaba a Tchouameni, el escogido, por débil, para volcar la frustración. El jugador estuvo de mediocentro y puede que robara una docena de balones o alguno más.


El Madrid jugaba mal. Eso que se llama el balance defensivo era horrible. El Madrid borda todos los balances menos ése.


El juego, a veces, era Modric buscando a Lucas. No había el juego ligado que se suele asociar al disfrute. Los jugadores se lo pensaban mucho antes de hacer cosas tediosas y Lucas, en particular, provocaba una gran irritación. La presidencia del Madrid no es nada forofa porque ningún aficionado aguantaría eso. Lo primero que haría cualquiera, en ese cargo, sería comprar un lateral. Todos endeudaríamos al Madrid para no tener que verlo apoyado en Fran García y Lucas Vázquez. Florentino es el gran presidente que es porque no siente la necesidad futbolística e incluso física de acabar con eso.


A la media hora el Madrid ya había mejorado. El gran recurso era Mbappé, que estaba finísimo, tan rápido que partía del 10 y de la lucidez del 10. En el 37 marcó un gol estrepitoso. La cogió en el mediocampo, corrió la banda izquierda, superó al defensa con una bicicleta y marcó con tiro zurdo y ajustadísimo, como si entre el poste y la sien del portero solo cupiese esa bala. La jugada venía precedida de un posible penalti de Lunin. Fue plásticamente penalti.


Mbappé estaba de dulce, y desesperaba un poco que no pudieran buscarlo más, que costara tanto meterle algún balón a la carrera...


Era al revés. Era imperio generador, que diría un buenista. El 2-0 partió de él: balón al espacio recorrible por Brahim, que asistió a Vinicius, goleador.


Vini, en cierto modo subordinado al superior brillo de Mbappé, pudo luego marcar de vaselina, y también Brahim fue entrando en el partido. Cuando caía en el césped levantaba los brazos como alguien ahogándose. Tchouameni, tras evitar un gol, era aceptado, o más bien volvía a la silenciosa indiferencia anterior.


En esos minutos el Madrid pudo haber sentenciado, pero faltó el pase esclarecedor. Lo podía dar Güler, que al poco de entrar marcó un gol (anulado) que le daba Vinicius en otra jugada nacida en Mbappé.


Empezaron los cambios. Los nuevos notaban frialdad, falta de acomodo. Enero es ingrato para el Madrid.


Bamba marcó el 2-1 tras error de Camavinga, que estuvo de fusible chamuscado en un fallo sistémico. Había torrija general, silbidos del estadio soberano. Se intuía algo y pasados los 90 minutos, Asencio, que había enardecido al clorofórmico público con algunos tacklings o segadas, se fue a por Bamba en el área con torpe exceso de energía. El penalti lo marcó Alonso, cuya elegancia nos hizo mirar de nuevo dos veces a Fran García.


El 2-2 no se lo creía el Celta, que tuvo algún ramalazo obstructivo y abrazó la prórroga con demasiado nihilismo. El Madrid en ella fue también de la nada al todo.


En unos minutos, muy concentrados al final, llegaron los goles de Endrick y otro tomahawk por la escuadra de Valverde, que iba a descansar las fibras, por fin, y acabó otra vez galopando unas transiciones mongólicas por las estepas madridistas, equilibrando sus balances postergados. 

San Antón. Titos en Gamonal

Calderas de titos ante la Real y Antigua de Gamonal 


   


Francisco Javier Gómez Izquierdo


           ¡San Antón! Día grande en Gamonal donde tiene asiento una Cofradía que ya ha cumplido más de 500 años, 522 conforme a los papeles fundacionales. Seguro que los cofrades llevan días preparando como merece y manda la tradición este 17 de enero. 250 kilos de ajos, otros tantos de cebollas, millar y medio de pimientos de Calahorra, aceite, sal, pimentones, guindillas, laurel... y por supuesto, titos. Unos 2.000 kilos de titos que recoge un agricultor de Villasidro para dar de comer en día tan señalado al "populoso barrio de Gamonal"... y a los vecinos del resto de los barrios de Burgos que también se acercan, también...


     Este año, la Cofradía concede el tito de oro a la Real y Antigua, la iglesia del pueblo que hoy ya es barrio y que allá en el siglo XI, (1.072), estaba llamada a ser la catedral de Burgos por cesión del terreno de las hermanas de Alfonso VI, Doña Urraca y Doña Elvira, a la Diócesis de Oca, obispo que venía huyendo por el empuje de la morisma.


      La historia es caprichosa y saltarina y en Burgos se construiría una catedral que admira el mundo. A tres kilómetros de Burgos creció un pueblo bajo el amparo de una Virgen Antigua guardada en venerable templo -950 años ha cumplido en 2024- y a partir de los años 60 en la Real y Antigua de Gamonal se han ido bautizando miles de burgaleses, cuyos padres acudieron a la llamada de las fábricas del Polo de Promoción.


        Nací en la Demanda y crecí en Gamonal. Como servidor, niño de pueblo, niños que fuimos a vivir a la ciudad, pero que acudíamos mucho al pueblo, miles. De San Esteban en Navidades en Castrillo pasaba a San Antón y las Candelas en Gamonal. Comíamos titos de la Cofradía y bailábamos en verbenas que ahora dicen "cutres". No comprendo por qué hay contemporáneos míos que parecen renegar de aquellas raciones de felicidad.

        ¡¡Feliz día de San Antón!! 

Viernes, 17 de Enero

 


Torezno madrileño

jueves, 16 de enero de 2025

Guernica



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Así tituló José-Miguel Ullán uno de sus chinchosos artículos: “Como el Guernica”.


Como el Guernica, ¿qué?


Repasaba la España de los noventa. El alcalde Gil y Gil, destapándose como un apasionado de la escritura: “Yo soy adicto a los bolígrafos. Tengo miles, pero escribo con los cariocas de capuchón largo que pido en los bingos.” Y la cantante Lola Flores, aquel Cristo de Velázquez cabreado, volviendo de Fátima un poquito decepcionada porque la Virgen “está en una urnita de cristal y casi no se la puede apreciar”.


O sea, todo como el Guernica.


¿Otra vez con lo del Guernica al Prado?


El Guernica sólo es una estampa taurina: el estrépito que sucede al derribo del picador por el toro, y, además, con el nuevo reglamento vasco (hasta en eso sería moderno Picasso), que aligera la coraza del jaco. El resto es leyenda.


Y he tenido muchas mujeres, pero jamás entregué mi corazón. A propósito... ¿tiene usted una leyenda? –dijo a Ruano el viejo Vargas Vila–. Si no tiene usted una leyenda monstruosa, horrible, no será nunca nada.


Sobre el Guernica ha caído, a favor de obra, toda esa leyenda que en un momento dado le permite a Arzallus encaramarse a la zarza ardiente y proclamar a los cuatro vientos, para que arda mejor:


Euskadi se lleva las bombas; y para Madrid, el arte.


El Guernica es el tótem culto de una generación de viejos que en su juventud completaron el salón de casa con un póster del Guernica encima del sofá, sin saber que Picasso tenía la superstición de lo viejo.


Siempre creemos que los que envejecen son los demás y nosotros permanecemos como al principio... Siempre me negué a ver a personas muertas.


Lo tiene contado Olano en “Picasso y sus mujeres”: Picasso jamás quiso tener cerca a un hombre de su edad, por superstición, que mantuvo hasta el final de su vida. No toleraba a los viejos.


Tenía, además, miedo a que se le muriesen dentro de casa, lo cual era un signo indudable de mal fario.


El Guernica es ya como un viejo picassiano que el Prado quiere llevarse a casa a morir. Pero no sabemos lo que quiere Zapatero, que es un hombre que mira al Guernica y dice: “No te puedes imaginar, Sonsoles, la de picadores que podrían pintarlo.”

La pueril nostalgia de los 90



Javier Bilbao


No es raro ver banderas de la 2ª República en manifestaciones y eventos por diversas causas, así que al reparar en ellas uno inevitablemente siente la tentación de preguntar a quien las enarbola «oiga… ¿pero sabe usted en qué desembocó aquello, no?». Añorar aquellos tiempos no deja de ser algo semejante a volver a subirse a un tobogán con la esperanza de que esta vez te lleve a un lugar distinto. Al menos para quien es consciente de que la historia no tiene un capítulo final al que llegar —salvo que desaparezcamos, pero entonces nadie habrá para escribirlo ni leerlo— ni cabe concebirla por tanto como una imagen estática en la que podamos permanecer plácida y eternamente como un feto en un útero cósmico, sino que es más bien un continuo evolucionar y fluir como aquel río de Heráclito, donde los males de un momento concreto fueron semillas plantadas en los años previos y lo que lució vigoroso inevitablemente termina pudriéndose. Por eso los que hemos leído, por ejemplo, el muy recomendable libro de Stanley Payne El colapso de la República. Los orígenes de la Guerra Civil (1933–1936), sabemos que Franco no aterrizó en un ovni aquel 18 de julio del 36.


En algo de esto andaba divagando hace unos días tras ver un tuit bastante viral de alguien que apelaba a la nostalgia de «una España que ya no existe» refiriéndose al año dorado de… ¡1995! Mire, pues no. Que no. Si queremos entonar con ánimo regeneracionista un Hagamos Grande a España de Nuevo, el momento de grandeza a recuperar definitivamente no puede ser ése. Entiendo que quien no vivió aquella desdichada república pueda idealizarla a su capricho (y nuestro cine ha contribuido gustosamente a ello), pero servidor sí andaba por el mundo este año del Señor de 1995 y lo recuerda sin mucha niebla en la memoria.  


De manera que respondí a aquel mensaje señalando algo para mí evidente, como era que los años 90 fueron una década nefasta de terrorismo, paro y horror estético, donde los males del presente ya estaban plenamente incardinados —aunque muchos entonces aún no lo percibieran— y, para añadir sal a la herida, los fumadores gozaban de la libertad de cultivar el cáncer de laringe propio y ajeno en cualquier recinto cerrado (luego llegó la tiranía). Las reacciones a lo dicho, que en algunos casos lanzaron conjeturas equivocadas sobre la profesión de mi madre, hicieron maliciarme que hay bastantes que no han vivido aquellos nada maravillosos años —quizá por eso los añoran, la melancolía de lo imaginario— o simplemente lo que echan en falta es su propia infancia o adolescencia. Esto último lo entiendo. De la misma manera que al decir «mi tierra» uno no alude a una mera ubicación geográfica, sino a una en la que ha vivido y en la que por tanto cada calle y paisaje lleva adherido un recuerdo que le otorga resonancias legendarias («en aquel garito me pasó que…», «en aquella salida de metro quedé con…») respecto a la ubicación temporal ocurre algo semejante, llevándonos a entrelazar nuestra peripecia particular con los acontecimientos colectivos, a la manera en que los protagonistas de Casablanca decían aquello de que el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos.  


Vale, hasta ahí bien. Pero más allá de la mera subjetividad de cada uno sí sería acertado convenir que no todos los lugares son marcos incomparables ni todas las décadas prodigiosas. Y la de los 90, analizada con un mínimo de apego a la realidad, nos salió para echarla a los gorrinos.


Desmantelamiento


En primer lugar, durante sus 6 años centrales el paro se situó por encima del 20% y máximos del 24%. Fue un periodo marcado por la crisis económica que, de nuevo, no provino del espacio, sino que respondía a un problema estructural previo. Tras la muerte de Franco y como parte de la «apertura al mundo» y «modernización» que nos trajo drásticos cambios económicos y culturales, el ingreso en la por entonces llamada Comunidad Económica Europea exigió un proceso de privatización y desmantelamiento de la industria pública franquista durante finales de los 70 y comienzos de los 80. De manera que para los 90 nos quedamos con el mango y cuatro varillas del paraguas en mitad de la tormenta. Ya se encargarían en otros países de fabricar cosas, que a nosotros nos tocaba el turismo y, ya en los años siguientes, la burbuja inmobiliaria que terminó estallando con los resultados ya conocidos…


Junto a ese desmantelamiento económico, por aquellos años estaba ya encarrilado y a toda máquina otro, el nacional. Según la narrativa oficial la España franquista había sido una piñata que ahora debía eclosionar para liberar a las identidades regionales oprimidas en su seno, en un proceso de descentralización autonómica que era visto por todo el espectro político de los años 90 como un «avance». Ahora sabemos ya hacia qué precipicio. Tras ganar las elecciones en 1996 a lomos de escándalos de corrupción socialista, pero sin mayoría absoluta, Aznar blindó el Cupo Vasco y concedió nuevas competencias para lograr el apoyo del PNV, lo que llevó a proclamar a un henchido Arzalluz: «He conseguido más en 14 días con Aznar que en 13 años con Felipe González». En paralelo se alcanzó otro acuerdo con Jordi Pujol, momento en el que el presidente popular anunció al mundo que hablaba catalán en la intimidad, así como se deshizo en elogios hacia la política lingüística y el «sentido de Estado» del dirigente catalán (lo que llegaríamos a saber luego de él, Dios Santo…), comprándole de paso todo su discurso: «He considerado siempre a Cataluña como uno de los países, de las comunidades más ricas de nuestro Estado, que aporta más de lo que recibe en términos de inversión». Así que Cataluña es un país, España es «el Estado» y había un agravio fiscal del segundo al primero. Para rematar la faena de paso le añadió el habermasiano «patriotismo constitucional» que citó con profusión en sus discursos, por el que nuestra identidad y pertenencia no se debían a una nación con siglos de historia, sino a la Carta Magna. El equivalente en el terreno patriótico-sentimental a sustituir el consumo de carne por el de insectos.


Estas cuestiones de los nacionalismos periféricos nos aproximan al que tal vez fue el elemento más determinante de la vida pública española en los años 90: el terrorismo de ETA. Recordemos el sobresalto con el que los informativos abrían con cada nuevo atentado; la cadencia inexorable con la que se cometían sin que nada pareciera capaz de detenerlos, semana tras semana, año tras año; la percepción de que por momentos era un exterminio cuando pasaron a centrarse en concejales del PP y del PSOE (se dieron casos en los que el sustituto de uno ya asesinado también pasó a serlo, tras ser sistemáticamente acosado de todas las maneras imaginables); estaban también aquella clase de atentados que por su naturaleza causaban una mayor conmoción colectiva, bien por ser figuras conocidas como Gregorio Ordóñez o por las circunstancias especiales en que se produjeron, como Miguel Ángel Blanco; todo ello, en suma, hizo de aquellos años un periodo angustioso, sombrío, donde se sucedían las noticias terribles sin que hubiera esperanza en el futuro que las hiciera soportables.


Al fin y al cabo, el ritual público con el que se respondía a cada muerte no dejaba de ser una repetitiva sucesión de declaraciones y lemas huecos sobre la democracia, la convivencia y la paz. Parecía que importase más atemperar la reacción popular, manteniéndola en un estado de indefensión continuada, de mansedumbre dentro de los estrechos límites de la consigna… Esto es algo que se hizo palpable particularmente en el caso del mencionado concejal de Ermua. Cuatro días exactos duraron los asedios a las herriko tabernas y lo sé porque estuve allí. Atisbamos fugazmente una posibilidad real de cambiar las cosas allá por 1997 y casi de inmediato todo volvió a la desangelada monotonía de los años previos. Ésa que ahora se recuerda con añoranza.


De Sarajevo a los muebles de salón


En lo que respecta al contexto internacional, la caída del Muro de Berlín y la descomposición de la URSS con la que comenzó la década de nuestro análisis dieron pie a una euforia por el triunfo de la democracia capitalista y un alivio ante el final de la Guerra Fría sorprendentemente breves. Quizá por el vacío ante la ausencia de propósito o porque de inmediato se sucedieron diversos conflictos en el mundo a cada cual más atroz, entre los que destacar las interminables guerras yugoslavas. Como corresponsal en ellas se apareció en nuestras vidas Pérez Reverte y desde entonces ya no se iría jamás (si éste no es el argumento definitivo en favor de mi tesis, yo ya no sé…). En aquel contexto fue muy significativo, también, el bombardeo estadounidense de Belgrado sin autorización de la ONU, que luego daría lugar a la instalación en Kosovo de su mayor base militar desde Vietnam y supuso uno de los ejemplos paradigmáticos del nuevo orden unipolar fundado en aquella década. Una vez más, los 90 son nuestro presente, allí empezaron a germinar los problemas actuales.


Eso es algo que también ocurre en otro asunto frecuentemente citado para reivindicar aquella década como una arcadia frente a la decadencia que nos rodea: la cuestión de la inmigración. Cerrada la industria, los sectores productivos que quedaban, como la agricultura en unas zonas, el turismo en otras y el naciente boom de la construcción en todas, por su bajo valor añadido requerían mano de obra barata. No fueron progres de pelo azul los que abrieron las fronteras —aunque hicieran su papel de tontos útiles—, pues la primera legislatura de Aznar más que duplicó el número de inmigrantes. En el 2000 (estrictamente, aún el siglo XX) tuvo lugar la mayor tasa de regularización de inmigrantes que se haya dado nunca en España, aprobándose el 97% de las solicitudes. Si le añadimos la nueva Ley de Extranjería aprobada aquel año y la aplicación del Espacio Schengen desde 1995, que abolió los controles fronterizos entre varios países europeos, todo ello terminó de configurar el paisanaje que ahora es habitual en nuestras calles.   


Por entonces ya pudieron utilizar el argumento que ya nos es tan familiar de que es necesario traer gente de fuera porque aquí no se tienen niños. En 1996 se alcanzó un valle de nacimientos que suponía en torno a la mitad de 1976 y que no se igualaría hasta el año 2018. Influyó sin duda la mencionada crisis, pero los valores y la cultura dominante en aquellos años ya eran los actuales. Cualquier esquema mental que pretenda atribuir a los 90, tal como me han llegado a decir, algo así como la sana tradición frente a la posmodernidad degenerada posterior, es puramente ilusorio ¡Eran los años de Pastis & Buenri! Recordemos que el grupo Prisa tenía un poder hegemónico en el ámbito cultural y mediático, las Spice Girls reivindicaban el «girl power» y películas como Thelma & Louise ya nos arengaban sobre la urgencia de emanciparnos del patriarcado, mientras que programas como Crónicas Marcianas se especializaron en mostrar una colección de personajes con toda clase de anomalías físicas y mentales para que la audiencia se riera de ellos. Para colmo de males esa televisión que veíamos acostumbraba a estar situada en el mueble aspiracional de todas las Charos y sus maridos Pacos que en el mundo han sido: el mueble de salón. Armatoste cuya misión era causar buena impresión en las visitas, mostrando vajilla «de lujo» que nunca se utilizaba, un ecléctico conjunto de adornos y recuerdos de vacaciones, así como enciclopedias y colecciones de libros que jamás fueron abiertos.


Pero no todo fue malo…


En conclusión, no sé cómo España pudo atravesar semejante cuello de botella, francamente. Rememorar aquella década va pareciéndose a aquella escena de los Monty Python: «En esa caja de zapatos vivíamos… ¡y qué felices éramos!». Es de justicia, sin embargo, señalar la excepción: el cine de Hollywood. Dios aprieta, pero no ahoga. Tenía una característica que lo distingue del actual y es que estaba conformado por distintos géneros: comedia, terror, cine policíaco, histórico… No eran todo superhéroes y sus hazañas. El CGI aún no había arruinado los efectos especiales, de forma que lo que veíamos en pantalla parecía real, y las historias que se contaban además de interesantes y audaces eran originales, no secuelas, precuelas, reboots y spinoffs. Son películas que siguen permaneciendo frescas y viéndose tres décadas después con más atención que casi todo lo posterior: Pulp Fiction, Seven, Cadena perpetua, Matrix, Forrest Gump…  Aun así, no me atrevería a decir que esto compensa todo lo expuesto en las líneas anteriores.


Leer en La Gaceta de la Iberosfera 

Jueves, 16 de Enero

 


Kiwi chino

miércoles, 15 de enero de 2025

Goytisolo



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Al venir de quien venía, me puse a leerlo más contento que un perro labrador: “¡El limbo no existe!”, anotaba, quitándose edad, el Preste Juan (Goytisolo) en un artículo de fondo sobre el limbo. Y luego, con una mano instintivamente levantada en señal de expectativa, leí: “Cuanto cifraba mis anhelos en un Más Allá nebuloso pero sereno, en compañía de algunos patriarcas barbudos y de trillones de niños inocentes privados de la visión beatífica (...), se vino abajo.” Conque patriarcas barbudos y niños inocentes, ¿eh? Menudo perillán, este Preste. La puntuación y las concordancias son obra, desde luego, del mismo Juan que acompañó a Cela en París hasta la cueva del padre del existencialismo, que era estrabón, a que le firmara en la etiqueta de una botella de chinchón. El espíritu de aquella humorada está presente en el siguiente latigazo de ironía existencialista:


¡Y yo, que me veía ya “in mente” en la galaxia de aquellas criaturas seráficas, libre de la contemplación tediosa del Hacedor, en un estado de indiferencia coriácea forjado por mi experiencia del Más Acá!


El resto son chascarrillos sólo al alcance, hoy, de un Suso de Toro, epígono cultural del Preste de la Alianza de Civilizaciones: limbo/Guantánamo, pecado/terror en que la Iglesia funda su dominación, riqueza y tren de vida de las altas jerarquías eclesiásticas, champán francés y trufas de Ratzinger para regar su lección magistral en Ratisbona..., y al fondo, ay, la pobreza de Jesús de Nazaret, únicamente comparables a León (Nazaret) y a Gamoneda (el Maestro).


A Peter Seewald le había llamado siempre la atención una frase que Isaak B. Singer sacaba en sus historias:


Hay un Dios en el cielo y un día tendréis que rendir cuenta.


Seewald es el periodista que, una vez libre de prejuicios ideológicos (la consabida letanía posmoderna que pone bajo sospecha todo lo que tiene que ver con la fe cristiana), se propuso arrojar luz sobre el “lado humano” de Ratzinger, “el reaccionario defensor de la fe”, como lo tenían clasificado las mafias del progreso en el mundo de los medios, pues las nomenclaturas metafóricas (vg.: cuerpo social –cerebro electrónico–, etc.) proveen de soluciones y de enigmas al imbécil, según nos dejó dicho Gómez Dávila, quien, por otra parte, también dijo:


El reaccionario no es un pensador excéntrico, sino un pensador insobornable Los reaccionarios les procuramos a los bobos el placer de sentirse atrevidos pensadores de vanguardia.

Miércoles, 15 de Enero

 



Nueva Historia de España

martes, 14 de enero de 2025

Reyes 25


Carlomagno

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Mientras la España del Santo Consenso, ese circo ambulante de seres extraordinarios, dirime quién es la Reina del Pueblo, Lalachus o Pedroche, la Nación medita en Reyes el Mensaje del Rey verdadero sobre el “Bien Común”, que en la vida real es el catalanismo, y pasa ahora por la inscripción federativa del futbolista de pelo “rubichi” Dani Olmo. ¿Qué diría el Xenius de pelo negro barcelonés?


Yo no conocí al Xenius de pelo negro –gustaba de decir Gecé sobre don Eugenio d’Ors, con su “apellido totémico del pirineo: Ursus, Ors, el de las cejas ursinas”.


Gecé lo conoció cuando ya no se llamaba Xenius y tenía el cabello gris; cuando había llegado ya a Madrid perseguido por los gritos iracundos de sus catecúmenos, que le llamaban “¡Tránsfuga!” y cosas peores. Estaban en el Instituto de España y discutían de Carlomagno. “¿Usted no admira a Carlomagno?”, pregunta D’Ors. Y dijo Gecé: “A mí, como español, es un nombre que me estremece. Me estremece como español que ama a Cataluña hasta la muerte. Como español que no olvida, a pesar de los siglos, que Carlomagno fue el fundador de la Marca Hispánica, del primer Estatuto catalán, de un Separatismo fuerista y monárquico, pero separatista”.


Carlomagno es una ensoñación en la España de Urtasun, que es una España de CI negativo donde reina, no el Derecho (¡aquélla facultad de las cosas inútiles!), sino el cojonudismo de la Arbitrariedad, con nuestros juristas de Estado arrancando páginas del Código como Groucho las arrancaba del contrato de la ópera o John Huston del guion cinematográfico, si se pasaba las fechas de producción. ¿Y el Bien Común?


En el franquismo el Bien Común fue el concepto filosófico escogido para asentar la “democracia orgánica”. De la otra, la representativa, que es la buena, en España nunca hemos tenido noticia, pero su inventor, Hamilton, la asentó sobre el concepto de “Bien Público”. Ni el “bien común” de Santo Tomás (ellos eran protestantes) ni el “bien general” de Rousseau (ellos eran de Montesquieu). Bolaños, que no ha abierto un libro en su vida (“libros no, que una vez ya le regalaron uno”, pidió la esposa de un ministro franquista a los Reyes), ha debido de decirle a Sánchez que “bien común” es “sentido común”, y eso va diciendo él por ahí a sus cabestros, que no han necesitado leer a Gramsci para saber que el sentido común no sirve para la izquierda.


Sobre “lo público”, matizaba Dalmacio Negro en sus discusiones teóricas con Trevijano que en el mundo anglosajón no hay diferencia entre lo público y lo privado (ni moral pública y privada ni Derecho público y privado…), porque ni Inglaterra ni América tienen Estado, que es nuestro caso, donde el Estado es lo público, y el resto, lo privado. Aquí pasamos del Estado de obras al Estado de desguace, en nombre, eso sí, de la concordia, o “reparto del botín, en la casi “escopofílica” visión de Ortega.


[Martes, 7 de Enero] 

Martes, 14 de Enero

 


El león en invierno

lunes, 13 de enero de 2025

Segunda Vuelta

  

Se les conoce, porque suelen ir de negro


             

Francisco Javier Gómez Izquierdo


                  Tras las Navidades vuelven las ligas y a muchos peloteros se les nota que siguen picoteando entre horas en la bandeja no retirada de los turrones y polvorones. Entiéndase que el último 20 de diciembre Fulano era mucho más rápido que éste 12 de enero y si le añadimos que a Mengano se le ve más ágil y fibroso en el mismo intervalo de fechas, lo más probable es que los Menganos se coman a los Fulanos. Ésto es así tanto en 1ª como en 2ª, destacando los jugadores del Almería de tal manera en el grupo de los Menganos, que sus contundentes argumentos los van a plantar en Primera. Me parece el equipo mejor estructurado de la categoría, sus jugadores son buenos ¿cuál es el precio de Luis Suárez? -plantillas hay en Primera bastante peores que la almeriense- y además el sistema arbitral mima sus comportamientos y castiga sin explicaciones los de los rivales. La parcialidad la he apreciado en varios partidos. Ayer, al señor Moreno Aragón, árbitro por el colegio madrileño, pero nacido en Granada y nieto de José Aragón, presidente que fue del Granada CF, se le aplaudieron al final las decisiones a favor del Córdoba a modo chirigotero en El Arcángel. Este trencilla puede arbitrar en Los Cármenes, de hecho ya ha sucedido, y como quiera que la incidencia incomoda a los rivales del Granada, el señor Moreno Aragón protesta por los malos pensamientos del prójimo hacia la honorabilidad de su persona. No. No fue el árbitro el culpable de la derrota cordobesa. Es cierto que pitó el décimo penalty en contra; otro penalty raro; otro penalty de según a quién... pero el culpable de la derrota fue el Almería, en mi modesto parecer futuro 1ª División en mayo.


       Lo más llamativo de la jornada en 2ª de ayer y noticia de telediario fue la "quedada" para "hostiarse" antes del partido entre los ultras del Almería y el Córdoba. Son inexplicables estas peleas, pero de vez en cuando suceden sin que la autoridad competente parezca "coscarse" y digo parezca porque uno ya duda de todo. "Quedan por redes", te dicen. O sea, que se chivan. Servidor cree que estos grupos asnales -bueno, aún boches- están fichados y sus elementos conocidos por la Policía Nacional y las policías locales por lo que no cabe disculpa cuando se les escabullen a lo guerrillero en los lugares de siempre y en las ocasiones acostumbradas, pongamos derbys como el Córdoba-Almería. Ya digo que no entiendo cómo habiendo tantos políticos con buenas pagas, tal que Delegados de Gobierno, Jefes de Gabinete, Jefes de Gabinete de jefes de Gabinete, asesores y demás gente con poder para ordenar a la policía, nadie advierte que los ultras ¡¡de Jaén!! se van a juntar con los ultras de Almería para darse palos con los ultras ¡¡de Linares!! que se juntan con los de Córdoba y de paso que se pegan cometer los destrozos de costumbre en la plaza de costumbre. Llegaron, destrozaron, corrieron y todo el mundo ya sabe que existen. El sitio me pilla de camino, pero cuando pasé por la plaza Moreal ya estaban los burros enfilados por la policía nacional hacia el cerradero, que no es otro que el sector alto de la esquina izquierda de Tribuna.


     Además de la pelea a la hora del desayuno en Córdoba, la 2ª nos dejó la victoria de un Tenerife que ha contratado a Álvaro Cervera, "el Gafa", un buen entrenador al que sí veo capaz de aclarar el panorama, pero tiene que hacer una segunda vuelta de campeón. El Cartagena despide a su segundo entrenador de la temporada, Jandro, cosa nada novedosa pues el Cartagena tiene querencia a despedirlos. Lo hace incluso cuando su rendimiento es de matrícula de honor: Carrión, Calero... recuerden que a Pacheta lo echaron antes de empezar la liguilla de ascenso porque lo dijo un brujo. ¡!Ah! Me da que al Mirandés lo va a mirar el sistema arbitral con un reglamento lleno de "notas gestoras" a pie de página. A mí me empieza a hacer gracia lo de "la gestión" con la que adoctrina don Mateu Lahoz a locutores y aficionados. 

Hughes. Real Madrid, 2; Barcelona, 5. Despido o harakiri

Hughes

Pura Golosina Deportiva

 

Después de la humillación en los despachos con la cautelar de Dani Olmo, la humillación en el campo. O cómo convertir la Supercopa Arábiga de España en un desastre de imagen y un varapalo deportivo serio. Varapalo es una palabra del viejo deporte. Duro varapalo. Hemos de recurrir al tono añejo porque lo vivido no tiene parangón y ni los más viejos del lugar recuerdan, ni los en los anales hay registro de tamaña debacle... vale, ya dejo de hablar así...


Pero no, no lo hay. Yo no recuerdo algo igual. Que el Barcelona te meta un 0-4 a finales de octubre, y cinco a principios de enero, que fueron cinco pero pudieron ser más.


Se cumple ahora el 30 aniversario del 5-0 con el que el Madrid de Valdano devolvió la manita, la manita tonta de Bruins Slot al Barça de Cruyff. Era un Madrid más pobre, cogidito con alfileres, pero ciertas cosas se tenían en cuenta. Pasaban muchas cosas malas, pero esto no. Esto no pasaba.


No se puede admitir la criminalidad culé, resignarse a ella, aunque eso sería otro tema, ni dos palizas seguidas de este calibre. Hay algo grave que no se debería dejar pasar (algo grave que exigiría despido o harakiri). Pero el hombre es animal que no aprende de sus errores, y si no, que se lo pregunten a Roberto Carlos, que ahí estaba en el palco como testimonio vivo.


El partido quita las ganas de escribir. El Madrid salió con orgulloso "bloque bajo", es decir, en la cuevita, aunque eso no evitaba las llegadas del Barcelona, que fueron inmediatas y ya no dejaron de llegar. Pudieron marcar en el primer minuto, en el cuarto... lo evitaba Courtois y entonces no parecía muy grave porque el Madrid marcó con un golazo de Mbappé, un contragolpe que inició Vinicius y acabó la Tortuga como en sus mejores tiempos. En ese momento, ingenuos, infelices, pensamos que iba a ser un festival de Kylian (al que ya declaré mi jugador fetiche, al que imito cuando me visto de corto).


El gol tuvo su momento de intriga porque el VAR español introduce una incertidumbre molesta. En cada acción que rodea al fútbol español se siente el chisporroteo de la corrupción. La posibilidad. Se espera la injusticia. Es como un callejón con una farola rota. Está siempre esa sensación.


El Barcelona se apoyaba en su triángulo Gavi, Pedri y Casadó, raquitismo lleno de mala leche, concentrado generacional de postiquitaca, procesisme y laportismo. Casi ná. Pero son todos genios, todos genios.


Vinicius presionaba a ráfagas de ira. El Madrid ahí parecía estar. En el palco, con poltrona, como debe ser, Florentino y Laporta miraban el partido con compostura desigual.


Mbappé se lastimó el tobillo, fue vendado en el campo, cosa que el narrador televisivo tardó en aceptar. No pasaría nada, si no fuera el mismo narrador que ha estado callado como una hetaira (espero que se valore la finura) con todos los escándalos del Barcelona... El ínclito Carlos Martínez lleva ya casi el tiempo de Franco. Más de 30 años lleva el tenor de Tenerife torturándonos con su soniquete que sólo es empeorable cuando se baja al bar y el soniquete de Carlos Martínez se funde con el soniquete de los parroquianos regurgitando las gansadas de las Copes y las Seres... Ahí se forma un miro de sonido (Boomer Youth) que deprime, que quita las ganas de vivir poco a poco... ¿con quién hablar? ¿a quién decir?


El bloque bajo que había preparado Ancelotti era un gruyere. Era como un cubo agujereado. La expresión bloque bajo me gusta ya y la reivindico porque la veo como una unidad, como un ente, como un algo. Es una forma de nombrar, de conceptuar lo de Ancelotti, esa especie de laxa estabulación defensiva... Es un panettone táctico. Por no decir algo más feo y orgánico.


En fin, que Lamine marcó en el 22 un gran gol, de mucho swing y relajación, yéndose de Mendy, lo que tampoco constituye ya una novedad.


Con empate el Barça subió las líneas, volvía a la estrategia del fuera de juego. Bellingham tuvo una ocasión en un córner, pero el Madrid se iba debilitando. La defensa no daba seguridad y el ataque tendía a partirse.


En el 35, a no mucho tardar, llegó el penalti de Camavinga. Tonto, con dramatización de Gavi, un jugador realmente molesto y poco deportivo al que jamás nadie dedicará un solo minuto, pero penalti muy pitable, y sobre todo por el VAR, que le tenía al árbitro preparado una pausa, un frame en el que Camavinga parecía estar dándole al pequeño Calderé la patada aquella de Maradona al cráneo de uno del Athletic...


Los que tenemos ya alguna edad y memoria obsesiva (una memoria antimoderada) recordamos aquellas patadas criminales de uno y de otro. El país que vio, permitió y metabolizó eso ahora sufre porque Vinicius roza con su nudillo a Dimitrievski.


Lewandowski, con el que no me voy a parar a corregir las uves, marcó el penalti.


El 1-2 fue como si retiraran con un gesto súbito de mago la sábana que cubría el partido. El Madrid ya se vio crudamente como un equipo partido, poco estructurado, con Bellingham desaparecido otra vez y muy débil atrás, con una defensa que parece algo especial, pero especial en el peor sentido. Tiene algo de reunión de excombatientes o de handicapados. Seres muy distintos, de una heterogeneidad casi escabrosa, al límite de lo circense...


Los peores pensamientos pasaban por la mente pero era más rápido Raphinha haciendo el 1-3, con un remate de espectacularidad casi vanpersiana, tras un pase de Koundé en una soledad de Machado, una soledad germinativa. Nadie le marcaba, y quizás hubiera estado bien que Vinicius lo hiciera. Ese debería ser el debate: no si baila, no si ríe, no si se queja a la enésima falta sino la cuestión defensiva.


Pero el debate sobre la estrella del Madrid lo abre y lo mantiene el antimadridismo más enfermizo. Ese que está cerca de casa.


En ese momento el Madrid aun resistía por la acción desesperada de sus pivotes: Camalele y Makelverde, el doble pivote que sostiene la falla galáctica. Iban de lado a lado como si fueran patinando, al límite de tracción y de frenos.


Eran los dos el Makekele de aquellos galácticos. El Madrid no está en esa situación, pero casi. Está en situación cuasigaláctica. Rozándolo. El Barça hace un gran favor al exponerlo tan claramente.


Hubiera sido un gran día para otro medio. Rodrygo, que estuvo bien, no aporta tanto como para prescindir del 4-4-2.


Pero el desastre iba más allá de lo táctico. EL Madrid sacaba un córner y el córner se convertía en gol de Balde, el 1-4, una contra que consistió en medio Barça contra Valverde. Valverde, por cierto, llevaba en sus piernas el partido contra el Deportivo Minera. Se suele decir que el cuerpo y los músculos tienen memoria. Dios quiera que los de Valverde no.


En el descanso salió Ceballos, no por táctica, Dios nos libre, sino por la amarilla de Camavinga.


El Madrid pudo marcar en un tiro al palo de Rodrygo, tras gran jugada de Vinicius, que ahí se acabó y en el contragolpe llegó el 1-5, Raphinha, convertido en Pelé, contra todos. La jugada fue un bochorno general que se pudo concretar en Tchouameni, con más condiciones para ser viga del nuevo estadio que zaguero de urgencia. En él se volcaban los comentaristas, que no decían ni una palabra de Lucas Vázquez. La mitad de la defensa del Madrid son no-defensas. Defensas que no tienen ni la gestualidad de defensas.


Cuatro goles en octubre, cinco en enero y media hora por delante. La situación era grave y fue entonces cuando el genio de Reggiolo sacó a Asencio y quitó al calamitoso Lucas.


Al Madrid le podían haber caído ocho o nueve goles, y no es ninguna exageración y fue gracias a una jugada muy concreta que eso se evitó. Mbappé se plantó ante Szczesny (este sí lo he mirado) tras un pase de Bellingham y el portero le derribó como último hombre. La falta la marcó Rodrygo, con ese 2-5 que no mejora la honrilla, pero fue la expulsión lo que salvó al Madrid. No tanto la superioridad numérica, que no se aprovechó en absoluto, como que Flick retirara a Lamine.


Ahora fue el Barça, pero otro Barça, el que con diez se puso en el famoso bloque bajo, que sí le funcionó. Contra 10 el Madrid no hizo ni cosquillas. Entró Brahim, se fue Vinicius, al que sentíamos con inquietud, como ese amigo que está a media copita de poder liarla.


Estaban superados los jugadores, con caras de trauma. Dos palizones así del rival, aunque sea este rival, no deben de sentar bien.


El Madrid no hizo nada contra diez. Lo único en su ataque fueron los balones a Mbappé. Se corrigió el problema del partido liguera (algo es algo) y cada balón a la espalda de la defensa era un órdago del gran Kylian, que tuvo unos minutos finales fabulosos.


Entró también Fran García y con la luz inclemente del 2-5, luz del peor ascensor del mundo en la peor hora posible, sentimos lo asombroso que resulta que de toda la cantera, de la última década de cantera, el resultado sea Fran García. O sea, tener la cantera, pagar sus sueldos, sus ojeadores, entrenadores, sus psicólogos, nutricionistas, masajistas, tener Valdebebas, sus campos, su estructura, cientos de jóvenes sobre miles observados y que lo que te salga sea Fran García...


El Madrid acabó colgando balones a Rudiger. No uno, no. Muchos. La pregunta salía sola: ¿y ahora quién está de central? Pero no había fuerzas para contestarla.