viernes, 3 de mayo de 2024

Corrida del Dos de Mayo, más gastronómica que goyesca. Ningún orégano en los Montecillos, con Robleño y Cortés por lo serio, y la sal gorda de Espada. Márquez & Moore



Más Giacometti que Goya


JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ


Jour de fête en Madrid para celebrar el inicio de las hostilidades contra el francés y, como viene siendo habitual, se programa una corrida de toros con la etiqueta de «goyesca», que significa a grandes rasgos que los actuantes visten como los personajes del filme «Sangre de Mayo» (2008) de José Luis Garci, otro de esos hitos del cine español que costó quince millones y recaudó apenas una séptima parte de los mismos, que con las cosas culturales hay que tener manga anchísima. Aquel fallido filme sirvió para que Cornejo se pusiera las botas con sus disfraces y siempre que hay una de éstas, pensamos que muchos de los actores de la Corrida Goyesca portan los mismos ropajes que vistieron Quim Gutiérrez o Paco Algora o Manuel Galiana. En lo del disfraz solamente falló la arenera, que no debía haber su talla, dado que entre los areneros de la época de Goya no había damas, y se puso unos leggings verdes como de hacer pilates que no venían mucho a cuento dentro del general anacronismo. Lo suyo es que, aunque no se usasen durante la lidia, habríamos agradecido que, al menos, hubieran hecho el paseíllo dos feroces alanos españoles atados con su cadena y que se hubiera sacado la media luna del Museo Taurino, para dar un poco de verosimilitud goyesca al conjunto, pero Abellán no está para esos detalles, que tiene graves asuntos sobre los que meditar como por ejemplo ver cómo va a obligar a la Empresa a que cumpla el Pliego de Prescripciones Técnicas en cuanto a lo estipulado sobre la exhibición del ganado de la Feria de San Isidro en la Venta del Batán.


Decimos Corrida Goyesca, que era lo anunciado, pero hoy la corrida tenía casi más de gastronómica, por la cantidad de aspectos relacionados con el yantar que en ella se daban. Por ejemplo Montecillo, nombre de la ganadería, que es también el nombre de un vinillo de Rioja de esos que nos gustan para chatear, un vino de Navarrete de lo más honesto, sin locuras de enólogo ni expresión de sabores delirantes; y la propia ganadería, que ahora es propiedad de los Cebaderos de Rozalén S.L.U., especializados en la producción de jamones y paletas, que han querido unir su amor al porcino con lo más porcino de la cabaña brava, esa juampedritis que asola el paisaje ganadero de Iberia. Al respecto de esto digamos que lo mismo que entre los amantes de la cosa náutica es famosa la frase de que «el único placer comparable al del día que te compras un barco es el que sientes el día que te deshaces de él», nos imaginamos lo a gusto que se habrá quedado don Fidel San Román al largar sus ganados a estos Rozalén de los cebaderos, que como son muy amantes de las labores de acoso y derribo van a disfrutar lo suyo, pues como todo el mundo sabe, éstas se verifican mucho mejor con ganado de lidia que con cochinos 50% Duroc. Y si tenemos el vino y el cochino ya sólo nos falta la cosa de la restauración, de asar el puerco, y para eso ahí tenemos a Rafael Sandoval que, junto con sus hermanos, regenta el espectacular restaurante Coque, donde se asa el mejor cochinillo que se puede degustar en el Planeta Tierra, y que actúa como apoderado del fuenlabreño Espada, tercero de la terna de hoy.


De los toros del Montecillo poco hay que decir. Bueno, digamos que tras tantos lustros de manejo ganadero, primero por don Francisco Medina y luego por don Fidel San Román, de lo de Juampedro que dicen en el programa no debe quedar ni las raspas. Ésa debe ser la causa de que lo que salió por chiqueros más bien fuera una rehala de chuchos, cada cual de su padre y de su madre y que la referencia en cuanto a morfología a su supuesto origen fuera casi nula. Todos descendemos de Adán y Eva, pero tras muchos cruces salen productos tan dispares como Monica Bellucci o como Margarita Robles. Con los Montecillo pasa lo mismo, que ni por hechuras ni por cabezas aquello rememoraba a su origen. Acaso el sexto, Raspiyo, número 58, que fue el mejor toro de la corrida es también el que presentó un aspecto más armónico. No es que adolecieran de presentación, sino de trapío, esto es de parecerse a su origen. Serios y con leña, metidos en kilos presentaron en general las señas del descaste y la emoción principal que trajeron a la Plaza fue la del susto de su incertidumbre. El deplorable tercio de varas que se vivió con el primero de la tarde, Fandanguero, número 15, dio la pauta de por dónde iba a ir la tarde en la cosa ganadera y, en ese sentido, los toros no se salieron del previsible guión de la falta de pelea, del cabeceo o del irse de la suerte.


La terna vestida de goyescos para la corrida gastronómica estaba compuesta por Fernando Robleño, Javier Cortés y Francisco José Espada, de sobra conocidos de la cátedra. Al respecto de los toreros se debe hacer la observación de que, si bien es óptima la asistencia masiva del público a la Plaza, esto redunda a veces en contra del toreo serio, tal y como hoy les ha pasado a Robleño y, sobre todo, a Cortés, ya que el gusto de las gentes se ha decantado por el humo de pajas del toreo de Espada, sin echar cuenta del esfuerzo y la solidez de las propuestas de los otros dos. En efecto, Javier Cortés ha firmado una tarde más que interesante con argumentos de torero cuajado, con formas clásicas acrecentadas por su elegante y torera ligereza, con un excelente sentido de la colocación. La salida del primero de Cortés, un cinqueño ensabanado que atendía por Carpetón, número 6, fue saludada con aplausos de aprobación a su lámina, y el animal tenía eso: lámina, porque no puntuó ni en el primer ni en el segundo tercio, y en el tercero, cuando no echaba la cara arriba feamente, arreaba un cabezazo a ver lo que podía pillar. A esos mimbres de tan poco vuelo Cortés opuso la claridad de su colocación, poniéndose en el sitio donde se torea y sacando muy buenos muletazos, como el que saca leche de una alcuza, obligando al toro a hacer lo que menos quería. Gran verdad la de Javier Cortés en este toro, y mucha firmeza y poder en guante de seda ante el Montecillo. Y en el quinto, Fandanguero, número 14, también cinqueño, imponentes 604 kilos de mal estilo con dos velas de las de quitar el hipo, volvió Cortés a mandar netamente a quien supiera verlo el mensaje de su firmeza y de su disposición, sin que muchos echasen cuentas de la excelente propuesta que estaba mostrando el torero, habida cuenta de que las condiciones del toro, su ausencia de una embestida digna de tal nombre, su desconfiado ir y venir y, en suma,  su descaste eran más merecedoras de un infame golletazo con el que mandarle al averno que del denuedo con el que el getafeño trató de llegar a algo con él. Le robó los muletazos que pudo y lo mató mal, igual que al otro.


Y en un registro de menor intensidad a lo de Cortés estuvo Robleño también, manteniendo su pabellón, ganado a pulso. Su primero, número 15, no tenía el más leve interés en embestir por el derecho, y por el izquierdo directamente no pasaba. Robleño le toreó con la derecha y vio cómo el descaste del bicho le puntuaba la faena a base de cabezazos. Con media estocada echó al suelo al toro. Su segundo fue Actor, número 13, un actor muy malo y muy secundario, de esos que no tienen ni una frase, que en este caso sería ni una embestida digna de tal nombre, y las que dio las entregó de una en una, encontrando frente a él a un Fernando Robleño que planteó su tarea de manera muy seria, sin afligirse y tratando de llevar a buen fin su labor, que al final sirvió para demostrar que en el mundo de ese toro no cabía el concepto de una embestida mínimamente coherente, ni por el derecho ni por el izquierdo. Lo mató de aquella manera.


Y Espadas, que lo hemos dejado para el final porque el hombre ha sido capaz de conectar con los tendidos con su propuesta de toreo bullanguero y pueblerino, toreo de olor a churros, a algodón de azúcar y a berenjenas de Almagro. El público fiestero jaleó a Espadas como si estuvieran viendo a Juan Belmonte con el toro Tallealto de Contreras (2 de mayo de 1914), pero lo que veían era la expresión de ese torero populista y falto de los más esenciales mimbres que hacen grande al toreo: la colocación, el poder, el temple, el mando… A cambio, la expresión denodada de los pases de vaivén, del ir y venir del toro sin motivo y sin finalidad, del poner en movimiento al animal para nada, acaso para ir consumiendo el tiempo previo al clímax de las manoletinas, de las cercanías que alientan las emociones bajas. Así, los pases van saliendo de aquella manera: los que tienen barba son de San José y los que no, de la Virgen Santísima. Tuvo Espadas la fortuna de sortear el lote más potable del infumable encierro y, sobre todo, el sexto de la tarde que, netamente, se le fue sin torear. Se llevó hasta cuatro veces el toro al torero arrollándole con los cuartos traseros, creándose momentos de cierto paroxismo en determinado público por cosa tan poco elegante y ese mismo público censuró con firmeza las tibias protestas que surgían al aire del disparate que se estaba viendo. El fallo a espada del fuenlabreño le hurtó un triunfo totalmente incomprensible que ya tenía en su mano. Lo mejor de Espadas fue llevar en su cuadrilla a «Candelas» (José Antonio Alponte), que estuvo extraordinario bregando al tercero con sobria eficacia y pareando al sexto con verdad y decisión.




ANDREW MOORE

 







Robleño



Cortés




Espada


FIN