miércoles, 25 de diciembre de 2024

El pesebre




Ignacio Ruiz Quintano
Abc


    En protesta por la política antibelenista de la alcaldesa Carmena, que eleva a comunista la persecución socialdemócrata impuesta por la Alicia de Gallardón, unos jóvenes han colocado un Niño, una Virgen y un San José en la Puerta de Alcalá.


    El comunismo y, en su día, el nazismo no han querido pesebres, sólo por una cosa que, desde la BBC de Londres, explicó a los alemanes muy bien Salvador de Madariaga cuando acababa la segunda guerra mundial: la dignificación de los humildes y la supeditación de los grandes al conjunto social.


    –Este sentido humano que no conoce colores ni fronteras es el valor más preciado de la Nochebuena: el pesebre produjo y mantuvo una corriente educadora de vigor incalculable.

    
Claro que el pesebre es de pobres, y la aria (¡el superhombre!) era una raza de ricos.


    Y al comunismo tampoco el pesebre le hace gracia, dada su idea patrimonial de los pobres: nosotros los creamos, nosotros los explotamos, y el pobreterío para el que se lo trabaja. Además, con los comunistas, por su cultura de la delación, todo es señalar, y un pesebre en el Ayuntamiento donde han entrado a trabajar en familia y por la puerta de atrás siempre les parecerá una denuncia en marcha.


    Ideológicamente, la igualdad que promete el pesebre (invento de San Francisco, a quien la falsa modestia de Bergoglio ha reducido a Paco) significa, si todos somos hijos de Dios, libertad, la bicha del comunista, que es más de solsticio, como el hombre de Atapuerca, y saco, como el papá Noel y la propia abuela Carmena, que prefiere hacer sus “transferencias normales y corrientes” (el concepto es de Rita Maestre, su portavoz municipal) como todo el mundo, es decir, con una talega en que quepan cien mil euros, por si hubiera que comprar cualquier ganga inmobiliaria que se pusiera a tiro.


    –La maravillosa enseñanza de la Nochebuena –decía Madariaga– es que el hombre no puede negar su humanidad sin caer en lo animal.
    

Pero los comunistas le llamaban “tonto en cinco idiomas”.


Diciembre, 2015

La Segunda División. 22.- Real Oviedo

Aarón, Alemao, Dani Calvo, Luengo y Jaime Vázquez

Hassán, Sibo, Rahim, Cazorla, Chaira y Colombatto


Alemao e Ilyas Chaira, los decisivos

                                  

    Francisco Javier Gómez Izquierdo

 

      Acaba el repaso a los veintidós de Segunda con el Real Oviedo, del que servidor llegó a creer se plantaba en Primera la temporada pasada. Quedó sexto; eliminó al Éibar tercero y sólo un gol ante el Español privó al equipo dirigido por Luis Carrión, gran persona y técnico cargado de seriedad, alcanzar un sueño mantenido por dineros mejicanos. Curioso el trasvase de jugadores ovetenses hacía clubes de allá y los venidos de León, Pachuca.. acá. El hijo de Miguel Bastón, Borja Bastón, último goleador del Oviedo, intenta "quebrantar redes" con el finalista de la última Copa Intercontinental.


    Así como el Sevilla tiene a Navas, al que se le homenajea en todos los campos por su trayectoria y sobre todo por su edad, el Oviedo tiene a Cazorla con idénticos menesteres, al que se le ensalza un pase y se le perdona la imposibilidad física de "volver al modo defensa" como dicen ahora los doctos en la materia. Cazorla y Portillo, otro veterano que después de quedar libre en el Getafe fichó por el Almería y ascendió, y en las mismas circunstancias pasó a Leganés con idéntico resultado. Talismán parecido al bueno de Abel Gómez, al que acaba de despedir un Recreativo al que ascendió a Primera RFEF. Se turnan Cazorla y Portillo con una manija quizá experta en demasía para Segunda, frenando la calidad de Alberto del Moral, varios años en el filial cordobés hasta que lo captó el Villarreal, y de Sebas Moyano, diez años también en el Córdoba desde juvenil y al que un fondo de inversión muy raro lo iba colocando en unas condiciones misteriosas en Valencia, Lugo..., hasta asentarse en las Asturias. Extrañísimas las peripecias de Sebas  Moyano en su salida del Córdoba. La temporada pasada estuvo importante y decisivo.


    Se ha fichado músculo africano, Sibo, del Amorebieta, necesidad que se precisa cuando en el medio hay prejubilados. A Colombatto, canchero argentino con años en el León de México no hay quien le quite el puesto; Alex Suárez, canterano, también tiene minutos. El poder del Oviedo está en el medio, pero a Javi Calleja le salva la inspiración de dos norteafricanos curtidos en Miranda, Ilyas y Hassan, con físico de carreristas rápidos y "solidarios" como se les dice ahora a los extremos que tienen obligación contractual de bajar a ayudar a lo que servidor ve más vulnerable en el equipo: los laterales. Tanto a Lemos como Luengo en la derecha, los veo... no sé... aceptar fácilmente el engaño, y Pomares o Rahim en la izquierda ídem de ídem. De los centrales, Dani Calvo es el más fiable; tres años de titular en el Tartiere, otros tres en Altabix y no sé cuantos en Los Pajaritos; el de fama es David Costas, pero veo que la va perdiendo en favor del joven Jaime Vázquez, que viene empujando.


    De México ha llegado un uruguayo, Fede Viñas -¡cuánto Federico en el Uruguay!- a presionar a Alemao, nueve brasileño que se mueve y choca como si fuera escocés, pero me da que no hay color. Los dos son puntas bregadores, de contacto, de los que cuerpean y amargan a los centrales. A Viñas lo veo un tanto pesadote y algo torpe de pies. A mí me gusta Paulino, aquel goleador de Logroñés que se fue a México, al Pachuca, y que el año pasado ya de vuelta al Oviedo coló nueve goles. Otro delantero centro fichado esta temporada es Paraschiv, rumano que se turna con el portugués Masca para intentar arreglar los partidos que no van conforme piensa Calleja.


    El portero es Aarón, canterano de Málaga y reserva en Granada y Las Palmas. Su alternativa, Quentin Braat, francés de Fontainebleu, cuna ésta que tan aristocrática suena.


   Es el Oviedo equipo hecho para disputar el ascenso, pero la Segunda es tobogán traicionero en el que reina la confusión. No son tan buenos los que lo parecen ni tan malos los que nos creemos. La igualdad se disimula hasta que revienta y está claro que nadie es más que nadie.

25 de Diciembre

 


Natividad

Tintoretto

martes, 24 de diciembre de 2024

El arte de la democracia


Roberto Matta


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Ruidajera en redes sociales porque el Centro del Cáncer, cuya directora ya evoca una entrañable figura del “Guernica”, sufraga “arte climático” con excursiones al Ártico, donde la noche, como el Presupuesto, no se acaba nunca. ¿Que qué tiene que ver el cáncer con el arte moderno? Pues lo mismo que con la democracia representativa, nada, y sin embargo no hay un solo político que, a falta de democracia política, como es el caso de España, no nos venda el arte de la democracia, que desde el 45, y por decisión de la CIA, es el expresionismo abstracto, con sede en el MOMA de Nueva York, a cuyo director, amigo suyo, acudió un día Manuel Blanco Tobío (a quien oí contar la anécdota en una cena de “Los Amigos de Julio Camba” en Casa Ciriaco) para poder visitar el Museo sin pasar por las colas del “Guernica”, entonces a la moda. “¿Pero qué espera ver esa gente?”, preguntó Tobío. “¡Ah! ¡El horror de aquel bombardeo, vergüenza de la Humanidad!”, le explicó el director.


Y entonces, ¿qué guardan para Hiroshima?


Cáncer y arte climático. ¿Por qué no? A Roberto Matta, y esto son confidencias que hizo una noche en casa del pintor Bonifacio, le importaban tanto las líneas naturales que se hizo una reserva de líneas como, por ejemplo, los huevos del piojo…


La gente no conoce los huevos del piojo, y hablo de los huevos, huevos, los que tiene el piojo entre las piernas. Y otras formas, como la enfermedad del hígado de una oveja


Trevijano decía que los mundos marcados por la guerra fría y la posmodernidad no han tenido un artista plástico de genio ni un novelista o músico que los retrate. En su soberbio “Ateísmo estético, arte del siglo XX”, advierte: si es normal que personas inteligentes piensen y actúen como bobos en el terreno político; si millones de ciudadanos son incapaces de ver la falsedad de las ideas dominantes que legitiman los gobiernos; si los medios de comunicación educan a las masas en el mal gusto y la resignación, con mayor razón debe considerarse normal el hecho de que multitud de personas sensibles y de buen gusto, no perciban el fraude, o la artificialidad, del arte abstracto y experimental, dominante en el actual mercado de famas pictóricas.


Personas cultas y sensibles, inmersas en el mundo del arte, y a las que respeto, me han reprochado mi crítica negativa al cubismo de Picasso, y sobre todo, mi falta de consideración a pinturas abstractas, tan consagradas en los museos y libros de arte como las de Mondrian, Malevich, Albers, Newman, Rothko, Reinhardt, Klein o Fontana.


Para Trevijano, el ataque metafísico a la posibilidad de arte plástico, motivado por razones ideológicas, ocurrió primero en Rusia, por artistas promotores del nuevo orden igualitario, y luego en Holanda, por la iconoclasia de un grupo de diseñadores y arquitectos calvinistas de ideología socialdemócrata, cuyo epítome, hoy, sería ese Rutte de la Otan que nos moviliza para la guerra atómica.


[Martes, 17 de Diciembre] 

El sabio y nosotros. En memoria de Dalmacio Negro



Hughes


Con su aspecto de señor japonés, de Toshiro Mifune (Quintano) que lo ha leído todo, don Dalmacio engañaba mucho; tenía a sus más de noventa años problemas de movilidad y cuando cogía o dejaba las muletas, lo hacía con unos brazos fuertes y una energía como de atleta paralímpico. Su cuerpo escondía fortalezas compensatorias, su mente era potencia sin titubeo, luz a la que no se le imaginaba final.


Dalmacio recibía casi a cualquiera, y por eso pude conocerle. En la conversación deslizaba citas, libros y autores sin pedantería alguna. Como si necesitara dejar una nota al pie de página por amabilidad, por si el otro quería comprar el libro y aprender. Cualquiera de esos libros cambiaban una vida, ordenaban una cabeza. Si vacilaba un instante en recordar el nombre exacto del autor, se lamentaba con amargura (aunque tampoco mucha) sobre su mala memoria, momento en el que uno aprovechaba para ordenar un instante las propias ideas.


Don Dalmacio no tenía la vanidad del portento. Ninguna vanidad. Su ego estaba apaciguado, su serenidad era máxima. Su jardincillo tenía, así, algo de espacio zen de depuraciones orientales. Se permitía sólo una suave socarronería. Nada que ver con el egotismo disparatado de otros, con la necesidad de sacar el yo a pasear… Él, se diría, mostraba una curiosidad auténtica por la realidad, y buscaba los conceptos, los diagnósticos, por hábito o deformación intelectual, pero sin afectación alguna, como quien no puede hacer otra cosa. No había rastro de afectación. Eso es importante.


No soy yo quién para hablar de él, pero hay algo que quiero dejar claro torpemente: si sus libros eran pura sabiduría, su actitud era también la de un sabio: una absoluta humildad real, una modestia que, si al principio pasmaba, sorprendía, luego ayudaba mucho a allanar el trato con el maestro admirable.


Vivían en él, a la vez, el discípulo, que lo fue, de Luis Díez del Corral y de otra forma, por fulguración, de Javier Conde, y el maestro de un grupo amplio, amplio en principio, aunque luego más selecto, si uno se fija bien, más escogido, de personas en seminario vivo de amistad.


El páramo no era tal páramo y Negro bebió de lo que, en su opinión, era la más importante generación de pensadores políticos vivos de Europa. Esa línea, schmittiana y quizás un poco orteguiana, también zubiriana, se adensa en él y se concentra, sobre todo, en el estudio del Estado.


Aquí, donde todos nos comemos al Estado, vivimos del Estado, somos zumbante Estado colmenero, donde hemos concentrado la picaresca y la negrura, la mafia y la ideología en ocuparlo, había alguien que lo estudiaba, que lo miraba de otra forma. La realidad no es el Estado sino todo lo que el Estado ha transformado. Por eso era el único cuerdo, como un extranjero de Swift que hubiera caído en un península de estatófagos…


Don Dalmacio demostraba lo mucho que hay que saber para llegar a decir cosas sencillas: por ejemplo, que mandan unos pocos, que siempre mandan unos pocos. Porque su saber era un saber hacia la realidad y lo inteligible, no un saber oscuro. Por eso sus conversaciones sobre la política tenían el aire de especulación con un cigarro, como indios matusalémicos que alrededor de un fuego se pasaran la palabra en lugar de la pipa; al hablar don Dalmacio de política, entre silencios y escuchas, con la máxima humildad, siempre sentí que volvía a escuchar a los viejos del pueblo en la plaza, que el sabio sonaba a hombre normalísimo, quizás por cómo se hablaba del poder. Del poder don Dalmacio hablaba de una manera particular. Y junto al poder aparecía la Historia, musa a la que concedía su importancia y así, todo junto, daba la sensación, a la vez, de médico observando una radiografía y de hombre antiguo que estimara divinidades o misterios de los que nunca se podrá saber del todo. En la erudición sondeaba el rastro que dejan fuerzas superiores. Esa historicidad cristiana era toda su conversación. Era historicidad sintiente conjetural inevitable que luego se haría pensamiento nutrido, pertrechadísimo.


Saber muy humilde el de su realismo político. Un hablar antiguo de política.


¿Cómo salían de ese hombre esos párrafos de tan intenso saber? Recordemos aquella energía… Párrafos que cual pedazos de mineral van generando una electricidad lenta y sináptica que tiene también un aliento conceptual, prepoético. En Dalmacio había un exacto decir que permitía una música interna e incluso una sensualidad de lo erudito. Leer a Dalmacio es no querer dejar de leer a Dalmacio, como quien entra en una cadencia única.


En el saber de Negro había, y es lo que siempre maravilla, inclinación hacia unas verdades no ideológicas sino reales, humanas, constantes y comunes; junto a ello, en sus libros se adivina una indagación de lo perdido: la libertad interior, la trascendencia, el derecho, el duelo más o menos equilibrado de potestas entre Iglesia y Estado… si Trevijano, su amigo y compañero de tertulia, hablaba de poderes, don Dalmacio hablaba de potestas y así desembocaba en la realidad actual de un Estado-Iglesia que consideraba totalitario. En esa indagación estaba, creo, y perdóneseme el atrevimiento, su enorme potencialidad política, la orientación hacia liberaciones que con él vislumbramos. Los espacios de libertad perdidos en el estatismo emancipador, los liberalismos reales…


Todo lo que escuchemos los próximos años ya lo escribió él en sus párrafos genealógicos y anunciadores: que Europa está en situación prerrevolucionaria, que Europa se sovietizó, que a España le viene faltando una derecha republicana…


En su sancta sanctorum, a la luz de una claraboya, rodeado de torres de libros que parecía que se le iban a desmoronar encima como la civilización occidental, allí estaba él, a sus noventa años, jovial, con su camisa vaquera, conectándose al mundo de los youtubers o a los diarios de toda Europa, al día de lo publicado en muchas lenguas.


Todos sus citas y recomendaciones, que a lo mejor empezaban con «eso ya lo está diciendo en Alemania…», se me olvidan o se pierden anotadas en papelillos, pero recuerdo bien algo que dijo, tras un instante velado de tristeza, en respuesta a un párrafo de D’Ors: «España era más alegre antes. España ha perdido mucha alegría. Se percibe en las calles».


Se mueren los sabios como especies exóticas extinguidas ante nuestros ojos, entre declaraciones de fascinación y de impotencia. Fue… y ya no. Y en el horizonte desaparece la sierra que nos permitía descansar la mirada; la ilusión, el aliciente, la medida… El asombro de su naturaleza aun durará en nosotros, pero luego, cuando ya casi todo sea cacareo, ¿qué haremos? Somos también, y seremos, por cómo reaccionemos ante una pérdida así.


Leer en La Gaceta de la Iberosfera

El candil dalmaciano



 

Ignacio Ruiz Quintano


    El pensamiento de Huxley que consuela a Schmitt, porque se reconoce en él, es que el pensamiento es un siervo de la vida; que la vida misma es un juglar del tiempo; y que el tiempo tendrá alguna vez un fin.


    El único profesor universitario que me dejó algo fue el que menos iba a clase, Constantino García, de Pensamiento Político… en Periodismo: me desencantó del 78 en el 76, pero a cambio me aficionó a Maquiavelo, a Hobbes, a Hume, a Lenin, a Schmitt… Luego, la aparición deslumbradora de García-Trevijano, que había hecho suyo el consejo de Romain Roland (“aprender a estar solo ante el mundo, y si es necesario, frente al mundo”), y que traía de la mano a Dalmacio Negro, con quien protagonizaría, por escrito y por hablado, gloriosos tercios de quites (¡tauromaquia política!) en el páramo cultural de España.


    De Dalmacio Negro me intrigaba su cara de japonés, aquel D. T. Suzuki de sugerencias tan dalmacianas como ésta que tenía impresionado a Sloterdijk: “La religión ante todo debe intentar conservar la esencia del Estado”. ¿Quién sabrá hoy del Estado más que Dalmacio Negro? “Ni Inglaterra ni América tienen Estado”, y García-Trevijano, que lo aceptaba para lo de Inglaterra, lo rechazaba para lo de América: discutían por la verdad, pero, como diría Santayana, se sumaba a su coraje y amor propio decir que discutían por la belleza (incluida, por cierto, la de Marilyn Monroe).


    ¿Cómo se puede saber tanto y escribir tan claro? Ser elegante exige casi todo el tiempo de una vida (por eso, decían los cronistas, va fallando la elegancia en la existencia contemporánea), y la claridad es la elegancia de Dalmacio Negro: nadie, en lo suyo, escribe más limpiamente que él.


    El pensamiento, para Huxley, es un siervo de la vida, y la política, para Valéry, es el arte de evitar que se entere la gente de lo que le atañe. El pensamiento político había de ser, pues, la gran paradoja de España, cosa que ya vio Nicolás Ramiro Rico, que fue, dicho por su amigo Luis Díez del Corral, un gran ágrafo: “España, un país muy rico en calamidades civiles de todo género, es comparativamente pobrísima en Teoría Política, aunque abunde en suspirados ayes y enfebrecidas consideraciones”.


    Y aclara Dalmacio Negro:


    –La pobreza del pensamiento político es evidente: la ciencia política de origen norteamericano resulta demasiado abstracta, lo del comunitarismo no supone nada nuevo y la tercera vía es una banalidad.


    Cuando se vaya, y parece eterno, Dalmacio Negro apagará la luz de una época que al fin habrá tenido un fin.

________

Del libro Pensar el Estado: Dalmacio Negro

La política de los hechos y la política de la libertad

MMXXII

Edición de Jerónimo Molina

Los Papeles del Sitio 

Martes, 24 de Diciembre



Natividad

Bartolomé Esteban Murillo 

Feliz Navidad

 


lunes, 23 de diciembre de 2024

El incendio de Atalanta



Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Nadie hubiera apostado su vida por ello, pero el Madrid de Ancelotti salió vivo de Atalanta, es decir, de la Champions, su mundo, que pudo ser el otro incendio de Atlanta, con arreglo a la descripción de Margaret Mitchell en “Lo que el viento se llevó”: “Altas llamas se elevaban sobre los edificios, iluminando calles y casas con un resplandor más intenso que la luz del día, creando monstruosas sombras que se retorcían como velas desgarradas en las vergas de un navío que zozobra… Los dientes de Scarlett (Vivien Leigh) rechinaban sin cesar… En el momento en que Rhett (Clark Gable) hacía embocar al caballo otro camino lateral, una nueva e imponente explosión desgarró el aire y una especie de monstruoso cohete de llamas y humo se elevó en el cielo, hacia el oeste…”


En el Atleti Azzurri d’Italia (Gewiss Stadium, para el vulgo) nuestro Clark Gable entre las llamas, oh, sorpresa, y grande, fue Mbappé, aunque a medias con Bellingham, más el karma de Vinicius, aún convaleciente de un estirón en su musculatura de goma, pero con la astucia callejera del matador (en ese gol de Vinicius está todo el “Ensayo sobre el exotismo” de Victor Segalen).


Veníamos del sorteo del Mundial de clubes de Infantino con Trump de convidado estelar, que aprovechó para contarnos lo honrado que está por albergar en los Estados Unidos semejante espectáculo y lo mucho que su hijo Barron ama al fútbol, “aunque no juega muy bien” (en ese momento, todos pensamos en Peter Crouch, un espindargo como Barron que supo ganarse la vida como delantero centro en Inglaterra). Con estas credenciales, el pelotazo comercial pertenece al fifo Infantino, que acabará comiéndose por los pies al uefo Ceferino, que pronto dará bastante que hablar, y no por el nuevo formato de Champions, en el que se ha visto empantanado el Madrid de Ancelotti como la Grande Armée de Napoleón en el invierno ruso, hasta el punto de pasar seguramente por la humillación de jugar una ronda de repesca, como los inútiles. Ancelotti, sin embargo, ha prometido estar en la final de Munich, y con ese “chantaje moral” contiene cualquier deseo de reemplazarlo que acometiera a los supersticiosos del mando.


En Italia cayó Mbappé, y se quedaron con pintas de hacerlo Bellingham y Vinicius, mientras resisten el mareado Valverde y el pobre Rudiger, quien algún día contará en sus memorias que jugó de central en el Real Madrid con Lucas Vázquez y Fran García defendiéndole las bandas en el más puro estilo Buster Keaton. Es el libro de las jerarquías de Ancelotti, cuya doctrina militar se ha quedado en la época de la caballería, como le ocurriera a Patton. Como espectadores (el fútbol de “los profesionales”, que son los que cobran, es antitético del “fútbol de los espectadores”, que son los que pagan), que Ancelotti eligiera a Rodrygo, una estrella que tristea, para cubrir la baja de Mbappé nos dejó tan lacios como a Endrick, al que ya no vamos a ver… el pelo.


Siempre digo en broma que a Cristiano fue al único jugador al que nunca le he visto el pene –ha declarado estos días el Tulipán de Chiclana, Rafael Van der Vaart, hijo de holandés y chiclanera–. Siempre era el primero en llegar a entrenar y el último en irse a casa.


Es un modo chiclanero de decir de Cristiano algo que no podría decirse, por culpa del fotógrafo Carlos Monge, de Butragueño. Bueno, pues nosotros diremos que en el Madrid de Ancelotti nos va a costar verle… el pelo a Endrick, que llegó en verano con la camiseta de delantero centro de Brasil y ha jugado menos minutos, y se dice pronto, que Jovic y que Mariano. ¿Por qué? Porque el corazón de Carletto tiene razones que la razón no entiende. De ahí su “bla, bla, bla” (tal cual) como respuesta a los curiosos revistosos del puchero. Ese bla-bla-bla es la versión ancelottiana del “¡Callad, teólogos!” (“Sobre las cosas que no sabéis”) de otro italiano universal, Alberico Gentili, sólo que Ancelotti no puede decir “¡Callad, periodistas!”. Claro, que tampoco podía decir que tiene una plantilla de sólo catorce o quince jugadores. ¡Y lo dijo!


[Sábado, 14 de Diciembre]

El método chino contra la corrupción



Hughes


Mientras la vida política española se concentra en Koldo, Ábalos y Aldama y la UCO le mira como una novia el móvil al Fiscal General, en China acaban de ejecutar a un funcionario corrupto.


Uno de los puntos fuertes del gobierno de Xi Jinping (en adelante Xi) es su cacareada lucha contra la corrupción. Sólo en 2023, 600.000 funcionarios han sido sancionados, incluidos altos funcionarios («tigres») del ministerio de Defensa, un negociado puro e inmaculado aquí.


Xi quiere mantener la fe en El Partido (comunista) y exige a sus miembros integridad y fortaleza ante la tentación de los grupos de interés.


El celo y la vigilancia no se quedan en los comités del Partido; se extienden al sector financiero. No son pocas los casos y hace unos días se condenó a muerte a Lu Liange, un expresidente del Banco de China, por una corrupción valorada en 16 millones de euros y unos préstamos irregulares que habrían causado un perjuicio total de 25 millones. Si traspusiéramos estas penas a las cajas españolas estaríamos ante una masacre… Si pensamos en los ERE, en un genocidio…


Por algún motivo, la lucha de Xi contra la corrupción trasciende poco aunque hay un goteo semanal de depuraciones, condenas, procesos… Otro ejemplo recientísimo, de esta misma semana, es la condena a 20 años de cárcel por sobornos a un antiguo seleccionador de fútbol. ¿Qué haría Xi, gran aficionado, con el Caso Negreira?


En España, la corrupción es destapada, en teoría, por periodistas de raza y jueces valientes. Varios partidos dominan el Estado y la corrupción es el timbre del turnismo, pero allí el Estado es de un solo Partido que tiene que deshacer con una mano lo que va haciendo con la otra. Por las películas aprendimos que el departamento de Asuntos Internos suele ser tan corrupto como el investigado…


El Estado Autoritario no puede relajarse. Al llegar, Xi localizó el mayor peligro para el Partido Comunista en el descontento con la corrupción de las emergentes clases medias. Había también una cuestión filosófica.  La gran ventaja de la organización china es su «disciplina de hierro» y eso se desvanece rápido en cuanto llegan los titos Berni.


Lo dijo en un discurso: «Algunos funcionarios del partido han perdido parte de esa moral y se sienten sacudidos en su fe. La búsqueda del placer se ha convertido en su filosofía de vida (…) algunos han arrojado por la borda todos sus principios por la comodidad material, placeres vulgares, orgías, borracheras y una vida de lujo».


O incluso, la educación de los hijos. Un clásico de la corrupción porque al final muchos meten la mano por la familia. Esto le sucedió a Bo Xilai, un popular ministro que acabó condenado a una vida en la cárcel por un caso de corrupción. Todo empezó cuando la mujer envenenó a un empresario inglés que había gestionado unos fondos para que el hijo estudiara en Harvard. Este escándalo allanó el camino de Xi en 2012. Podría decirse que llegó como Sánchez: a regenerar.  


Desde Occidente, esta lucha se ve como una forma de disfrazar las purgas. Un estudio encontró que los condenados eran, en su mayor parte, personas de sectores o camarillas no cercanas a Xi Jingping. Esto explicaría que Xi aumente su prestigio mientras se queda sin rivales. Aunque también se ha observado un esfuerzo real por regular los procedimientos asociados al desarrollo económico (obtención de licencias, por ejemplo) para hacerlos menos discrecionales.


Desde 2012 y durante esa primera década, 1’5 millones de funcionarios chinos fueron sancionados. Muchos condenados a muerte. Algunos ejecutados. La condena a muerte a menudo se conmuta por cadena perpetua. La tasa de condenas, según alguna fuente, es superior al 99%. La recurrente frase «confío en la justicia» se escucha poco en China.


Se ha señalado el inequívoco aire estalinista de estos procesos. El desleal al partido es depurado y debe retractarse, para lo cual ha sido útil la televisión. Al poco de llegar al poder Xi Jinping, la CCTV empezó a transmitir imágenes de corruptos detenidos o «desaparecidos» y entrevistas en las que confesaban su culpabilidad. Esas «confesiones televisivas» se convirtieron en un subgénero edificante. El pecador confiesa y se arrepiente. Otros no llegan a eso. Hay un dato revelador: en los cuatro años siguientes a la llegada al poder de Xi, el número de suicidios entre funcionarios se duplicó. «De 2009 a 2016, 140 saltaron, 44 se ahorcaron, 26 se envenenaron, 12 se ahogaron y 6 se cortaron las venas», según recogieron  Aust y Geiges en su Xi Jinping. El hombre más poderoso del mundo.


Un posible efecto de esta lucha contra la corrupción es la pérdida de incentivos económicos. Se ha llegado a apuntar que esto explicaría en parte la ralentización del crecimiento chino. Un poco de corrupción anima la actividad. En su lugar, Xi ha organizado para los funcionarios un sistema de incentivos burocráticos. Pero, por lo que sea, no es lo mismo.


Leer en La Gaceta de la Iberosfera 

Lunes, 23 de Diciembre

 


Uccellacci e uccellini

Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo


[Claudia 2011]

Noche de paz

domingo, 22 de diciembre de 2024

Sobre cerdos y reglamentos


 

Vicente Llorca


Estos días de atrás una piara de cerdos ha aparecido corriendo por las tierras de un vecino. Desde las casas se veían lustrosos, satisfechos, aplicados en la generosa tarea de levantar la nueva cosecha que está naciendo en el suelo. O de rodear los numerosos robles de la besana, que este año están repletos de bellotas. Nadie viene a molestarlos. El vecino, que siembra con esmero, debe de conocer de la existencia de esta jubilosa piara y habrá llegado a un acuerdo con el dueño de los marranos, suponemos. O le dará igual que ahora levanten la cosecha y se coman la bellota que cae al suelo, porque en fondo todo es beneficio para la siembra.


Semejaba de pronto un paisaje un tanto antiguo, con la sierra nevada al fondo, donde unos cerdos concienzudos corren por la avena nueva, entre robles que ya han perdido la hoja, cercano el tiempo de las matanzas, pasada ya la Navidad.


Curiosamente estos días yo había recibido unos mensajes de un sobrino que estudia en Hostelería, allá por los montes vascos, y me pedía que le explicara la diferencia entre las matanzas tradicionales y las modernas. No lo sé muy bien: hace muchos años que en la finca se terminaron aquellas matanzas desorbitantes y tradicionales, que culminaban a la noche entre el olor a pimentón, el aguardiente y la lumbre, y con el mayoral viejo bailando la botella en el suelo, tal como se había hecho, decía, en casa de sus mayores siempre. (Un invitado mejicano bailaba también, agitando los brazos y dando vivas a la Virgen de Aguascalientes. Pero me temo que su danza por el contrario no figuraba en ningún libro de tradiciones pastoriles).


Le he preguntado a Asier, que anda en el monte y ha tenido cerdos toda la vida. Casi se cae del árbol. Ya está completamente indignado con todas las tasas y tributos que Hacienda le está endosando – a él y a los demás cortacinos- y cuando ha oído lo de las reglas modernas para la matanza casera ha prorrumpido en exabruptos muy poco adecuados para estar subido a la guía más alta de una encina.


Después, con calma, me ha contado. Piden un código casero, dice, que resulta laborioso de conseguir. Tienes que declarar el día, el lugar y la hora. No puedes utilizar el cuchillo de desangrar sino no sé qué anestesiante. Otro código cerrado y un cultivo exhaustivo de laboratorio. El número de registro de la víctima. Un número de cebo…Me he perdido. Asier viene a decir que matar en casa según la ley resulta imposible y que los que lo hacen todavía deben de hacerlo en algún tipo de oscuridad –oscuridad que él hace extensiva al último impuesto que les han aplicado.


Al poco, tomando café en la plaza, me encuentro con Javier, vecino también, que tiene fama de conservar una de las líneas más puras –y más agraciadas, me atrevería a decir
de marranas ibéricas. Javier recordaba el esmero que su madre, y las mujeres de la finca, ponían desde semanas antes en prepararlo todo. Y en el absoluto rigor con que luego se celebraba el rito. Me ha recordado una atención antigua: las mujeres en el cuarto de la chimenea apartando a todo el mundo, pesando en una romana la cantidad exacta de pimentón u orégano que correspondía a la carne, desechando minuciosamente las gorduras, moviendo sin descanso las ollas… Para mí el colmo de la exactitud era cuando se empeñaban, a mitad de la mañana, entre el hielo y la niebla, en bajar al río a lavar las tripas, arrodilladas en la orilla. Podían haberlas lavado en casa, en grifos y mangueras varias. Pero, presididas por la madre de P. que decía que siempre lo había hecho así, se empeñaban en que no quedaban iguales de ninguna manera. Y allí bajaban, por una cuesta en la que a veces patinaban al subir.
M., que está almorzando unos torreznos solemnes, es mucho más optimista. Ellos siguen celebrando la matanza en la finca, dice, y me explica varios mecanismos con los que la normativa del código cerrado- que no sé qué significa-, la comunicación del día y hora, la inscripción del libro de registro, y otras, quedan anuladas. O sencillamente ignoradas.


Primero nos saquearon las cuentas. Luego, la costumbre de la vergüenza. Finalmente, la vida cotidiana, proscrita en un torbellino de leyes y reglamentos varios.


Del dueño de los marranos de la finca vecina me hablan luego. Es un pariente algo lejano, por lo que dicen, y no tiene ni permiso de Ganadería, ni registro de la Unidad Veterinaria, ni código de nada, ni lo va a tener nunca, a lo que sabemos. Es el último insurrecto, comenta alguien, frente a la tiranía y la barbarie. Y los cerdos, que hemos vuelto a ver esta mañana, gozan de una salud excelente, ignorantes de los legisladores, los cobradores de impuestos.



La vie en rose

Froilán



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


El beaterío progre ha afeado la presencia de Don Felipe Juan Froilán de Todos los Santos, Froilán para el afecto popular, en los toros. Toreaba Enrique Ponce, que tuvo el buen gusto de brindarle al niño el toro al que cortó una oreja que el niño, con el mismo buen gusto, rechazó. Y es que las orejas modernas, más que orejas, parecen liebres, que en eso han venido a parar aquellas señales que, para recompensar una buena estocada, daban a los matadores: presentadas al cobro en el desolladero, al dinero contratado se le añadía en premio el precio de la carne del toro estoqueado.


Que sepa nuestra santa infancia que Enrique Ponce no es José Tomás, señor del toreo “emo”, ya que con la cosa de inmolarse anda por los pueblos “formando manicomios”, y si se dijera de locas no habría exageración, pues son las mujeres la presa más fácil de la emoción. Enrique Ponce torea en las grandes plazas y es, por obra y gracia de Carmen Calvo y Ansón, académico de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, con lo cual ir a ver torear a Enrique Ponce constituye un entretenimiento políticamente tan correcto como ir a la Real Academia a escuchar un discurso a Cebrián.


Froilán no acudió a ninguna galería a ver cómo el artista Guillermo Vargas Habacuc ataba en corto a un perro abandonado hasta su muerte por hambre y sed. Froilán acudió a una plaza a ver cómo el maestro Enrique Ponce lidiaba de poder a poder, con arreglo al viejo rito español, a un toro de Domecq. Que los toros son la fiesta nacional sólo lo niega el hombre que Esperanza Aguirre tiene para llevar los toros en Telemadrid. Los toros son nuestra fiesta y nuestro arte: en el ruedo no ha lugar a esa sansirolada de plantar un hierro retorcido en un jardín, y al lado, un cartel: “Obra de Arte. No subirse.”


Los toros, según Tierno, son el acontecimiento que más ha educado social y políticamente al pueblo español, pues el espectador de los toros se está continuamente ejercitando en la apreciación de lo bueno y de lo malo, de lo justo y de lo injusto, de lo bello y de lo feo:


Cuando al acontecimiento taurino llegue a ser para los españoles simple espectáculo, los fundamentos de España en cuanto nación se habrán transformado. Si algún día el español fuere o no fuere a los toros con el mismo talante con que va o no va al cine, en los Pirineos, umbral de la Península, habría que poner este sentido epitafio: “Aquí yace Tauridia”. Es decir, España.

Hiperliberalismo. La última obra de John Gray y el regreso a una feliz era de tinieblas


John Gray


Javier Bilbao


«Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de los negros mares de la infinitud, y no hemos sido concebidos para viajar muy lejos. Las ciencias, cada una de las cuales avanza en su propia dirección, apenas nos han afectado hasta el momento, pero algún día la conjunción de esos conocimientos disociados abrirá unos panoramas tan aterradores de la realidad, y de nuestra espantosa posición en su seno, que bien la revelación nos hará enloquecer, bien huiremos de esa luz letal para refugiarnos en la paz y la seguridad de una nueva era de tinieblas».    


La llamada de Cthulhu, magistral hasta la última página, tiene un comienzo capaz de hacer arder por combustión espontánea a cualquier —disculpen la redundancia— ilustrado pinkeriano, masonazo de Zenda y progresista prisaico: la luz es letal (deadly), una nueva era de tinieblas ofrecería un refugio de paz y seguridad, mientras que la ciencia abre ante nosotros un futuro aterrador. Vale, Lovecraft, has logrado captar nuestra atención, esto se sale del menú habitual. Hay una serie de construcciones lingüísticas en el ámbito público repetidas con tanto ahínco que al final van creando campos semánticos intercomunicados: el periodista o político de turno pronuncia una palabra acusatoria a modo de conjuro y de ella cuelga toda una ristra de significados donde uno acabará enredado sin posibilidad de escape. Ahí tenemos a un cargo del PP que hace unos días para descalificar una propuesta sobre vivienda la tildaba de «franquista», ante lo que alguien con la mirada limpia se preguntaría «¿Entonces es buena o mala?». Pero como ya nos conocemos todos entonces de «franquismo» cuelga irremediablemente «pasado/tinieblas/superstición/rosarios/blanco y negro/Los santos inocentes/tricornio y bigote/desolación/barbarie/sopa de ajo».


Cuesta romper esa cadena de significantes porque pueden estar más en la cabeza del receptor que del emisor. Algo parecido ocurre con lo que narra la Biblia sobre la tribu de Efraín, cuando huían cruzando el río Jordán y sus enemigos en los puestos de control, para identificarlos, les pedían pronunciar la palabra espiga (shibboleth) para comprobar su acento y decidir entonces si merecían vivir.Los shibboleths —o chiboletes, tradujo Unamuno— son desde entonces palabras o expresiones que revelan el grupo de pertenencia de quien las profiere, sea éste consciente de ello o no. Si dice «ni que sea» estamos ante un catalán, por mucho que trate de disimular el acento; si escribe «demigrante» estamos ante un forocochero y si pronuncia enfáticamente «libertad», convertida en fetiche y paradigma, estamos ante un occidental en el ocaso de su civilización. Al menos eso es lo que nos cuenta el veterano filósofo británico John Gray, alguien que ya en 1989 desmintió a Fukuyama («la historia no dibuja ninguna trayectoria definible, ni a la larga ni a la corta») antes de que los propios acontecimientos lo hicieran y que ahora acaba de publicar Los nuevos leviatanes: reflexiones para después del liberalismo. Como el título insinúa es una relectura de Hobbes («un liberal, tal vez el único al que todavía valga la pena leer», nos dice) a la luz de la agitada geopolítica contemporánea y de la inexorable deriva de los Estados liberales hacia otra cosa distinta: unos leviatanes que han mutado tanto que ya no es taxonómicamente apropiado incluirlos en la misma especie. Convertidos en ingenieros de almas, no aspiran ya a tener el monopolio de la violencia, sino el de la verdad.


Es una obra por tanto centrada en las definiciones, de ahí que preste singular atención a su teoría del lenguaje, «con la que nos enseña que los seres humanos se dejan poseer por las palabras. Este otro Hobbes puede ayudarnos a comprender por qué la civilización liberal ha pasado a mejor vida». Una lengua es una herramienta formidable que trae consigo la maldición de llevarnos a habitar un mundo imaginario donde «las palabras se van volviendo más reales que las cosas», por ello «Hobbes creía que la humanidad podía escapar del hechizo del lenguaje construyendo definiciones claras de las palabras». Quizá ni por esas, pero habrá que intentarlo…  


Una de esas palabras a la que presta particular atención es aquella por la que tantos crímenes se han cometido en su nombre, como observó Madame Roland antes de morir guillotinada por un régimen que deificó tres de ellas. Hablamos de libertad y, en consecuencia, de liberalismo. Nos explica Gray, «el Occidente liberal está poseído por la idea de libertad. Cualquier freno a la voluntad humana es condenado como un modo de represión. Si unos seres humanos infligen daño a otros, es porque la sociedad los ha perjudicado a ellos primero. Cuando se corrijan esas injusticias, todos podrán vivir como gusten tras haber creado el mundo en el que desean vivir. Pero, paradójicamente, para que esa libertad pueda ser efectiva, es preciso vigilar y controlar todos los aspectos de la vida. El lenguaje debe depurarse de todo rastro de crimen de pensamiento. La mente debe dejar de ser un terreno privado y someterse a un escrutinio que detecte los sesgos y errores que en ella se ocultan. Como ya vaticinara Dostoyevski en Los demonios, la lógica de la libertad ilimitada es el despotismo ilimitado».


Al arrancar esa flor para apropiarnos de su belleza termina marchitándose en nuestros dedos, puesto que «en los Estados occidentales cautivados hoy por una versión hiperbólica del liberalismo hay también otro experimento en marcha. El proyecto hiperliberal consiste en emancipar a los seres humanos de las identidades heredadas. La idea es que las personas deben ser libres para hacerse a sí mismas como deseen.(…) la autodeterminación individual sin límites es una fantasía. Los seres humanos no pueden crear sus vidas de la nada, pero sí pueden destruir la vida que tienen y quedarse sin nada».


La creencia de que cada uno de nosotros somos hijos de Dios, portadores de un aliento divino, trascedentes a cualquier poder terrenal, habría vertebrado el liberalismo en su primacía del individuo e igualdad intrínseca, así como su universalismo. Mientras que la creencia en la constante perfectibilidad de las instituciones humanas es un correlato de la historia humana vista como un pecado original seguido de redención. Pero de igual manera, nos dice, la agenda progresista, lo woke, lejos de ser una variante del marxismo, no es sino liberalismo hipertrofiado. Uno que es heredero del cristianismo, pero que al quitarse el corsé de sus dogmas se ha quedado en masa gelatinosa al que ha bautizado como hiperliberalismo: «El mundo pagano admiraba el poder y la gloria; los débiles contaban muy poco o nada. El cristianismo dio la vuelta a los valores del paganismo. Un ser humano derrotado en una cruz se convirtió en símbolo del amor de Dios por los desvalidos y en garantía de la salvación de estos. El mundo sería redimido por el sacrificio de Dios. Este mensaje cristiano enardeció tanto a los movimientos milenaristas de la época medieval como a los revolucionarios laicos del siglo XX. Formó también la base del liberalismo clásico y es el que inspira a los hiperliberales de hoy en día. En los movimientos woke, la condición de víctima confiere autoridad moral, al igual que en el cristianismo (…) Como en su día hiciera la Ilustración cuando proyectó levantar su particular ciudad de Dios sobre la Tierra, el hiperliberalismo vehicula hoy las esperanzas cristianas en un mundo nuevo. La religión y la filosofía paganas no ofrecían tales esperanzas. La sabiduría residía en la aceptación del mundo».


¿Qué es lo que tenemos entonces? Una herejía que no parece consciente de serlo y que, abandonada cualquier otra referencia, entroniza al individuo, su libertad, ego y deseo, sin comprender algo fundamental que se ha perdido por el camino: «Hobbes creía que los seres humanos necesitaban de limitación tanto como de libertad. Ése era el mensaje del cristianismo: la humanidad pecadora debe vivir con arreglo a la guía divina. Esa necesidad de restricción se reconocía ya en la mitología griega, antes de la era cristiana. El encadenamiento de Prometeo es la respuesta justa a su arrogancia. Ésa es también la moraleja del relato de Job, en el que la rebelión contra Dios termina en sometimiento a la autoridad divina». Así que no es cuestión de tirar al niño junto con el agua sucia, no se trata de negar el liberalismo de raíz sino de tantear sus límites (¿no es acaso una doctrina entusiasta de los equilibrios y contrapesos? ¿por qué es comedida y centrista en todo salvo en sí misma, considerándose absoluta?). Pues bien, eso es lo que hace John Gray en esta obra, donde también repasa una serie de pensadores «extrañados», que diría Freire, principalmente rusos, ignorados o perseguidos a lo largo del siglo XIX y XX.


Veamos entonces, para concluir, en qué puede traducirse todo lo anterior en nuestro contexto más inmediato… ¿No es la catastrófica caída de la natalidad fruto, al menos en parte, del cambio cultural liberal? ¿Del moderno temor a los lazos familiares, a las cargas y responsabilidades que trae consigo la paternidad, del miedo del sujeto, en definitiva, a perder la libertad? Todo aquello que entra en el campo semántico de la familia (tradición, linaje, estabilidad, comunidad, arraigo, compromiso, dependencia…) resulta escasamente compatible con los valores contemporáneos ensalzados en la publicidad, la cultura pop y los medios acerca del paradigma ético al que al parecer debemos aspirar como consumidores, trabajadores y, en definitiva, como ciudadanos (individualismo, hedonismo, flexibilidad, promiscuidad, reinvención de uno mismo, desarraigo…). Tampoco la libertad como principio supremo y exclusivo parece bien avenida con la continuidad de la Nación que requiere un nosotros frente al yo, unidad frente a la autodeterminación disgregadora, fronteras frente a la libre circulación de bienes y personas, y un legado del pasado frente al anhelo emancipador y autofundante. Por tanto, solo cabe concluir con aquel grito castizo de «¡vivan las cadenas!» y que se cierna sobre nosotros la nueva era de tinieblas augurada por Lovecraft.


Leer en La Gaceta de la Iberosfera 

Domingo, 22 de Diciembre

 


Gato flautista

¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!

 DOMINGO, 22 DE DICIEMBRE


En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a IsabelAconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

Lucas 1, 39-45

sábado, 21 de diciembre de 2024

Franco



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Don Senén, el rector de Santiago, ha resuelto retirarle a Franco, muerto hace la friolera de treinta y un años, el título de doctor “honoris causa”. ¿Para qué? No estamos hablando de una Universidad cualquiera: un gallego con tan buena colocación en la capital de España como Pepiño Blanco no consiguió pasar de primero de Derecho en sus aulas. La exigencia, pues, debe de ser máxima y, después de muchas vueltas, don Senén ha concluido que Franco no era, por ejemplo, todo un Ramonet, y que carecía, por tanto, de cualquier excelencia. ¿Su Excelencia sin excelencia?


No queremos pensar cómo hubiera protestado Franco, a quien, según Pemán, se le daba muy bien el tono quejumbroso, tan parecido al contexto de la “Salve Regina” –con su “abogada nuestra”, su “clemente”, su “piadosa”–, obra al fin y al cabo de Pedro Mezonzo, paisano de Franco y de don Senén, y modelo de “quejica céltico”.


El de don Senén, desde luego, no parece un carácter frívolo. Es técnico electrónico y toda su vida oficial en la nación sueva la desempeña en gallego, lengua muy buena, según Camba, para hacer versos, comprar pescado y hablarles a las gallinas, a los pájaros y a los aldeanos. Si, animado por los republicanotes del lugar, dice que en Franco no había excelencia alguna –ni siquiera la reconocida por la República, como fue la pacificación de Asturias tras el golpe de Estado de la izquierda contra la legalidad democrática–, sus razones tendrá don Senén. También el franquismo retiró a Pemán de la dirección de la Academia por una falta política. (Si hubiera sido una falta ortográfica, como socarronamente aclaró Sainz Rodríguez, lo hubieran destituido del Consejo Nacional.) Es decir, que don Senén, con su españolaza política de venganzas pequeñitas, no es un innovador. Pero en don Senén el electrónico y el ideólogo se han juntado en una ración de frito variado para echárselas de objetivo: a su entender, y él es el técnico, Franco no reunía “méritos científicos ni personales”.


¡Lo objetivo: esa palabra que odio tanto! –exclamaría Unamuno.


Unamuno, lo mismo que don Senén, fue rector, pero más bragado. Se lío a libelos contra el Rey como Victor Hugo contra Napoleón III sólo porque, después de un encuentro con el Monarca en septiembre de 1915, en que el Jefe del Estado lo invitó a que fuera a verlo para hablar, no obtuvo respuesta a una solicitud de audiencia que hizo en noviembre del mismo año. Desde el punto de vista literario, esta campaña –en vivo y por delante– pasa por ser su mejor obra. A ver si don Senén, en los ratos que le deje la reparación de honores y televisores, se echa la pluma a la cara y carga contra el muerto que a tantos vivos molesta.

La Segunda División. 21.- El Eldense


Marc Mateu y Timor



Fernando Estévez, el mejor entrenador que ha tenido el Eldense


     

    Francisco Javier Gómez Izquierdo


       Los aficionados que pululamos entre aspiraciones tales como "salvarse", "fase de ascenso" que haya empate entre Cartagena y Eldense"..., y cavilaciones semejantes nos topamos con detalles que repentinamente nos inclinan hacia clubes insospechados.


    El Eldense, un poner. Al Eldense lo ascendió de la RFEF Fernando Estévez en la 22/23. Fernando Estévez había salvado al Burgos de bajar a Tercera en su último tiempo de tribulación y hombre de tanto mérito además de entrenador es médico y sobre todo un educado señor de la Alpujarra granadina, Capileira, al que la directiva del Eldense no renovó en julio de este 24 tras mantener al equipo en Segunda aún no se sabe por qué. Con la no renovación -no fue cuestión de dinero sino capricho de la directiva- el Eldense ha perdido la simpatías de servidor, veleidoso a veces.


     Daniel Ponz es entrenador modesto de un plantel que al ver sus onces en directo lo primero que llama la atención son dos jugadores moñudos: Marc Mateu y Timor, los dos veteranos, 35 y 34 años, los dos valencianos, los dos procedentes del Huesca, con la sensación de servidor de que eligieron Elda para retirarse ayudando en lo que puedan; no en vano, la cercana Benidorm es paraíso de jubiletas. La zurda de Marc Mateu es conocida y recordada en el Levante, Zaragoza, Numancia, Huesca... Con el Eldense sale de lateral izquierdo para sacarlo todo: faltas o córners, cosa que a veces desorganiza al equipo, sobre todo cuando saca de esquina por la derecha como aquel Leandro brasileño en el Mundial de España. Timor ha jugado mucho en Primera: Valencia, Osasuna, Valladolid, Leganés, Las Palmas, Getafe, Huesca..; es la boya que desde el mediocentro ordena a voces y con patadas. Junto a Timor sale Álex Bernal otro veterano al que servidor tiene aprecio tras su paso por Córdoba sin que tuviera el debido reconocimiento en 1a RFEF.


     Veterano es también Mackay, 38 años, portero gallego que ha guardado catorce o quince porterías distintas. Tampoco son jóvenes los centrales: el serbio Dumic, Monsalve, que salió del Atleti de Madrid hace un decenio a buscarse la vida por Holanda, o el navarro Piña, peregrino por equipos de Tercera (hasta en la Gimnástica Arandina estuvo). Los tres en los treinta. Iván Martos es el más joven con 27 y ha venido del Huesca como varios  de la plantilla. Casualidades o representantes mediante. Fran Gámez del Zaragoza y Víctor García del Alcorcón se turnan por el lateral derecho.


    Sergio Ortuño es un 8 tradicional. Del pueblo y capitán, al que suele acompañar en la derecha Simo, extremo que los tres últimos años cometió sus diabluras en El Arcángel. Juega poco Simo y en vez de por la izquierda como en Córdoba, lo hace por la derecha. Ponz prefiere al chiclanero Chapela. De Malasia ha llegado un portugués, Geraldes, para ejercer de medio ofensivo. El delantero centro goleador, otra temporada más es Juanto Ortuño, 11 tantos la pasada. También estuvo en Córdoba, eso sí, sin suerte. A Juanto no le quitan el puesto dos nuevos nueves propiciados, por al parecer, una buena relación con el Alavés: Ropero y Godoy, este último con prácticas en el Mirandés.


    He visto tres partidos completos del Eldense y me ha parecido de lo más flojo de 2a. Me da que lo va a pasar mal para salvarse. Quizás no hubiera tan pesimista diagnóstico si el bueno de Fernando Estévez hubiera continuado como pedía la mínima sensatez.. ¡¡Con lo que le quería la afición!!  

Sábado, 21 de Diciembre

 


Bodegón navideño II

viernes, 20 de diciembre de 2024

Un catalán al revés


La carita de Hillary y las manitas de Bonilla

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


La lengua es compañera del Imperio y el glorioso 78 cerrará este año 24 con dos nuevos pruritos idiomáticos o dialectales: el “estremeñu” de la Guardiola, que lo pronuncia como silbando el “Only you” (ella sería la Zola Taylor de los Platers jamoneros), y ‘el andalúh’ del Bonilla, que va por Sevilla como Abu por Damasco, con una sonrisa de Hillary en la boca.


Hillary es una mujer carismática y cercana. Y he podido conversar con ella sobre Andalucía y el futuro que le espera.


Ahora que la tala de olivos arrecia en aquellas tierras, digamos que en el guiñol del Estado de Partidos todo es mentira menos lo malo. La más piadosa de esas mentiras fue el referéndum andaluz, que, con la Constitución en la mano, se perdió, más no para nuestros juristas, cuyo santo patrón sería Juanelo Turriano, el eximio arbitrista de Carlos V, para quien construyó un estanque cuyas aguas atrajeron a los mosquitos que mataron de paludismo al emperador. De Turriano, en Andalucía, hizo Gonzalón, y lo cuenta Peces Barba. Gonzalón: “Hay que buscar una solución a esto”. Peces: “Oye, pues yo no sé… Como no quieras que metamos votos falsos…” Gonzalón: “Tú lo que eres es un juridicista, estoy harto ya de estas consideraciones jurídicas tuyas…” Y entonces Peces se quitó de en medio “y ya no sé lo que hicieron”, aunque lo sabemos todos, otro “de la ley a la ley”, esta vez con una ley orgánica como tipex constitucional. En el preámbulo del Estatuto se decía: los andaluces no sostenemos “pruritos idiomáticos o dialectales, que también pudiéramos mantener con sólo aplicar a la expresión ortográfica las peculiaridades fonéticas del habla meridional”.


Los catalanes tendrán su “Nau” y su “Veu de Catalunya” y su “Generalitat”, pero aquí tenemos la “arcardía” y el “gobernaor siví” y el “envacunaó”… –contestó Pemán, para quien “el desprecio de la fonética popular es una cosa nacida de prejuicios antidemocráticos que deben desaparecer en estos días”, invitando a rebelarse contra los caprichos aristocráticos de cluniacenses y académicos.


Para Pemán, el sistema es fácil: no hay más que aplicar, sino que al revés, el secreto de los catalanes. Ellos, para acentuar su “hecho diferencial”, tuvieron que huir de lo popular (por ejemplo: en vez de “paraula”, “mot”): “Nosotros tenemos que ir en su busca. Ellos encomendaron una misión a los eruditos; nosotros la debemos encomendar a las cocineras. Así como ellos fundaron su “Institut” de sabios catalanes, nosotros debemos fundar un ‘Instituto de Analfabetos Andaluces’, donde los carreros, las cocineras y los limpiabotas enseñen la pronunciación popular y creen así nuestro dialecto diferencial”. Y proponía premios para los que más faltas de ortografía pusieran en una página o para los que se comieran más sílabas en cinco minutos.


Hecho esto, no queda más que declarar la obligatoriedad del “andaluz” para todos los documentos oficiales, y ya podremos hombrearnos con los catalanes.


[Viernes, 13 de Diciembre]