Luis Rosales
Aquí, en esta parte de Andalucía, el ohú es la carcajada muriente y el
amén de la risa. La transición perfecta. El refinamiento milenario del
acto inigualable de reír y su inclusión sencilla en el devenir de las
cosas
Hughes
He visto hace poco Carmina o revienta, de Paco León, un actor estrella que borda el absurdo coconut, que es el humor que pita ahora en España. Su película tiene un titulazo que hace que uno se acuerde del Lute, plomo ibérico, y de Carmina, nuestra Marilyn. Pero Carmina al final resulta ser su madre, otra mamá almodovariana. Un almodovarismo meridional que si tiene gracia para mí es porque retrata sin más la realidad de ciertas formas de hablar de algunos ambientes de Andalucía Oriental. La película tiene a María León, que no puede estar más guapa, pero no evitó que como siempre me quedara dormido antes del final -creo que eso es lo que pasa llegada cierta edad, que el derrotero imaginativo del pensamiento nos lleva de la mano al sueño: todo lo que no sea razón práctica o mundana es sueño-. La película tiene el atractivo del ojú, quilla, de la interjección de aquí, que sustituye a Dios, o a Jesús, y que a lo mejor pasó del Jesús al Ojú, que es redondo y luego se rasga en el ohú, o se suaviza en el ozú o el oú y adquiere para mí su forma más asombrosa en el oú que sigue a la risa de la mujer andaluza de Sevilla o Cádiz. Hay en la risa de aquí una particularidad. La risa es un instante de comunidad, tiene otro delante, y se produce aquí un fenómeno cuando se ríen muchos, cuando surge la risa en grupo, que consiste en que finalice con una exclamación mitigada del que ríe, que es una carcajada muriendo en un ojú leve, una carcajada sofocada que acaba en oh, o en oh largo, con más de una o. Ese ooh largo, que puede finalizar en oú y que viene de la carcajada final es absolutamente maravilloso, porque si decía Luis Rosales que el andaluz, ser andaluz, es verse sentir, y si reír es verse más, mirarse, observarse detectando el momento de lo extraño, de lo mecánico, de la impostura, reír es lo más natural al andaluz, tanto como su tragedia, porque reír es una reflexividad voluptuosa, pero este oú final que recoge la risa, que la finaliza, es verse a sí mismo reír, que sería como mirarse dos veces, como una reduplicación de ese acto. Ese oú es un refinamiento bergsoniano que, sin embargo, interrumpe la duración de la risa, recogiéndola, como quien limpia el mantel tras la cena, y sobrepone a la mujer (es una expresión muy femenina) de su propia risa, hacia la recuperación del gesto (perdiéndose la máscara de la risa) y de la propia palabra. Ese ojú mágico y final de la risa es andaluz puro: con él muere la risa, y con él nace la palabra de la andaluza, su restablecimiento del acto profundísimo de reírse del lucero del alba. Tiene un ligero reproche y un agradecimiento al objeto de la risa y a la vez restituye a la seriedad, porque ¿no es difícil esa transición de la risa a la seriedad? Yo, en otras latitudes, he llegado a encontrar incómodo el reír en público (qué barbaridad sólo decirlo) porque no podía fácilmente efectuar esa transición hacia la seriedad, resultaba impúdico. Aquí, en esta parte de Andalucía, el ohú es la carcajada muriente y el amén de la risa. La transición perfecta. El refinamiento milenario del acto inigualable de reír y su inclusión sencilla en el devenir de las cosas.