domingo, 11 de diciembre de 2011

Carta al Niño dios


Daniel Samper Ospina

Querido Niño dios, Alguna vez te pedí que me permitieras ganar el Baloto para forrar el inodoro de cuero, comprarme un ascensor dorado y contratar a una periodista española que me hiciera entrevistas. Me dirás arribista, Divino Niño, pero te digo la verdad: sueño con ingresar a la clase alta colombiana, ser uno de ellos, no dejarme de nadie. Y, para conseguirlo, esta navidad quiero pedirte tres regalos muy concretos. Solo tres.

Primero: quiero unas tirantas compradas en Sacks, como las que se pone José Gabriel para hacerle fieros a Carlos Slim. Desde que confesó ese detalle en una entrevista, quiero ser un poquito como José Gabriel, no se lo voy a negar a nadie: quiero pasar de discutir el repertorio de canciones con César Mora a convertirme súbitamente en un estadista de alto nivel.

Fui de los tontos que, al principio, no creyó en ese nombramiento. ¿Cómo vamos a mandar a México a José Gabriel –pensaba- justo cuando los pobres mexicanos padecen lo que sufrió Colombia en los años ochenta? ¿Y qué significa, exactamente, que México está como Colombia en los ochenta? ¿Soportan conciertos de Compañía Ilimitada? ¿Las mujeres se peinan con el copete Alf? ¿Pasan "Baila de rumba" por televisión, con Alfonso Lizarazo?

Pero después de esa entrevista reconocí mi error. Donde todos veíamos a David Letterman, existía, agazapado, un Henry Kissinger. Era cosa de asignarle una embajada para que floreciera. Atrás quedaron esos días en que piropeaba a los bagrecitos de su programa o les pedía aplausos a los de la Defensa Civil, que, como en todos los concursos colombianos, solían ser el público invitado. Ha nacido otro hombre: ahora José Gabriel adora el anonimato, asesora financieramente a Ricardo Salinas y tiende puentes entre el presidente Santos y Álvaro Uribe. Es un verdadero componedor.

Segundo: quiero una finca en el Nilo junto a la del ex esposo de Astrid Betancur. Yo también caigo rendido ante el acento galo. En una época adulaba a Juan Fernando Cristo porque creía que era francés. Sueño vestirme de blanco, ir a las fiestas que organicen en Nilo, conocer al general Mora para ver si en persona es tan "lengua e´sopa" como en televisión; conversar con Andrés Pastrana para sentirme inteligente; saludar a Pardo Koppel; cuidar a Pachito en la piscina. Y, claro, bailar con Uto Sáenz o al menos con Astrid. Admiro a Astrid por más de que haya desobedecido el principio básico de no sacar nada de la nevera después de estar planchando. Pero la admiro, digo, por su tenacidad. Porque esa Astrid es tenaz.

Por último, te pido dos esclavas negras. Sí, Divino Niño: no me pienso dejar de nadie. Tampoco de doña Sonia Zarzur y su descendencia.

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(Vía Alberto Salcedo Ramos)