martes, 11 de febrero de 2014

Flotar y salpicar

 
Garantía: Espasa
Categoría: Ensayo
 
 
Beatriz Manjón
Abc
 
Mucho antes que Carmen Machi, Voltaire —disculpen la fijación— escribió: «Hay que tener siempre el vientre despejado para que lo esté la cabeza. Nuestra alma inmortal necesita del retrete para pensar bien». Lo más parecido a Voltaire en nuestra tele es Milá, deposición ilustrada, que, allá por donde va, habla de su tránsito intestinal: «El cagar tiene que flotar», que dicho al revés suena a eslogan de detergente. Añadió Sardá: «Y salpicar». Pero ninguno dijo lo que Günter Eich, que en la liberación resonaban los versos de Hölderlin. Me vino a la cabeza una escena en la que Cantinflas pregunta: «¿Anda usted suelto?». Y le contestan: «Sí, dejé a mi mujer en Tucson». El humor lo embellece todo, hasta lo sucio. A Milá debió de marcarle aquella charla en «Buenas Noches» con el maestro Cela: «Yo soy, como todos los españoles, pedorro domiciliario, pero no pedorro transeúnte», confesó, y le descubrió su habilidad para succionar analmente litro y medio de agua de un solo golpe, llegando a pedir una palangana para demostrarlo. La periodista ha ido soltándose, con perdón, haciendo de los platós una suerte de confesionario de «GH», llegando a involucrar a sus compañeras, como cuando le preguntó a la Campos si lo hacía todos los días. «No tengo ese problema», resolvió María Teresa. «¿Pero lo haces bien o como una cabra?», insistió Milá, queriendo convertir «Qué tiempo tan feliz» en «Qué vientre tan feliz». Eduardo Mendoza, que no debe de conocer a la presentadora, dijo en una entrevista que la escatología es el último tabú, que nadie se atreve a tocarla porque nos pone en evidencia. Otra cosa es utilizarla para hacer reír; ahí están «Jackass», «South Park», «2 Broke Girls», «Mom», «The Millers» o «Him and Her», y todo ese cine que mezcla humor infantil con lo sentimental o lo romántico. Milá, a la que solo le falta pintada a lo Femen que rece «la caca es sagrada», ha encontrado una forma sencilla de asegurar la atención de ese espectador en cuyo interior aún mora el niño que se cubre con sonrojo la cara. Lo curioso es que ese mismo espectador ni se inmute ante el excremento verbal de realities y tertulias. Será que hay grados en el pudor.