jueves, 28 de junio de 2018

Mano a mano



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Venía Sánchez de estar con “Manu” Macron, el señor que riñe a los chicos cuando le tutean como les ordena la Revolución que él tanto celebra, y se trajo de “souvenir” una cosita de Napoleón: “La anatomía es el destino”.

¿Destino? Los sacarinos de La Moncloa corrieron a mostrarnos el nuestro en las manos de Sánchez, que son las manos de un “puertas”, aunque los politólogos hablan de ellas como Pemán de las de Cocteau, cuya elegancia volátil sólo se había visto en las de Antonia Mercé para bailar y en las de Pío XII (¡el de la Carta Apostólica de la Santa Cruz del Valle!) para bendecir.
Manos, las de Sánchez, para coger a España por el pescuezo, después de quemar una varilla de incienso y pasarle el plumero al busto de Azaña, de cuya mano temblorosa, guante blanco entre los dedos, da fe Albornoz, que fue a buscarlo a casa para que jurara el cargo que en contra de la Constitución le habían birlado a don Niceto. “Bien, ya estamos listos para que nos fusilen”, le oirá decir en la Zarzuela, donde residía, a lo que Lolita, su mujer, apostilló: “Manolo, yo no quiero morir tan joven”.
Albornoz achaca el feo carácter de Azaña (“tengo de mi raza el ascetismo y del diablo la soberbia”) a lo mucho que hubo de esperar a ser presidente.
Le oí referir que una vez una mujer pública le había mordido y se había asustado por lo amargo de la sangre. Era agrio todo él.
Sánchez no tiene votos, pero tiene dos manazas y un orate, Santos Juliá, que le dice que Azaña es un socialdemócrata de los de Habermas.
Cuando la razón padesce defeto, no deuen faltar manos al coraçón.
Palabras del conde de Cifuentes, embajador de Castilla, en el Concilio de Basilea, para explicar por qué se acercó al embajador inglés, que le quitaba la silla, “e puestas las manos en él, con gran osadía le arrebató e echó de aquel logar”. Las saca Albornoz en su “España, un enigma histórico” para recordar nuestra manera de entender las manos como garantía de la razón.

¿Qué es la razón, loco?