PEPE CAMPOS
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid.
Domingo, 23 de marzo de 2025. Primera corrida de toros de la temporada madrileña. Serio encierro cinqueño de Adolfo Martín. Dos tercios de entrada. Tarde fría en el estertor del invierno.
Toros de Adolfo Martín (encaste Santa Coloma, línea Albaserrada), muy bien presentados, de bella lámina y cabeza, cinqueños (2º, 4º y 6º, a punto de los seis años), serios, cárdenos, corniveletos y buidos. Largos (2º y 5º). De distinta condición. Algunos de poco recorrido (1º, 4º y 6º). Primero, astifino y flojo. Segundo, fino y bravo. Tercero, manso. Cuarto, muy abierto de cuerna, un pavo. Quinto, duro. Sexto, corretón, de corta embestida.
Terna: Rafael de Julia, de Torrejón de Ardoz (Madrid), de tabaco y oro; veinticuatro años de alternativa; cuatro festejos en 2024; pitos y bronca. Damián Castaño, de Salamanca, de grosella negra y oro, con cabos blancos; doce años de alternativa; diez festejos en 2024; ovación, y ovación que recoge la cuadrilla, tras un aviso. Adrián de Torres, de Linares (Jaén), de gris claro y oro; doce años de alternativa; silencio y silencio tras aviso; un festejo en 2024. Damián Castaño fue corneado por el quinto toro durante la faena de muleta, en una cogida de dos trayectorias en el muslo izquierdo de 15 y 10 cm; de pronóstico grave.
Suerte de varas. Picadores: Primer toro —Héctor Vicente—, primera vara, detrás de la cruz, con metisaca, el toro se desentiende; segunda vara, en la cruz, el toro no empuja y sale rápido. Segundo toro —José Adrián Majada—, primera, detrás de la cruz, le pega, se acuesta por el pintón izquierdo, se encela, sale al capote; segunda, detrás de la cruz, va de largo, le pega, empuja menos, sale al capote. Tercer toro —Juan Francisco Romero—, primera, detrás de la cruz, le pega; segunda, muy de largo, detrás de la cruz, le pega, sale suelto. Cuarto toro —Aitor Sánchez—, la primera, detrás de la cruz, le pega duro; la segunda, detrás de la cruz, le tapa la salida, le pega fuerte, no empuja, sale al capote. Quinto toro —Javier Martín—, la primera, marra, detrás de la cruz, le aplica mayonesa y sale suelto; segunda, detrás de la cruz, le pega muy duro, sale al capote; tercera, detrás de la cruz, para quebrantarle más, le pega, sale al capote. Sexto toro —Manuel J. Ruiz ‘Espartaco’—, la primera, al relance, caída, le tapa la salida, sale al capote; la segunda, de lejos, trasera, le pega, le tapa la salida y sale suelto.
Había ganas de ver toros. La entrada alcanzó los dos tercios del aforo. Muy buena predisposición en el público durante el festejo. A la llegada, fuimos testigos de que cómo en la explanada de Las Ventas se mantienen las obras del metro, sin que parezca se haya avanzado mucho hacia su finalización tras varios meses de haber comenzado. En la misma entrada del recinto se vivió el ridículo —se supone que por cuota— de escuchar a treinta antitaurinos —algunos de ellos del partido político Podemos— gritar a dos palmos de los asistentes al festejo, según transitaban amigablemente —quince mil personas—, eslóganes de auténtico valor democrático y humanístico, como pueda serlo: «Esta plaza la vamos a quemar». Lindezas del sistema. ¡Y menos mal que no lo hicieron! ¡Por Dios! Una vez dentro del coso hubo que evitar vías de acceso que estaban en obras —como si el invierno no hubiera ofrecido su tiempo—, con vomitorios cerrados y una imagen de abandono deprimente. A pesar de este panorama negativo, por el estado y valoración de la plaza de toros de Madrid y de sus moradores, nos llevamos la grata sorpresa de un cambio significativo, al escuchar que el pasodoble que ameniza el paseíllo de los toreros, no era otro que «Gallito» de Santiago Lope, que sustituía al sempiterno, tras muchas temporadas, «Plaza de las Ventas» de Manuel Lillo, ¡que convertía a los aficionados que asistían a las corridas, tarde tras tarde, en tabiques sordos! Tras esta fantástica novedad sonora, más de un aficionado recuperará este sentido tan fino, afín a percibir la música, las gratas palabras y el mugido de los toros.
Si entramos en las cuestiones taurinas de por sí, creemos pertinente mencionar que desde la Asociación de El Toro de Madrid, el viernes 21 de marzo, se recordó, mediante carta, a distintos organismos gestores y supervisores de los festejos de la plaza de Madrid que la suerte de varas es un pilar fundamental de las corridas de toros y que debe realizarse a favor del toro y del festejo. Que no debe ser un mero trámite como parece se va convirtiendo temporada tras temporada, en verdadero declive de su protagonismo y ejecución. Viene a ser un escrito que debiera ser publicado (y repartido) para recordatorio y conocimiento de todos los aficionados que puedan vivir una corrida de toros, por su valor didáctico y como guía de seguimiento. No es el lugar de recrearnos en cómo debe realizarse la suerte de varas según establece la Asociación de el Toro de Madrid, pero sí debemos recordar una línea de su misiva: «El ganadero no cría un toro y los espectadores no pagan la entrada para ver al picador hacer de matarife». La distancia desde donde debe acudir el toro, la llamada del picador, el modo de tirar el palo, la colocación de la puya en el astado —el morrillo—, ‘la dosificación y medición del castigo’, el número de entradas, las condiciones de los caballos y la función de los monosabios; todo ello y su vigilancia establecen que el toro llegue a la faena de muleta con pujanza, una vez observada su bravura, para bien de su juego y facilitarse así el mejor resultado artístico de los posibles. Luego ya estarían los restantes valores de la lidia, del trabajo del matador con la muleta y de la utilización del estoque en la suerte de matar. Ahora bien todo gira alrededor de la suerte de varas y de su eficaz desarrollo. Es una oportuna advertencia por parte de La Asociación de El Toro de Madrid iniciado el año taurino. Veremos qué caso se hace de ella.
Para empezar, ayer tarde, sí vimos que los picadores quisieron colocar mejor la puya, incluso, en ocasiones, los lidiadores pretendieron poner adecuadamente a los toros, a una distancia conveniente. Si estos apartados fueron positivos, no lo fueron tanto la dureza de las mismas varas, pues a los toros de Adolfo Martín se les pegó en exceso y con tino y se les tapó, en demasiadas ocasiones, la salida. La corrida peleó desigualmente en el caballo. Algunos toros empujaron, no demasiado, o se encelaron (2º), y salieron muchos al capote de los toreros. Todo esto convirtió la corrida en un espectáculo atractivo, a pesar de que la bravura de los toros no destacara en demasía, principalmente, por falta de acometividad y fuerza. Aún sí, todos los toros tuvieron su lidia e interés. Todos vendieron cara su vida, tuvieron aspereza y seriedad. Como cercanía a la bravura, pensamos que el segundo, de nombre Arenero, si no se hubiera acostado en el caballo podríamos denominarlo de verdaderamente bravo. En la muleta, más adelante, éste toro mostró embestidas intensas, con un pitón izquierdo que acometió con fiereza, largura y potencia. Damián Castaño, su matador, le planteó batalla sincera, corriéndole la mano, en numerosos pases con acierto, desarrollo y remate. Habría que recordar, por otra parte, que tanto Damián Castaño como Adrián de Torres —no Rafael de Julia, por su ineptitud— por el mero hecho de haberse medido con gallardía, a una corrida seria como la de Adolfo Martín, habría que elevarles como toreros de mayor valía —a pesar del fallo con la espada de ayer— que otros muchos de sus compañeros que sabemos no van a medirse nunca a verdaderos toros de lidia —como los Adolfos— al poseer trapío, fortaleza, riesgo y autenticidad. Creemos que es necesario situar a los toreros que se miden a los toros difíciles y con mayor peligro por encima de aquellos que sólo se las ven con el toro mascota, declinante y claudicante, aborregado, que tantas tardes sale a las distintas plazas de toros del mundo. Esta distinción hay que hacerla, y dicha valoración aplicarla. ¡Y que cada palo aguante su vela!
Un extenso borrón tuvo la corrida y fue la actuación de Rafael de Julia. Se le vio incapaz, sin moral y sin recursos. Naufragó. No dejó ver a ninguno de sus dos toros. En su primero, que se le revolvía, no supo aplicarle una lidia meritoria, renunciando a pasarle en cuanto el animal le recortó un ápice en su imaginario despliegue de la muleta. Se sucedieron los pinchazos, en la suerte natural y en la contraria, más un bajonazo infame y un descabello. A su segundo toro, ni siquiera le mostró la muleta. No podía con el astado. Con la espada volvieron los pinchazos bajos (contamos ocho), antes del sablazo bajo final, más seis descabellos, en un ataque de la suerte que podríamos describirlo como en diagonal.
Si la actitud de De Julia fue la desidia, la de Damián Castaño fue la entrega y la disposición. La noche y el día. Así, Damián Castaño, en el segundo toro de la tarde, el de mejor condición, a pesar de su seriedad —y tener seis años—, toreó por ambas manos con verdad y algo de desigualdad. Con anterioridad con el capote llevó largo al toro hasta los medios, ahormándole la embestida. Aquí el astado obedeció y mejoró. Inició el trasteo de muleta perdiendo terreno ante el toro, que se lo comía. Después en redondo alternaron pases completos y pases cortos, sin llegar a redondear. Todo ello en terrenos del seis. En el tercio. Faltaba algo de dominio por querer hacer un toreo de parón, digamos que distinguido. Cuando se puso más de verdad con la izquierda consiguió verdaderos pases al natural, algunos largos y rematados. El mejor el último de ellos, más los de remate al natural que cerraron la faena hacia tablas, con un último pase logrado, curvo, templado y rematado por abajo. Después con la espada, en la suerte natural, un pinchazo y un bajonazo. En el quinto toro —muy cuajado—, no consiguió lucirse con el capote. En la muleta, en terrenos del nueve, le intenta llevar largo con la diestra, con exposición y valentía. Algunos de ellos encomiables por el coraje mostrado. El torero se fue creciendo. Al natural, fue cogido por no rectificar el terreno cuando tenía el triunfo en la mano de haber dominado al toro. Le llevaron a la enfermería. Una lástima, pues tenía en la mano un triunfo y el hecho de haber redondeado una actuación digna y valerosa. La dureza de la vida. A este toro lo mató de mala manera Rafael de Julia.
Adrián de Torres estuvo toda la tarde muy dispuesto, bien colocado e intentando templar a dos enemigos que se negaban a pasar. Su labor en el tercero fue más lucida. Sacó muletazos a pulso, templados, mandándole al astado. El toro se quedaba corto. Se lo pasó muy cerca. Debió administrar la faena y no haberla alargado. Mató de estocada baja, tras aviso. En el sexto, toreó de inicio a la verónica —como en el tercero—, pero sin efectividad, ante toros que no se prestaban al toreo artístico porque necesitaban ser llevados a lo largo. Con la muleta, tuvo una actuación similar a la de su anterior toro. Meritoria colocación y mucha templanza. Pero el toro no pasaba y debió aplicarle brevedad a su tarea. Este defecto restó importancia a su cometido y le llevó a perderse en un sinfín de pinchazos, anteriores a un descabello final.
Asistimos a buenas lidias de Juan Sierra, Rubén Sánchez, Iván García y Ángel Gómez. En banderillas sobresalieron Juan Sierra e Iván García.