lunes, 14 de noviembre de 2011

Rafael el Gallo visto por Guerrita

José Ramón Márquez

Revisando papeles me encuentro con una fotografía de Rafael El Gallo. Está tomada en el despacho de su casa de Sevilla antes de 1911. Tras él, en la pared, hay un marco que contiene una fotografía, con toda seguridad de su padre Fernando El Gallo, en el estilo de las que Laurent hacía en su estudio de Madrid a los toreros, liado con el capote de paseo a la manera antigua. Por encima de la fotografía, se halla colocada la tremenda cabeza disecada de un toro.

A propósito de esa cabeza, tenemos la suerte de saber que corresponde al toro lidiado en cuarto lugar en la corrida que se celebró en Écija el día 22 de septiembre de 1910, mano a mano entre Rafael González Machaquito y Rafael Gómez El Gallo, y que pertenece a la ganadería de Saltillo, como inequívocamente denotan su cara y sus pitones.

Tenemos la suerte, además de contar con algunas breves reseñas de esa corrida. En las firmadas respectivamente por S. y por P. que se publicaron en El Enano se tilda a los toros respectivamente de ‘buenos’ y de ‘pequeños’; en la publicada en el Diario de Córdoba de comercio, industria, administración, noticias y avisos se nos informa de que esa tarde, como en la anterior con iguales espadas y con ganado de Concha y Sierra, marcharon muchos cordobeses a Écija a ver la corrida, en la que murieron siete aleluyas.

Además de las citadas reseñas, tenemos la fortuna de disponer de dos testimonios contradictorios sobre la tarde. Por una parte el del anónimo redactor de El Defensor de Córdoba, a quien se le nota cierta parcialidad a favor de Machaquito, acaso por razón de paisanaje, y que despacha la labor de El Gallo de aquella tarde con un buen par de banderillas y una buena estocada al cuarto. Pero tenemos la gran fortuna, además, de contar con el inestimable testimonio de un extraordinario testigo presencial de aquella corrida, puesto que entre los muchos cordobeses que se desplazaron a Écija a los que alude el Diario de Córdoba en su información se encontraba Rafael Guerra, ‘Guerrita’, que fue espectador de excepción de aquella tarde.
Éste es el juicio que le merece El Gallo al segundo califa en aquella tarde:

-Trae muy buen estilo con los palos. Tiene más ángel que tóos. Yo le he visto este año en Écija poner un par a un Saltillo que es el mejor que he visto en mi vida. Estuvo media hora cuadrado. Es un torero que, a todo lo que hace, le tiene usted que decir ole... y con los otros se queda uno sentado. En esta corrida de Écija no puede usted imaginarse cómo estuvo. Nos puso en pie a todos. Y le advierto a usted que estábamos allí muy buenos aficionados que han visto muchos toreros. Calcule usted, yo era el más joven y tengo cuarenta y nueve años.

***

Hay algunos que quieren ver el pasado con los ojos del presente. Torero artista, le decían en su época a Rafael el Gallo y con eso no faltan en nuestros días quienes le quieren, le querrían, emparentar con toreros de nuestro tiempo que tocan ese palo; pero la comparación es imposible. Basta ver las proporciones del Saltillo al que el revistero P. tilda de ‘pequeño’ para descubrir la impostura de la proposición. La espantás y los triunfos de este ‘artista’ se hicieron con toros que en nuestros días serían tachados de ilidiables o arqueológicos por los contemporáneos revistosos del puchero. La cabeza del Saltillo que Rafael colocó en su despacho sevillano, por algo sería, y ante la que le retrata Dubois, es la pública demostración, fuera de ucrónicos jeribeques, del auténtico aspecto de los animales sobre los que Rafael el Gallo cimentó su imperecedera fama de torero y de ‘artista’.