miércoles, 19 de marzo de 2025

Montaigne



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Montaigne ya no es más que el nombre de una piñata mediática. Pero ¿cómo se pronuncia ese nombre? Lampedusa aclara que, en francés antiguo, la palabra “Montaigne” se pronunciaba, al principio, “Mentagne”, y luego, con la evolución ortográfica, “Montagne”. Montaigne se presentaría como “Montagne”, aunque hoy habría de hacerlo como “Montegne”. La prueba, dice Lampedusa, son los taxistas parisinos: pidámosles que nos lleven a la “avenue Montagne” o a la “avenue Montegne”, y a ver cuál de las dos direcciones entienden.


En su libro “¿Dónde se encuentra la sabiduría?”, Harold Bloom quiere ser original comparando a Montaigne con Freud. Con idéntico propósito de originalidad, Bloom compara en el mismo libro a Franco con Stalin y Mao, pero escribir que “el totalitario Platón establece en ‘Las Leyes’ el prototipo para Franco, Stalin o Mao” no pasa de ser una melonada indigna de un lector de Montaigne, maestro del “correlativo objetivo”.


Montaigne, antes que un ideólogo, es un estilista. ¿Acaso el propio Montaigne no es de la opinión de que morir por una idea es conceder excesivo valor lógico a las conjeturas? De las ideas de Montaigne afirma Lampedusa que, si hubieran sido expresadas por un “idéologue”, nadie las recordaría ya, pues “la única droga que embalsama por los siglos de los siglos la momia de las ideas es el estilo”. ¿“Estilo”, hemos dicho? ¿Y cómo se nos ocurre hablar de frailes, habiendo epidemia en Madrid?


“¿Qué sé?” (“Que sais-je?”), es la idea más famosa de Montaigne. ¿Y qué sabemos de Montaigne? Que fue escéptico y egoísta, aunque razonable. Alfonso Reyes lo pone como ejemplo de esa especie de desamor que acompaña siempre al egoísmo: “Su yo es centro atractivo de una sociedad de inteligencias.” Montaigne, que censura ácidamente la inconsistencia femenina para la amistad –no hay mujeres en Montaigne–, sólo amó a su padre y a su amigo Étienne de la Boétie, a quien perdió a los treinta años. Para protegerse de la melancolía acudió a la sabiduría, “inventando” el librepensamiento: descreyó de la fe del mismo modo que de la razón, y en esto, según la muy aguda observación lampedusiana, es superior a sus seguidores de la Ilustración, que sólo eran libres para ir por la izquierda.


¡Montaigne! Con treinta y ocho años, Montaigne lo deja todo para ir freudianamente en busca de su yo. Una de las famosas cinco firmas de Shakespeare se encuentra en un ejemplar de los “Essais”. Sainte-Beuve imaginó el funeral de Montaigne seguido de un cortejo formado por todos los escritores de Francia: del pasado y del porvenir.