Hughes
Abc
¿Y dónde está Pujol? Esta frase se repetía el periodismo horas después de la confesión (sin reparar en que, dentro de Cataluña, Pujol está en todas partes). Alguien propuso la casa de su hijo Josep en Latour- de- Carol. Yo más bien lo hago en Urús, donde Oriol, respondía un redicho. Y el veraneante experto sostenía que en Bolvir, en la almenada casa de Jordi Jr.
De modo que cuando el austero Pujol, señor de su pisito, dijo que tenía a todos los hijos colocados no se equivocaba. Colocados y con casoplón. Estas cosas se sabían en Cataluña, pero de esa forma amortiguada en la que se saben las cosas en los ámbitos periodísticos. Se saben tras los postres.
Este agosto Pujol parece moverse por un sistema de pasadizos entre las tres casas familiares en la Cerdaña, comarca gerundense de un aire tan delicado que cuando uno baja del coche a echar gasolina siente que ya ha olvidado su vida anterior. Es como un episodio de Heidi, pero conduciendo los coches de Tony Soprano.
La casa de Josep Pujol Ferrusola está en Latour-de-Carol, suelo francés. Es la propiedad más espectacular de la localidad. Tiene un aire a la mansión de Rebeca. Cuentan que durante la guerra fue un lugar de reclutamiento y se dice que hay fantasmas, de los de Iker Jiménez y de los fiscales.
Cuando la prensa llega a un sitio así los vecinos empiezan a limpiar las ventanas, locos por no contar nada. Pero todo era un secreto a voces y los cicloturistas paraban a hacerse fotos. La casa, cerrada a cal y canto, sólo enseña una bandera estelada (independentista) donde la barbacoa. La fotógrafa mandó soplar al cronista a ver si la podía hacerla ondear para la foto. Los lugareños hablan con respeto y comedimiento del dueño, «alguien educado y sencillo». Cuando uno entra y sale de Francia por allí se da cuenta de que los estados cuentan. Para empezar, la telefonía ha impuesto la barrera tecnológica del roaming, peor que cualquier aduana, pero es digno de estudio cómo en cuestión de metros Francia se nos impone más allá de una realidad administrativa. Allí las caras son distintas, los periódicos más gratos de leer, los mostachos parecen alsacianos y el hojaldre es quebradizo y exacto como una pasión.
Este agosto Pujol parece moverse por un sistema de pasadizos entre las tres casas familiares en la Cerdaña, comarca gerundense de un aire tan delicado que cuando uno baja del coche a echar gasolina siente que ya ha olvidado su vida anterior. Es como un episodio de Heidi, pero conduciendo los coches de Tony Soprano.
La casa de Josep Pujol Ferrusola está en Latour-de-Carol, suelo francés. Es la propiedad más espectacular de la localidad. Tiene un aire a la mansión de Rebeca. Cuentan que durante la guerra fue un lugar de reclutamiento y se dice que hay fantasmas, de los de Iker Jiménez y de los fiscales.
Cuando la prensa llega a un sitio así los vecinos empiezan a limpiar las ventanas, locos por no contar nada. Pero todo era un secreto a voces y los cicloturistas paraban a hacerse fotos. La casa, cerrada a cal y canto, sólo enseña una bandera estelada (independentista) donde la barbacoa. La fotógrafa mandó soplar al cronista a ver si la podía hacerla ondear para la foto. Los lugareños hablan con respeto y comedimiento del dueño, «alguien educado y sencillo». Cuando uno entra y sale de Francia por allí se da cuenta de que los estados cuentan. Para empezar, la telefonía ha impuesto la barrera tecnológica del roaming, peor que cualquier aduana, pero es digno de estudio cómo en cuestión de metros Francia se nos impone más allá de una realidad administrativa. Allí las caras son distintas, los periódicos más gratos de leer, los mostachos parecen alsacianos y el hojaldre es quebradizo y exacto como una pasión.
Las casas de los Pujol en la Cerdaña tienen un rasgo en común: en cualquiera de ellas caben todos los Pujol. Son casas unifamiliares en sentido amplio. Quizás la menor sea la de Oriol en Urús, una pequeña localidad, ya en España, que se ha desarrollado casi a ritmo convergente. Hace unas décadas era el último pueblo de la Cerdaña. Al principio había pocas familias (asentamiento patricio), lo que se llamó el Clan de Urús (Anna Birulés y el ministro Piqué entre otros) y con los años fueron llegando burgueses sobrevenidos, una nueva capa de adinerados convergentes. Obviamente, los Pujol tenían que dejar su nombre en el Catastro.
Urús es una urbanización perfecta con tejados de pizarra en la que sólo se oye lo que ponen en los casetes de los locales de masaje. Una mezcla divina de rumor de agua, silencio y pajarillos armoniosos. Señores con aspecto de poder hablar varias horas sobre cláusulas del Estatut giran su rotonda en bici y una señora anciana con pinta de haber besado a Tarradellas pasea apoyada en su bastón.
Oriol tiene una casa junto a la de Sergi Alsina, implicado en el caso de las ITV. Hasta comparten garaje. Bueno, oye, cosas de chicos. Lo peor de lo paredaño es lo del anuncio: «Cómo se les ocurre ponerse a hacer obras a estas horas». Unos matrimonios paredaños ya pueden hacerse facturas.
Seguir leyendo: Click