Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Dostoyevski cumple hoy doscientos años.
Si la literatura fuera seria como la música, antes de sentarnos a escribir una novela, leeríamos, para coger ritmo, unas páginas de Dostoyevski (no como Stendhal, que leía el Código Civil, o los novelistas españoles, que leen editoriales de “El País”), y el Hado aprovecharía ese instante para quitarnos de en medio como a Wertheimer (“El Malogrado” de Thomas Bernhard), que se ahorcó porque tuvo la desgracia de oír al genio de Glenn Gould tocar en el Mozarteum las Variaciones Goldberg.
–La fatalidad de Wertheimer fue haber pasado ante el aula treinta y tres del primer piso del Mozarteum en el momento en que Glenn Gould tocaba, en esa aula, la llamada “Aria”.
Nuestra fatalidad, pues, es no habernos detenido a tiempo a leer a Dostoyevski, que nos redime de este mundo garbancero, donde los pultofagónides de la Cultura nos comen como sabañones, con dos fogonazos de magnesio: el sueño de Dresde y el inquisidor de Sevilla.
Ante el cuadro de Lorrain en Dresde sueña Dostoyevski que Europa no sabe nada de su hombre futuro: “Se ha creado entre nosotros, en el curso de los siglos, un tipo superior de civilización: el de sufrir por el mundo. Ése es un tipo ruso. No somos más que un millar, pero toda Rusia no ha vivido hasta ahora más que para producirlo”.
Y en Sevilla, por boca del inquisidor, nos reduce a zampabollos (artófagos) de la servidumbre: la humanidad nunca buscó la libertad y nunca lo hará; es demasiado débil para soportarla. No busca libertad, sino pan, pero no el pan divino, sino el terrenal.
–¿Ves estas piedras del desierto? Conviértelas en panes y detrás de ti correrá la humanidad como un rebaño agradecido. Pero tú –el Gran Inquisidor apabullando al Cristo– no quisiste privar al hombre de libertad y rechazaste la proposición, pues ¿cómo puede hablarse de libertad, razonaste tú, si la obediencia se compra con pan?
En vista de lo cual (¿puede el hombre vivir sin creer en Dios?), siempre nos quedará la horca de Wertheimer.
[Jueves, 11 de Noviembre]