lunes, 30 de enero de 2017

La orden de Trump



Hughes
Abc

Cada vez cuesta más trabajo informarse. Hay que hacer un esfuerzo de investigación para acercarse un poco a la verdad de las cosas. Esto es otro de los fascinantes aspectos de Trump. Lo ocasionado con motivo de su “orden ejecutiva” sobre inmigración será inolvidable. Todos los medios han reproducido la noticia (falsa) de un veto a los musulmanes, sin mencionar tampoco el plazo de aplicación. Tampoco el origen de la selección de nacionalidades, ni el “case by case”. En Estados Unidos ha sido peor (lo nuestro es un eco de la propaganda de allí mezclada con intereses de los partidos políticos, antiamericanismo estructural, franquismo genético y pereza general), y probablemente la voluntad de provocar una revuelta popular haya influido en el entendimiento mismo de la orden. Porque… ¿realmente estaba tan claro que se aplicaba también a los poseedores de “gren card”? ¿No fue también eso parte de la histeria general? Si así fuera, la orden sería muy cuestionable. Cuestionable desde la ignorancia monumental de la que hablo -aunque he visto a corresponsales calificando la orden de anticonstitucional sin más aclaración ni más apoyo que su criterio-. Pero tras la matización y la aclaración posterior… ¿qué tenemos realmente?

En un momento inicial, en la comprensión de la orden coincidieron las ganas de los “midia” de reencontrar a su prefabricado Hitler, y el peor retrato que hizo Trump de sí mismo. Porque lo peor, realmente lo único malo, ilegítimo, cuestionable y real de la campaña de Trump fue su mención, sin más, a los musulmanes. Personalmente -y aunque nada importe-, eso era lo que más me incomodaba de su campaña, y sentí una mezcla de alivio y algo así como un guiño íntimo cuando ese anuncio, digamos, islamófobo, fue inmediatamente retirado de su web tras la victoria electoral.

Giuliani habló hace unas horas sobre la orden en la Fox. “Me pidió que hiciéramos legal su deseo de prohibir la entrada de musulmanes”. ¿Ayudaba esa declaración? ¿Era parte de la intempestiva y brusca ingenuidad de la Administración Trump o pretendía unos efectos derivados? Lo cierto es que la orden, con la debida matización sobre la green card (y quedémonos aquí, por economía de tiempo, con la duda de si hubo chapuza legal o desinformación interesada -porque al respecto del repaso legal y técnico de la redacción de texto también se ha mentido-), la orden, digo, y según expertos en la cuestión, no cumple una promesa electoral. Al contrario, es un Trump muy rebajado. Un Trump quizás más cerca de Obama que de sí mismo. Estamos viendo, también, la adaptación del trumpismo al engranaje institucional.

La orden se hace por órgano competente, conforme a competencias otorgadas al presidente, de acuerdo con la normativa americana y en virtud de una capacidad de decisión soberana. Y no se aleja tanto de antiguos precedentes en su aspecto más controvertido, que quizás sea la prohibición inmediata respecto a los ciudadanos de Siria (si es que cabe esa expresión un tanto oximorónica).

Hay otro asunto en el que la desinformación ha sido insoportable: el “religious test”. Es inconstitucional, se dice, pero hubo precedentes. Sería indeseable una criba entre cristianos y musulmanes, pero para la aceptación de minorías oprimidas, ¿qué otro criterio, sino el religioso, es necesario atender? La cuestión judía parece un precedente suficiente. Como siempre, y después de los enormes esfuerzos para informarse, el heroico lector, exhausto, agotado, quedará con un sensación de inutilidad, y de falta de penetración. ¿Qué hay detrás de todo esto?

En las revueltas de la izquierda americana y en su lamentable eco español y europeo empieza a haber una fuerte sospecha de manipulación. Viven en el levantamiento cotidiano, estirando los hechos para que cada acto de Trump se corresponda con la previa idea de un tirano. A veces apetece abandonarse a la conspiranoia sobre Soros. En cuanto al gobierno de Trump y al entendimiento mismo de la política inmigratoria, quizás deberíamos ampliar el espectro. La política inmigratoria, ¿para qué sirve? ¿Es una proclamación de valores, es una herramienta de seguridad, es un instrumento de política internacional basado en la correspondencia o es un instrumento de bondad hollywoodiense? Complicado asunto. Les confieso que después de haber empleado tanta energía en informarme, apenas me quedan tiempo y recursos para penetrar en esto.

La política inmigratoria americana pivota sobre la Ley del 65 de Johnson. Y supuso un cambio respecto a la del 52 y la anterior de los años 20, un cambio que cabe resumir (quizás brutalmente) en que se ampliaba el origen de los inmigrantes. La Ley del 52 (McCarran-Walter Act) establecía un sistema de preferencias, selectivo para la admisión de inmigrantes. La Ley del 65 lo “internacionalizaba”. Dejaba de primar la integración europea y occidental. La Ley Hart-Celler establecía algo así como una igualdad de oportunidades en el acceso a la ciudadanía de Estados Unidos. Esta ley fue celebrada (simbólicamente apropiada) por Obama en su 50 aniversario. Un efecto de la ley fue rebajar la cantidad de “Europa” que entraba en América y quizás propició el cambio demográfico y cultural que hizo posible su propia victoria.

Obama, Clinton y Bush han manejado la noción predominante de la “seguridad”, más aún desde el 11-S, y Trump sigue el mismo camino, pero quizás de fondo pueda haber una visión distinta, y me temo que eso sea el origen del histerismo (histerismo organizado) alrededor de Trump. La “seguridad” sirvió para justificar invasiones e intervenciones y ahora podría servir para dar un giro inmigratorio. Digo podría. ¿Qué queda de la original “islamofobia” argumental de Trump? Trump es un pragmático. Ahí quizás pulsaba teclas de paranoia necesarias para el impresionante rescate de votos de su victoria. Constantemente se ha visto en su gobierno racismo y xenofobia, pero puede que no, y parece que no: lo que quizás haya de fondo es un intento conservador (un neocon de los valores) por reforzar la identidad americana incidiendo en aspectos socioculturales y religiosos. No importaría tanto la raza, como el núcleo espiritual que se considera necesario reforzar. O dicho de otro modo, es algo distinto al racismo morboso y enfermizo del KKK y de los años 30. Este “rearme” de valores religiosos, cívicos, patrióticos, este reforzamiento premeditado de la cohesión nacional, sería lo opuesto a la identidad mosaico que con Obama llega al paroxismo. ¿Sería un intento de sacar a EEUU del bucle 1965-Obama?

Pero no es sólo una cuestión de razas, que será la réplica insultante y fácil. Y no parece, por el momento, que la política inmigratoria vaya a ir decididamente por ahí. El “baneo” de su orden ejecutiva no llega a tanto, y es ligero frente a otros momentos de la historia americana en que hubo naciones favorecidas. Pese al agotador carrusel de estupideces de este fin de semana, es un Trump lejano del Trump electoral. De fondo está esa ley del 65 y algo parecido a lo que se debate en Europa. ¿Tiene Estados Unidos una matriz judeocristiana u occidental que preservar? ¿O tiene que abandonarse a la demografía?