sábado, 10 de diciembre de 2011

Sobre Castella y la estafa del arte en los toros

Ese oscuro chiquero...

José Ramón Márquez

L’intérêt du combat vient de la manière dont l’homme, armé
d’une brette légère met d’aplomb celui qu’il va frapper,
l’obligeant à suivre ses feintes, puis à recevoir le coup mortel

La corne et l’Epée
Laurent Thailhade
Paris, 1908


Hoy manda el balompié, pero no debe pasar sin comentar la memez de Sebastián Castella, que estas cosas luego se olvidan. En Toro, torero y afición recogen la extravagante opinión del toreador francés. Dice: “...los toreros no vamos a matar, sino a torear. La gente no quiere ver cómo matan a un toro, sino que quiere ver arte”. Ya tenemos por aquí aflorando la inmundicia de la simiente de Quito: de un lado la corrida sin muerte, del otro la cataplasma del arte, esa peste que nos acecha a la vuelta de cada esquina.

¿Y qué sabrá Castella de arte? ¿Sabrá el torero de qué habla cuando dice arte?
Un paisano de Castella, D. Francis Wolff, Catedrático de la Sorbona, hará unos tres años en una Tercera de ABC, expresaba con precisión una emocionada visión de la tauromaquia. Decía "...yo veo en él [el torero] un héroe contemporáneo que tiene la audacia de desafiar y enfrentarse a una fiera jugándose la vida -sin más, por la belleza del gesto, por pura libertad, para afirmar su propio desapego en relación con las vicisitudes de la existencia y su victoria sobre lo imprevisible-..."

En ese texto del Catedrático de Filosofía aparecen certeramente las dos palabras prohibidas, las que Castella no osará jamás pronunciar, anestesiado por un tipo de pensamiento de última hora que se orienta a negar la esencia del toreo. Las dos cruciales palabras son “fiera” y “héroe” en directa contraposición a “materia artística” y “artista”, que serían los términos queridos por Castella y otros como él.

Mientras Sebastian Castella quiere arrebatar al toreo de su razón de ser, Francis Wolff se coloca con sus palabras en irrenunciable sintonía con tantos pensadores como le han precedido utilizando los términos precisos para tratar de explicar la tremenda simbología que yace en lo profundo de la Tauromaquia, en esa búsqueda de la belleza que tiene un carácter más moral que estético y en la victoria sobre lo imprevisible representada por la furibunda embestida del cuatreño. En sus palabras aparece retratada de manera inextinguible la vieja pugna entre las fuerzas de la naturaleza frente a frente con las de la cultura, en una lucha de la cual sólo puede haber un vencedor.

Al fondo de la cuestión, como sabemos, se encuentra el laberinto cretense, ese oscuro chiquero en cuyo centro se halla la muerte, representada por la media lagartijera con la que Teseo despena a Minotauro; pero esa acción decidida y valerosa no evoca ni mucho menos al término contemporáneo y devaluado del arte en el sentido actualmente vigente, hecho de instalaciones, de acciones o de performances, de conceptualismo en suma, sino a una forma artística, si acaso se le pudiese llamar así, que entronca de manera profunda con Lascaux o con Altamira, y que es aquella manifestación que aspira a aprehender la figura del objeto temido y venerado como prólogo al enfrentamiento insoslayablemente fatal en el que necesariamente uno de los dos actores, bien el héroe o bien la fiera, ha de perecer.