Abc
No soy muy de himnos (seguramente por culpa de la mili que en la Brunete me dio Felipe González).
Arranca la Marcha Granadera y hago lo que el perro de Paulov, que me pongo en paso ligero.
Me gusta el alemán, pero en la intimidad (como a Aznar el catalán) y tocado, no cantado, tal que el martini de James Bond.
También me gusta el americano, pero cantado, no tocado, y en el boxeo, aunque sólo si boxea Mike Tyson y canta (a pelo) Whitney Houston.
Comprendo, sin embargo, que la Décima pedía un himno, y que ese himno sólo podía hacerlo Manuel Jabois, que no hace versos (que yo sepa), pero que tiene el don, tan escatimado a los hombres, de mirar a las cosas como si las viera por primera vez.
–A todo esto, usted, Pemán, que hace versos, ¿por qué no le hace una letra a la Marcha Real? –dijo Franco al director de la Real Academia (algo antes de que lo echaran).
Pemán le explicó que los himnos no se “componen”, sino que nacen, y que la “Marsellesa”, que es lo que quiere todo el mundo, no había nacido en las barricadas de París, sino en provincias, y era la música de un “Tantum ergo” aligerada de compás.
En cualquier caso, Pemán ya había hecho esa letra (por encargo de Primo de Rivera), pero Franco no lo sabía y le procupaba el caso de un almirante español que en unas maniobras navales en Japón, a la hora de los brindis, con la copa en la mano, decidió, a falta de una letra, arremeter con el “Corazón Santo, / Tú reinarás”, seguro de que sus hombres le seguirían, como así fue. ¿Se imaginan al piperío arremetiendo con el “Venid y vamos todos” para celebrar la Décima?
La Décima surgió de un ambiente irracionalista, con Sergio Ramos, mitad Apocalypto, mitad Popeye, haciendo estallar el Big Bang que Hawking no nos termina de explicar. El himno de la Décima surge de la necesidad de contar, con palabras y con música, una historia: la conquista de la Décima, que es la historia del gol de Sergio Ramos.
En su himno Pemán logró un estrofa perfecta (“Gloria a la patria / que supo seguir / sobre el azul del mar / el caminar del sol”), pero vaya usted a contarle la Conquista a la Generación Mejor Preparada de la Historia.
Y vaya usted a contarle al piperío la metáfora ramosiana (contacto instantáneo de dos imágenes: cabeza y balón). Los poetas de ahora se habrían perdido, como los toreros de ahora, todos ayunos de clasicismo, en chicuelinas, gaoneras, delantales, navarras, zapopinas y faroles. Jabois, en cambio, con un galleo gallego, consigue meter al pipero en el caballo, que es el caballo troyano de Ramos arremetiendo como un río de leones contra la exhausta Numancia simeónica.
–Madrid, Madrid, Madrid, / ¡Hala Madrid! y nada más, y nada más…
¿La Décima “y nada más”? Ni hablar. Es el “Y nada más” de Silvio Rodríguez para retratar la tarde y el “Y nada más…” de Luis Eduardo Aute para retratar a la amante, sin renunciar por ello ni a más tardes ni a más amantes, como ningún madridista renuncia, cuando canta "Y nada más", a más goles de Ramos.
LA EJEMPLARIDAD
Por la glosa (deliciosamente d’orsiana) que Hughes hizo del discurso florentiniano de la Décima en el Ayuntamiento de Madrid, Florentino Pérez habló de un Madrid eterno e introdujo el concepto (“sublime”, dice Hughes, agudo lector de Gomá) de la “ejemplaridad maravillosa”. El imperativo de la ejemplaridad de Gomá dice así: “Que tu ejemplo produzca en los demás una influencia civilizadora”. Es lo que Ramos, que no ha leído a Gomá, venía a decir este invierno en las entrevistas: “Somos del Real Madrid y sabemos que tenemos que dar ejemplo”. Para Gomá, cuyos editores se negaban “comercialmente” a mantener en el título la palabra “ejemplaridad”, la filosofía de la ejemplaridad es ciencia del ideal, y, después de lo de Lisboa, ¿qué ciencia en España no tiene a Sergio Ramos por ideal, siquiera de yerno?