Foto de Javier Bauluz, 2001
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Cuando sir Samuel Hoare, embajador de Gran Bretaña en la España de Franco, dijo que estaba aprendiendo en Madrid una nueva asignatura, “la diplomacia gallega”, se refería a eso que Bieito Rubido, mi señorito, ha resumido a la perfección en un titular periodístico que los cazasintagmas llamarán “el sintagma mariano”:
–Cuando Rajoy no dice no, no quiere decir sí.
Y se dice que, para un gallego, el poder no es sustantivo, sino verbo deslizante: “Es lo que se puede”.
Rajoy es gallego, pero con la movida de Ceuta el periodismo de puchero quiere hacernos ver en él a un Azaña de cinismo alcalaíno (“Ni heridos, ni prisioneros; tirad a la barriga”), para así (Azaña rima con caña) poder cantar la canción del Cola-Cao como si fuera otro “We Are The World” en que el ahogado es el poeta anacreóntico García Montero (“Nosotros, los ahogados”), y quien aparece a su lado, el académico de la Española Ansón (“Estoy al lado de los negros tiroteados”), con su “África endrina” (¡doña Endrina, doña Endrina!) y su Goya al lagrimón, como en las puestas de sol ibicencas (“By The Sea”) en el Café del Mar.
Se cuenta de Fraga y Cabanillas que una vez pararon en una playa gallega a nadar y que, en éstas, llegó una excursión de monjas, y los políticos tuvieron que marchar: Fraga, más ligero de ropa que en Palomares, con las manos en la merienda (“gobernáculo teste” para el vulgo), y Cabanillas detrás, gritando: “¡La cara, ministro! ¡La cara!”
–¡La cara, poetas! ¡La cara!
Sólo hay un asunto que esté produciendo peor literatura elegíaca que la suplencia de Casillas, y es el muro de Ceuta.
Según las últimas estadísticas, no cabe un mantero más en España, cuyo cine de mayor compromiso nos asegura que vivir es fácil con los ojos cerrados: un euro en cualquier top manta, siempre que no te pille Bosé.
–Cuando veo a un mantero con mis discos, tiro de la manta y llamo a la policía –avisó un día el chico de Dominguín–. ¡Me está robando!