Se marcha uno de Mallorca el día en que llega Zapatero a Marivent, no es por nada. El teletipo de Efe asegura que “en el encuentro ofrecerá al Rey un balance de las últimas medidas económicas y de otras cuestiones que afectan a los españoles”. La primera de las cuestiones que afecta a los españoles es el propio Zapatero, pero no creemos que él mismo se incluya en el balance. Los balances de Zapatero son como los globos de helio o los candidatos del PSM: una cosa inflada que ocupa tiempo y espacio, una pasión inútil, que diría Sartre. Felipe y Letizia se lo han perdido porque están ya en Madrid a la espera de escoger destino vacacional lo más inadvertido posible. Otra pasión inútil.
Algunas conclusiones a la hora de abandonar Baleares. La Familia Real cada vez se hace más real, es decir, cada vez oculta menos las vicisitudes desedificantes por las que atraviesa cualquier familia, tal el escalonamiento con que los parientes regios han ido llegando a Marivent, como si no se quisiera coincidir según con quién. No están los tiempos monárquicos para virtudes ejemplares. Bueno, dejaron de estarlo cuando subió al trono Felipe III, más o menos, pero entonces no había paparazzi ni libertad de expresión. Otra idea clara: Palma se antoja por momentos recinto flotante de la clase y el glamour, y por momentos asiento de la plebeyez más chancletista. Algo como una mezcla pretenciosa de Benidorm y Sicilia. Porque ésa es la otra: la corrupción resulta tan consustancial a este archipiélago como el agua clara o los alemanes. El otro día, en el Club Náutico, capté al vuelo la siguiente conversación entre dos señores maduros que abusaban notoriamente de los UVA:
-Hombre, ¿cómo te va?
-Pues ná. Que me han imputado.
-Coño. ¿Y eso?
-Ná, que le vendí un casco a uno que tenía un seguimiento...
-Bah. ¡Si está imputada media Mallorca!
Tal cual. Lo noticioso no es el diálogo en sí, sino que escucharlo no haría girarse a ningún mallorquín, tan manida está la temática. Hablar en Palma de corrupción viene a ser como hablar del tiempo en el ascensor o de Pepiño en los aeropuertos: una perogrullada. Eso sí, la Munar no se apea del modelito cuando va a declarar a los juzgados. Antes cárcel que sencilla.
Ahora nos espera Santiago. De Compostela, queremos decir. Tal es el estado de la Nación y sus representantes que el pobre Patrón acusará una sensación de desarraigo como la de un torero en Cataluña. La tarea de cerrar España no está ya al alcance ni del primo del Señor. Aunque, a fin de cuentas, la esperanza es patrimonio del peregrino. Por eso Zapatero hace balances en Palma mientras Rajoy fantasea en Galicia.
(La Gaceta)