Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Decíamos ayer que el general Jacques Massu tuvo el valor en Argelia de dejarse torturar por ver qué sentían sus torturados, pero que Jordi Pujol no ha tenido en Cataluña el detalle de dejarse cobrar una cena (¡ni un café!) por ver qué sienten sus esquilmados.
–¡Cómo una familia ha podido amasar tantos millones! –bracea el portavoz de los peperos catalanes.
Pues ahorrando, buen hombre. Ahorrando.
Todo lo cual indica que aquí la corrupción no es ocasional, sino constitutiva, o sea, de sistema, resumido en sus memorias por Barras, el jefazo del Directorio: “La pobreza es una idiotez; la virtud, una torpeza; y todo principio, un simple expediente”.
–El mundo, en el mismo borde de la catástrofe, era muy brillante –escribe Churchill de la víspera de la gran guerra del 14–.Todos formaban parte, de un forma segura, de un inmenso puente colgante. El viejo mundo en su ocaso era muy hermoso de ver.
La corrupción española tiene mucho parecido con aquella inflación alemana de después de la catástrofe: la dimensión de sus disparates, dice Canetti, preparó las tragaderas que harían posible la catástrofe definitiva.
Al rescate vienen los politólogos de Podemos, esos socialdemócratas de Estado salidos de los recreos de la Complutense, que figura como Universidad, aunque no se encuentre en ningún ranking.
De los recreos del Ramiro de Maeztu salen roqueros y de los recreos de la Complutense salen politólogos como el joven Errejón, creador del “leninismo emocional” (¡ay, si le coge la momia!), y el viejo Monedero, creador del “leninismo amable”, versión progre (Monedero va de Valentín González, El Campesino, pero es un pipero de “El Avión” en Hermosilla) del cuento del lobo y los siete cabritos.
Monedero propone, sin saberlo, la solución para la corrupción: una moneda nueva para el Sur. Ni euro, por merkelón, ni peseta, por franquista. Otra. ¿Qué tal la rupia toledana? Coger los euros de Pujol y convertirlos a rupias toledanas.