martes, 15 de noviembre de 2011

Infieles

Fuego en el cuerpo, 1981

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

La infidelidad es una cuestión de fechas. El franquismo impedía a la esposa abrir una cuenta corriente, pero el esposo iba a la sombra si era sorprendido en la cama de otra.

En la guerra fría, Groucho propuso contra la infidelidad empadronarse en el sector comunista de Berlín, que es lo que en nuestra democracia caliente hace la intelectualidad votando a Llamazares. El resto es capricho, desde la nariz de Cleopatra, que cambió la historia del mundo, hasta el bigote de Frida Kahlo, que cambió la historia del arte.

El éxito de Frida algo tuvo que ver con su bigote –dice Juan Soriano–. En México decimos: “Mujer con bozo, culo sabroso”.

Ya sabemos que en todas las encuestas políticas gana Rajoy, igual que en 2004, salvo en aquéllas que preguntan “¿con qué político tendría una aventura usted?”, que lo colocan a la cola, con Rubalcaba, y eso que el cinero Yanes dice que todas las actrices suspiran como Julietas ante el Cromwell de Solares, cosa que yo sólo se lo he visto decir a Maribel Verdú, que comparte las solapas de Schopenhauer con nuestro Fouché comprado en los chinos, cuyo amor platónico es Ana Belén, que nos amenizará la Nochebuena.

Las musas eróticas de los demócratas infieles son Arancha Quiroga, que tiene algo de Carole Bouquet en “Ese oscuro objeto del deseo”, y por cima de todas, María Cospedal, mezcla (para los cincuentones) de Belén Landáburu, que era de Burgos, y aquella imponente Matty Walker (Kathleen Turner) de “Fuego en el cuerpo” con William Hurt:

No deberías llevar esa ropa.

Sólo es una blusa y una falda.

Entonces no deberías llevar ese cuerpo.

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