(El bosón de Higgs es la pelota del tejado)
Jorge Bustos
Se ríen del bosón porque está buena. El bosón en realidad es Aznar. Que venga Higgs y lo vea. Espuma de bosón traída de El Bulli. Los cojones de Ramos contra
los bosones de Higgs. Y para chanzas similares dio entre nosotros el
día histórico de ayer. Lo siguiente es celebrar el gracejo proverbial
del bienhumorado pueblo español –que a la vez es el más fatalista de los
pueblos, porque en realidad una cosa lleva a la otra, como decía Paz de
los mexicanos, a quienes el desprecio de la vida conduce al desprecio
de la muerte–, y aderezar el tópico con la displicencia idiosincrásica
con que Unamuno exoneraba a nuestro volkgeist de la I+D:
—Que inventen de ellos.
La suficiencia científica –sobre todo cuando acierta– mueve en
España a la mofa blasfema de los vitalistas y a la severidad sacral de
los positivistas, que se tienen por abogados reparadores de Giordano Bruno sin
advertir que, clamando contra el oscurantismo recalcitrante cuando nos
burlamos de un bosón, no hacen otra cosa que remedar a las mujeres
barbudas locas por lapidar de La vida de Brian, sólo que diciendo Higgs donde
la película decía Jehová. Unos creen que el amor son endorfinas y otros
que los ángeles nos aprueban los exámenes. Lo cual prueba que aquí nos
relacionamos de simétrica manera con la ciencia que con la religión,
invirtiendo cirios y garrotes según los temperamentos. Ortega, viejo zorro, fundió ambas actitudes para formular el raciovitalismo como filosofía propia del Mediterráneo.
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