Alberto Guillén
Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
Es ingenuo, como el santo de Fontiveros, que también se llamaba Juan, y menudo, como el benjamín de los Beckham, que también se llama Cruz, pero con una sencilla serie periodística de verano, “Aquí unos amigos”, ha puesto patas arriba al mundo cultural como no se hacía en España desde los días de “La linterna de Diógenes”, de Alberto Guillén, el perulero bajito que detestaba la modestia:
–La modestia es una especie de cerrojo. El cerrojo que ponen algunos sobre sus cofres vacíos.
Si no conociéramos sus obras, diríamos que “Aquí unos amigos” de Cruz es un plagio de “La linterna de Diógenes” de Guillén, a quien, bien mirado, tampoco le hubiera importado. “La luciérnaga es un plagio –tenía observado Guillén–. Pero la estrella no protesta.”
Guillén se presentó en la España boba de 1920 lleno de prejuicios literarios y en seguida descubrió que los españoles, a falta de ideas, ofrecían pitillos. Entonces cogió una linterna y se puso a alumbrárnoslos: treinta y cuatro españoles y cuatro hispanoamericanos en la túrmix de un enano iconoclasta. Era “La linterna de Diógenes”, editado por la editorial América y reeditado ochenta años más tarde por la editorial Ave del Paraíso. “Un libro panfletario, cruento, fabricado con saña preconcebida”, a juicio de Guillermo de Torre. “Un libro que nos pone en ridículo ante el extranjero, revelando las pequeñeces y chismes de portería de nuestros ‘grandes literatos’”, en palabras de Carmen de Burgos, Colombine. Y Gonzalo Zaldumbide: “Pensándolo bien, no deja de tener su gallardía el decirles esas cosas enormes a los españoles en sus barbas.”
Es la misma sensación que uno ha tenido al ojear a los amigos “crucificados” en el retortero canicular de Juan Cruz, a quien, más que con una linterna de Diógenes, imaginamos con una vela de la “ouija” de Pitita Ridruejo. Con mimo guillenesco, Cruz nos ha presentado, una por una –o mejor, dos por dos–, a las cabezas progres que han hecho posible este Siglo de Oro que la hegemonía cultural nos mete en la boca al estilo como el barbero metía la manzana en la boca de los parroquianos. Estas cabezas son nuestros ases del pensamiento y se expresan con la ambigüedad de los oráculos, injuriante para nuestra comprensión. Destilan ideas de camiseta, huecas, cascadas, adormilantes, como dispuestas para ser gala de artículos de fondo progresista... Ideas, en fin, que dejan en uno la deprimente impresión de vivir en un melonar. La idea, ay, de que no cabe un solo tonto más en España, lo cual no puede ser ni más Diógenes ni más Guillén, que dijo:
–El triunfo es cuestión de tendones.