sábado, 5 de noviembre de 2022

El escritor resucita



España parece muerta

 

José Rivela Rivela*


   Voy a encontrarme con el escritor. Para llegar al cementerio paso al lado de la  iglesia y encuentro tres tumbas: padre, madre e hijo. De pie y concentrado en algo se encuentra el escritor. Dicen de este hombre que es uno de los mejores escritores del planeta. Me dice: los que se encuentran aquí tumbados son mi padre, mi madre y mi hermano.

               
   En sus escritos no tiene consideración con los gustos y deseos de quien lo lee. La tozudez y la demencia desbocada es lo suyo. Tanto si quiere como si no, siempre sierra la rama sobre la que se asienta y cuando cae siempre lo hace en un lugar incómodo.

                         
   Vamos caminando por esta ciudad, que se llama España. Tomamos algo en un bar y el escritor habla con los parroquianos. Discuten sobre la independencia de algunos pueblos. Cuando salimos está enfadado: los que defienden ser independientes están mal de la cabeza, me suelta. Mientras caminamos no para de hablar, me mira fijamente y me suelta: aprecio todo lo que guarda silencio. Sin embargo, mientras caminamos no para de mover la sin hueso. Llegamos a la catedral y ahí está un hombrecillo que se llama Agüero, un jerarca del clero, que en la conversación con el escritor defiende las declaraciones de Irene Montero, que defiende la pederastia con el consentimiento de los niños. El escritor vocifera y fuera de sí se lanza: ¿cómo puede defender la Iglesia a una chiflada con chalet? Mientras grita esto varias veces me agarra y me dice que nos vayamos, que esto no lo aguanta. Camina deprisa y no para de hablar: tal como está el patio me pongo enfermo, busco refugio en los clásicos, sobre todo en los que no consiguieron hallar su lugar en la sociedad, en quienes se dieron de cabezazos, en quienes fracasaron y acabaron hundiéndose.

 
   Andando derecho sacudió la cabeza y apartó el aire con los brazos (hace falta aire, aire, aire y nada más): No te preocupes, tranquilo, me hablaba usted ayer de pies y ojos, pues todavía los tengo, nadie me los ha arrancado. Estoy viendo y escuchando cosas que sino se ven no se creen, es algo increíble, increíble, ocupan tu casa, se quedan ahí tan panchos y tienes que apoquinar lo que gastan. Así durante una eternidad. Te arruinan.


   La ministra Irene dice que estas cosas no existen, claro, porque en su finca no entra nadie, por qué, porque tiene a la guardia civil que vigila la entrada. ¡Así cualquiera! Pues bien, un tipo del Sur, que tiene un asador, dijo que al que ocupe el chalet de Irene, le da una pasta. Unos amigos de la del chalet dijeron que lo bueno sería que ocuparan el asador, y que le prendieran fuego con el dueño dentro. Así andamos, sofocados todo el día, con los nervios destrozados... Así vivimos diariamente los españoles, con el corazón en un puño. Esto tiene toda la pinta de acabar mal. Porque lo que os estoy contando es verdad ¿no? Sigue andando, hablando, gesticulando: estoy a punto de llevarme a mí mismo al absurdo. Suenan mensajes de móviles alrededor tic tic, tic tic, tic tic y por uno de los altavoces móviles se oye la voz de un senador del PP: ...todos, todas y todes... El escritor grita: ¿quién autoriza a este gaznápiro a patear el español?


   Todo se mueve y como al escritor lo conocen se acerca un hombre de unos cuarenta años y dice: el Gobierno modifica unilateralmente los estatutos de RTVE para dar más poder al... Gobierno. El escritor le dice: ¡No va a ser a la oposición, panoli!


   Continúa caminando y hablando consigo mismo. Yo lo escucho atentamente porque este genio expresa con gran precisión lo que sucede en España. Ahora suelta: en breve los participantes en la última guerra civil serán desenterrados, pues hay que dejar espacio para los muertos de la próxima. Seguimos el paseo, no hay nadie; nos perdemos porque no miramos los rótulos de las calles. De repente canta: Él es un segador llamado muerte / tiene la autoridad del señor Dios...


   Bajamos despacio la escalera que lleva a la Iglesia y al cementerio. Son las primeras horas de la tarde de un día caluroso; España parece muerta. Sólo a lo lejos se oye el ladrido de un perro; por alguna parte circula un autobús. De pronto llegan dos coches desde el Este, un Mercedes y un Porsche. ¿Qué buscan aquí? ¡Tal vez la tumba de un genio? ¿Se pararán? No, pasan de largo frente a la Iglesia. Son coches hermosos y veloces.

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*Profesor de Arte en el IES de Celanova (Orense)