jueves, 3 de agosto de 2023

El mito de la naturaleza pura



Dalmacio Negro


El mito de la naturaleza pura es seguramente fundamental para entender buena parte del pensamiento moderno, la cosmovisión progresista, la politización y la crisis actual


La política se relaciona inevitablemente con la religión y la naturaleza pura es un concepto influyente en la teología moderna que afecta a la concepción de la política. Con esta categoría teológica pasa lo mismo que con la vulgarización de la teoría de la relatividad que ha popularizado la creencia en que todo es relativo, incluida la verdad. La diferencia es que como la naturaleza pura es un concepto complejo y poco conocido no se menciona, aunque funge como un mito político en el subconsciente colectivo, que tiene sin duda bastante que ver con la confusión de los conceptos políticos y el desorden político y social existente.

El propósito de esta nota es llamar la atención sobre los efectos políticos de esa discutida categoría teológica y filosófica —a la verdad bastante confusa para quienes no tenemos formación teológica—, señalando algunos aspectos más o menos influidos o relacionados con ella.

1.- La idea de la naturaleza pura sugiere por lo pronto que la Naturaleza existe por su propia virtud o por azar y la posibilidad de que hayan existido espontáneamente seres humanos meramente naturales. Hombres que no estuviesen llamados a un fin sobrenatural, lo que se conoce como la visión beatífica de Dios. Simplificando: la Naturaleza puede no haber ha sido creada por un Ser Superior; existiría por sí misma, como viene a sostener la concepción radical del evolucionismo. La idea de Dios, o dioses, deviene innecesaria, sobra.

En lo que concierne a la naturaleza humana, la naturaleza pura sería un estado en el que el hombre posee todo lo que pertenece a su esencia, todo lo que necesita para el ejercicio de sus facultades, todo lo que es preciso para una vida coherente y para alcanzar un fin proporcionado a su naturaleza. Presupone que  tanto la gracia como los dones naturales que se dicen recibidos del Dios cristiano son propiedades inherentes a la naturaleza humana puramente biológica. Algo así como el «Seréis como dioses», pero excluyendo la idea de lo divino o la intervención de la divinidad [1]. Una idea consciente o inconsciente,  muy corriente hoy en día, que fundamenta la indiferencia religiosa, el ateísmo o el nihilismo con las consiguientes consecuencias políticas.

2.- Tomás de Vio, más conocido como cardenal Cayetano (1469-1534) por haber nacido en Gaeta, ciudad del reino de Nápoles, planteó la posibilidad de la naturaleza pura al interpretar el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, bovem mutum, el buey mudo «apóstol de la verdad», atribuyéndole la afirmación de que existe una «naturaleza pura» [2]. Cayetano no desarrolló el concepto (hay quien dice que sí lo hizo el cardenal Belarmino, amigo del español Francisco Suárez). El problema consiste en que esa naturaleza sería lógicamente  independiente de lo sobrenatural vinculado tradicionalmente a la Naturaleza, especialmente a través de la naturaleza humana [3].

«Europa, durante dos siglos, ha aprendido metafísica en Suárez, pero no la metafísica de Suárez”, decía Julián Marías. Francisco Suárez (1548-1617) estudió a fondo el contenido de la expresión  naturaleza pura y propagó la idea en la escolástica jesuita y en el pensamiento moderno en general. [4] Una de las dos tendencias metafísicas principales del racionalismo cartesiano descritas por Augusto del Noce y Juan Carlos Moreno Romo, [5] la del racionalismo subjetivista que dio primacía a la res extensa desplazando progresivamente al Dios bíblico de la res cogitans, tiene seguramente mucho que ver con la tesis cayetanista de la Naturaleza pura. [6]

3.- El sefardita portugués Baruch, Benito, Espinosa (1632-1677) figura principal de la tendencia que privilegió la res extensa, equiparó el Dios personal de Descartes con la Naturaleza en el Libro IV de su Ética demostrada geométricamente, en la fórmula Deus sive natura sive substantia (Dios o la Naturaleza o la sustancia). La equiparación contribuyó, sin duda, a que acabara pasando la Naturaleza interpretada  por la filosofía y la ciencia natural al primer plano y a que la cultura cuantitativa desplazase a la cultura cualitativa tradicional [7].

3,1.- La naturaleza pura sugirió también a Hobbes (1588-1679), lector de Suárez, al que ataca y sigue sin mencionarlo en muchas ocasiones —«escondida influencia, público rechazo» comenta Bartomeu Forteza—[8], la doctrina del estado de naturaleza en que luchan todos contra todos. Otro gran mito, del que es deudor desde entonces gran parte del pensamiento político, inducido del teológico de la naturaleza pura para inventar un gobierno científico, el Estado, capaz de garantizar la vida y la seguridad de la propiedad. Artificio constituido contractualmente, origen de la doctrina política contractualista que sigue vigente.

3,2.- John Toland (1670-1722) proclamó poco después que, en la religión, no hay misterios. Se describió luego a Dios como un “Gran Arquitecto”; apareció  la idea de la religión natural por ejemplo Hume– en la Ilustración; empezó a considerarse la religión un mecanismo psicosocial y cultural de transmisión de prejuicios y un engaño del sacerdocio;… El prusiano Kant recondujo finalmente la metafísica —«la perspectiva señorial de la vida» (Nieztsche-Schubart)— al «seguro camino de la ciencia» y potenció la moral frente a la religión. Y nada es tan contrario a lo que se denomina religión como lo que se denomina moral decía Péguy. «Desde Kant, la filosofía  se ha transformado en ciencia del conocimiento; en vez de ser ciencia de la vida, enseña no a ser sencillamente, sino a ser conscientes. Es antinatural, y precisamente por ello adecuada al europeo, porque la moderna cultura occidental va contra la naturaleza. Y tiene conciencia de ello» [9].

3,3.- Después de la revolución francesa, transformó Comte a Dios en un abstracto “Gran Ser” y Marx, admirador de Espinosa e influido por Feuerbach, escribió en los Manuscritos sobre economía y filosofía: «Un ser no se considera independiente si no es dueño de sí mismo y sólo es dueño de sí mismo cuando su existencia se debe a sí mismo. Un hombre que vive en favor de otro se considera un ser dependiente. Pero vivo totalmente del favor de otra persona cuando le debo no sólo la conservación de mi vida sino también su creación; cuando esa persona es su fuente (…) Pero como, para el hombre socialista, el total de lo que se llama historia del mundo no es más que la creación del hombre por el trabajo humano y el surgimiento de la naturaleza para el hombre, éste tiene, pues, la prueba evidente e irrefutable de su autocreación, de sus propios orígenes (…) El comunismo es la fase de la negación de la negación y, en consecuencia, un factor real y necesario en la emancipación y rehabilitación del hombre para la siguiente etapa del desarrollo histórico» [10].

4.- Decía Carl Schmitt: «toda idea política adopta una actitud determinada frente a la “naturaleza” del hombre y presupone que el hombre es «bueno o malo por naturaleza». Maquiavelo lo describió como malo desde el punto de vista político. Marx denunció la religión y el capital como un obstáculo para recuperar la bondad natural del hombre y Nietzsche, dándose cuenta de que la palabra Dios empezaba a ser un concepto sin contenido, anunció finalmente la muerte de Dios: Gott ist Tot! [11] Ocultamiento de Dios decía Von Balthasar, Dios en el exilio prefiere decir Manfred Frank [12]. La situación actual está determinada por los últimos rescoldos de la Ilustración europea del siglo XVIII. Momento histórico caracterizado por el alejamiento de lo religioso, que suele aparecer cuando una cultura llega a su apogeo y comienza su decadencia.

5.- El gran teólogo Romano Guardini decía de la «naturaleza pura», que es «un estado inventado por el hombre al que la cultura le ocasiona molestias» [13]. Situación coincidente con las tesis gnósticas de que es malo todo lo creado, en las que encaja perfectamente la tesis de la naturaleza pura, que recuerda, por otra parte la teología musulmana y el hombre natural de Rousseau.

En efecto, la naturaleza pura sugiere que la sola naturaleza puede conocer y llegar a Dios sin la gracia, la ayuda de Dios. La naturaleza y la gracia son, ciertamente, distintas. Pero se unen de manera admirable, dice Urs von Balthasar, al estilo de la unión hipostática en Jesús.  Julián Marías diría seguramente, que la cuestión gira alrededor del hecho de que «el hombre no es naturaleza, pero tiene naturaleza». Y por supuesto, en torno al pecado original. Entre otros motivos por ser el origen de la conflictividad [14]. Rousseau, calvinista  angustiado por el pecado original, había intentado eliminarlo dando paso al pensamiento ateiológico que supera el ateísmo, mera negación de Dios. Negando la idea misma de lo divino y lo sagrado, proponía  una suerte de islam sin Allah.

6.- La naturaleza pura sugiere también la posibilidad de la «razón pura». El igualitarismo, parejo a la invención moderna del individualismo, es  una consecuencia del aislamiento del alma por la separación protestante entre la fe pura y la razón pura, que implica, en cierto modo, la de lo sobrenatural y lo natural, entre el hombre exterior y el hombre interior, culminada con la negación de la transubstanciación en la Eucaristía («acción de gracias»), que significa y realiza al mismo tiempo la unidad de los creyentes  formando un solo cuerpo en Cristo.

No, ciertamente, como «el Cristo colectivo» de toda la Humanidad del jesuita Teilhard de Chardin (1881-1955), “ni científico ni teólogo: poeta”, según su hermano de orden, el astrofísico Manuel Carreira [15]. Figuración de Cristo que recuerda el Gran Ser de Comte. La Parousía o Retorno de Cristo era para Teilhard, quien rechazaba, según el testimonio de Dietrich von Hildebrand, lo sobrenatural como un invento de San Agustín, el término de la evolución darwiniana de la Humanidad [16].

7.- En suma, el mito de la naturaleza pura es seguramente fundamental para entender buena parte del pensamiento moderno, la cosmovisión progresista, la politización y la crisis actual. Por lo pronto, la emancipación de origen ilustrado y kantiano y el homo homini deus, son claves del progresismo revolucionario y revolucionarista que cuestionan el orden político y ponen el peligro el auténtico progreso [17]. Pues, como decía Whitehead “The art of progress  is to preserve order amid change and to preserve change amid order”. Sin embargo, «la bondad de la naturaleza “pura” y de lo natural se han consagrado como la religión de nuestro tiempo», dice F. Schirrmacher [18]. Un tiempo que anhela la perfectibilidad [19]. Lo prueban la búsqueda cientificista de la inmortalidad natural, prescindiendo obviamente del alma, como en el caso de la criogénesis o la propaganda del aborto y la eugenesia, y la moda del transhumanismo, caros a la ideología tecnicista  del americanismo representado por Biden.

Escribe Hans Urs von Balthasar: «Abandonando esta hipótesis inútil y peligrosa de una naturaleza pura, se elimina sencillamente la idea obsesiva de una perfectibilidad del hombre (individual y social) dentro del mundo y de que, como liberados de una molesta camisa de fuerza, podemos de pronto exclamar de nuevo: ¡Algo sigue abierto ante nosotros!» [20]. Son  consecuencias del anhelo de la perfección: la negación  de la fe religiosa y su sustitución por la fe en  la ciencia, la sustitución del saber —cuyo objeto «no es la objetividad ni el ser. El objeto del saber es la realidad» (X. Zubiri)— por el conocimiento como un absoluto, que sustituye al pensamiento. «El conocimiento sin sabiduría es una doble locura», advertía Gracián. Cualquiera puede tener conocimientos, el arte de pensar es en cambio muy escaso en la Naturaleza, decía Federico el Grande. La consecuencia más grave es que la mitificación de la naturaleza pura transfiere a lo sobrenatural las cualidades de lo mítico, al separarlo de lo natural y determina el triunfo del principio de inmanencia sobre la trascendencia. Suprime, por ejemplo, la concepción  tradicional de la legitimidad cuyo soporte es religioso —el poder viene de Dios—, y deja en libertad  al poder, como una cosa que se adquiere y se utiliza para dominar a los demás. Lo vislumbró Michel Foucault (1926-1984) al afirmar que muchos políticos actuales tienen un concepto modernista del poder.

 

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