lunes, 7 de octubre de 2013

El día de la Décima



Exvoto a San Sebastián, de Ángel Zárraga


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Después de ver a El Cid el viernes en Madrid, cuesta emocionarse con el Madrid de Carletto que vimos el sábado en Valencia, aunque todo indica que estamos ante una puesta en escena de lo que va a ser la conquista definitiva de la Décima por la vía de un caos delbosquista.

    Ensayamos la agonía, ensayamos la épica, ensayamos la potra y ensayamos la fiesta de Cristiano marcándose un San Sebastián a la luna de Valencia que hubiera merecido el epigrama de Manolo el del Bulto (el padre de Manolo Caracol) a la locomotora que le había traído de Sevilla y que en el andén de Atocha le agredió con un resoplido de vapor:

    –Esos cojones, en Despeñaperros.
    
Que en Despeñaperros, quién iba a decírnoslo, hemos convertido al Atleti de Diego Costa, un Ronaldo de los chinos que en el Mundial de Brasil podría sacar a la Roja de pobre con su acreditado señorío.

    La única versión optimista que se me ocurre sobre el Madrid de Carletto es la del ensayo del día de la Décima, que seguramente venga de un golpe de suerte, semejante al golpe de hoz de los patriotas de Xavi en el folclore catalán.
    
La celebración, fuera de lugar (y de tiempo), por Cristiano del penalti de Muñiz en Elche y del gol culero al Levante de Caparrós en Valencia tiene que obedecer a un plan, o carecería de sentido.
    No digo que sea fea esa forma de ganar a Caparrós y al Levante: de hecho, a mí me parecería una magnífica representación de la justicia poética, si hubiéramos venido de darle el habitual repaso al Atleti.

    Tampoco niego el mérito del gol postrero (nunca mejor dicho: por tiempo y por espacio): se necesita un culo como el de Marilyn (dos títeres peleando bajo una sábana) para desviar con semejante acierto la bala de cañón de Cristiano, cuyo desnudo, de una sicalipsis digna del “Cantar de los cantares”, salpicado con planos de un Carletto desatado en el banquillo, me transportó a los felices días del cine de sesión continua, con película de Sergio Leone en el Oeste de Almería y película de Ugo Tognazzi con desnudo pectoral de Faye Dunaway o Agostina Belli.
    
En provincias va a cundir la idea de que hay que ir a ver al Madrid, no por lo que juega, sino por lo que enseña la estrella, que, como en la época del destape, al final de un argumento absurdo, siempre son las tetas.

    –Yo me desnudo por exigencias del guion –se justificaban las vedettes.

    Después de tres semifinales perdidas por la flor, el guion es… la flor.
    
Por la flor arbitral de Stark se perdió la primera. La segunda se perdió por la flor astral de Sergio Ramos, que tiró el penalti apuntando al oso de Cajamadrid en las Torres de Europa. Y por la flor de medio equipo en Dortmund se perdió la tercera.

    Ahora, con tanto repetir que con la flor de Del Bosque se ganaban orejonas, el madridismo ha asumido que del caos futbolístico delbosquiano renovado por Carletto saldrá el Edelweiss de la Décima.

    Y quien busque sublimidad, que hubiera ido el viernes a Las Ventas a ver a El Cid.

 El nido de la sierpe


LA MEDIDA DEL MADRID

Para el madridismo, la medida de todas las cosas no es el hombre (“Homo Mensura”, nos decían en la escuela), sino Europa: el caballo de Santiago era blanco y no podemos transigir ni con que fuera tordo. Por eso las puntas de sus estrellas, desde Di Stéfano hasta Cristiano, se miden en Copas de Europa. Casillas, por ejemplo, será el mejor portero de la Historia (como pretende el tabarrón mediático) para la Roja, donde los títulos lo avalan, como avalan a Juanito Alonso (cinco orejonas) como mejor portero de la Historia para el Madrid. Pero el pipero es muy de estar asistiendo a un momento histórico único y de sentirse parte importante de un plan.

Bonanza