martes, 6 de noviembre de 2012

Don Di Stéfano, ¿y su señorío?

Tirando a dar
(Colección Look de Té)

Nada se opone a que, al anochecer de cada domingo, recorramos los estadios donde se afanaron los malayos, los etíopes, los francos y los indios comanches previamente adquiridos, busquemos entre las redes, escarbemos en las porterías y vayamos echando en un cesto la puesta de goles para mostrarla al mundo con arrogancia 


Jorge Bustos

Me apetecía terciar en el debate sobre la presunta canteranofobia de Mourinho, sin ser yo nada de polémicas. Pero he aquí que un anciano inmigrante, Alfredo Di Stéfano, de quien para más inri me cuentan que ni siquiera fue canterano de la vieja Ciudad Deportiva, se ha permitido dirimir la controversia con una sarta de afirmaciones premodernas, desalmadas, bien que de una sencillez evangélica:

De la cantera han salido jugadores toda la vida. Los buenos triunfan y los malos, no. Si no vienen los buenos, mala suerte. La cantera está bien. Para ganar se necesitan buenos jugadores.
 
Por Dios, don Di Stéfano, ¿qué bárbara manera de hablar es esa? ¿Qué será lo siguiente, proclamar que el linajudo señorío del Real Madrid consiste en ganar y morir en el campo? Cuando, asomados a las esquinas panorámicas de Santi Segurola, nos horrorizábamos figurándonos a los canteranos de Valdebebas como a los linces de Doñana, amenazados de extinción por la acción furtiva de cazadores bajados del monte portugués, cada pobre chaval acollarado con su radiotransmisor rojigualda... llega usted y barbota que aquí se trata de poner a los mejores. O sea, purito fascismo.
 
Di Stéfano habla así porque es de otra época, la época de mi abuelo Rufo, en cuya tertulia de compadres se presumía una tarde del bajo consumo que acreditaban sus nuevos utilitarios:

Pues el mío consume seis litros a los cien.
 
Eso es mucho todavía. El mío cinco.
 
Pues el mío 4,4 litros.
 
¿Y el tuyo, Rufo?
 
El mío consume nueve. Pero es que yo digo la verdad.
 
Claro que a quién se le ocurre decir hoy la verdad, estando como están las empresas periodísticas, y las otras. Para esa excentricidad del verismo hay que recurrir a los periodistas del pasado, como Wenceslao Fernández Flórez, a quien el ABC encomendó la crónica futbolística del Madrid y del Atleti en los años 40:
 
Hacen falta goles, lo mismo que hace falta trigo y caucho y gasolina y algodón. Si en Holanda hay una vaca Aaltje que segrega abundantes litros de leche cada día, y la traemos, y la alimentamos y ordeñamos aquí, la leche es nuestra. Si en Marruecos hay unos moritos que exudan equis goles cada día festivo y los compramos, los goles son nuestros. Por tanto, no puedo aprobar el escrúpulo de quienes temen que los equipos nacionales estén constituidos por extranjeros y que al publicar los diarios la fotografía del team español triunfante nos ofrezcan los retratos de once chinos. De la misma manera que un granjero extremeño o catalán recoge con legítimo orgullo los huevos que ponen sus gallinas de buena raza exótica, nada se opone a que, al anochecer de cada domingo, recorramos los estadios donde se afanaron los malayos, los etíopes, los francos y los indios comanches previamente adquiridos, busquemos entre las redes, escarbemos en las porterías y vayamos echando en un cesto la puesta de goles para mostrarla al mundo con arrogancia y repartirla después entre los ávidos hinchas.
 
La cita es larga, pero más largas se hacen las tertulias entre los necios que no quieren saber y los enterados que tienen que callar.