miércoles, 2 de agosto de 2023

Barbie y la colonización por EEUU de la izquierda española


 

Javier Bilbao

 

Ha costado 150 millones de dólares la campaña de márquetin de Barbie y no cabe duda de que han cundido. Supieron crear expectación en el público desde hace más de un año con toda clase de acciones promocionales y convirtiéndola en una moda de las redes sociales mediante eso que se conoce como astroturfing (es decir, dándole apariencia de movimiento de base y espontáneo), pero la clave de bóveda de toda su campaña, sin la que nada de lo anterior hubiera sido posible, fue muy clara: ocultar su trama. Uno veía sus tráileres promocionales y podía intuir una comedia romántica apta para el público infantil —no es para niños, adelantamos, aunque a sus autores les interese dirigirse a ellos—, un entretenimiento colorista y trivial, sentimental y simpático, con alguna moraleja convencional sobre la importancia de la amistad, del amor y de perseguir los sueños. Algo parecido a La LEGO película o Toy Story, para entendernos.

Así que allá fueron en el momento de su estreno padres incautos acompañando a sus hijas pequeñas, novios más o menos resignados de la mano de sus parejas («yo es que soy muy fan de Ryan Gosling», se autoengañaban) y muchas señoras rendidas a la baza de la nostalgia, pero… ¡Qué se fueron a encontrar todos ellos, madre mía! Echando la vista atrás el único evento publicitario que avisó con franqueza de lo que se venía resultó ser el preestreno en Madrid, un circo con sus mujeres barbudas y otros seres salidos de una pesadilla de David Lynch.

Ahora bien, hay un mérito que reconocerle a esta cinta y es que su contenido político no consiste en un par de insinuaciones ante las que levantar la ceja, no hay sutileza alguna en su mensaje que permita guardar las formas: es explícita y orgullosamente un panfleto feminista. No pretende ser ninguna otra cosa. Ni el progresista más intelectualmente limítrofe podrá hacer luz de gas señalando que estaríamos sobreanalizando lo que tan sólo es una película de muñecas Mattel. A sus creadores les importa un rábano tales juguetes, el maquillaje, los bolsos, zapatos y vestidos… todo aquello que, en fin, podríamos considerar convencionalmente femenino y que rodeaba a esta marca. No, ellos han venido a hablar del poder y la organización social, temas que a servidor le apasionan —a diferencia de los otros mencionados—, así que recogeremos el guante y analizaremos su argumento e ideología con al menos la mitad de seriedad con la que la película se toma a sí misma. Lo siento chicas, aquí llegan los señoros a hablar de política fumando puros, a pintarse las uñas a otro sitio.

La historia comienza recreando la escena más conocida de 2001: una odisea del espacio, pero en lugar de homínidos vemos a niñas entretenidas con bebés de juguete, cosa que las mantenía relegadas en el rol de la maternidad, según nos explica la narradora —dar los mensajes perfectamente masticados será una constante— entonces se aparece Barbie a la manera del monolito y las niñas pasan a destrozar los bebés a golpes. Ya sabemos: la biología no cuenta, todo es un constructo social y quienes señalan terraplanismo en los demás no reconocen su tabla rasa-ismo. Salvo que a un niño le dé por jugar con muñecas, entonces es que hay una niña atrapada en su interior y habrá que hormonarlo y mutilarlo. Una de las Barbies es transexual, por cierto, pero no adelantemos acontecimientos.

Pues bien, ahora las mujeres han sido liberadas por el ejemplo de este juguete que no incide en aquello tan opresivo que era la maternidad, sino en la sexualización de las mujeres en edad fértil, pero, prosigue la voz en off:«Barbie tiene su propio dinero, su propia casa, su propio coche y su propia carrera. Como Barbie puede ser lo que quiera ser, las mujeres pueden serlo igual (…) gracias a una Barbie todos los problemas del feminismo y la igualdad han sido resueltos… al menos eso es lo que las Barbies creen». Aparte de que, por fortuna, nuestros padres y abuelos no prefirieron tener bienes de consumo a descendencia aquí hay que plantarse y aclarar que la mayor parte de la gente no tiene «carreras», sólo trabajos.

Sea como fuere, acto seguido la narración nos traslada al mundo de fantasía de Barbieland, presentado como un matriarcado en el que las mujeres ocupan todos los trabajos y posiciones de poder, como la Casa Blanca y el Tribunal Supremo. Todas ellas viven solas —cada una en su casa, sin lazos familiares ni sentimentales— pero son muy felices porque no hay un solo día sin su fiesta con bailes. Por allá deambulan los Kens, mostrados cómo una clase inferior desocupada (solo playean) cuya existencia depende de lograr algo de atención de las Barbies, pero son bastante tontos y ridículos, así que estas no les hacen caso.

Entonces un nubarrón se cierne sobre este paraíso feminista cuando la protagonista comienza a tener pensamientos depresivos y a mostrar signos de deterioro físico.

(...)

¿Qué conclusiones podemos extraer?


Resulta llamativa la insistencia de este film desde su primer minuto hasta el último en despreciar la maternidad, la familia y toda relación entre hombres y mujeres (¡el sexo opuesto es el enemigo!) y si ampliamos el foco más allá de este caso concreto encontramos que es, exactamente, el mismo mensaje que propone la nueva versión de La Sirenita, la nueva versión de Blancanieves y buena parte de la producción audiovisual estadounidense desde hace al menos una década, que ya no parece proponer al espectador otra aspiración que el encierro narcisista en uno mismo, el aislamiento individual y la atomización social, pues todos los que te rodean sólo van a aprovecharse de ti o someterte. Estados Unidos es un país en decadencia que está perdiendo su hegemonía en el orden mundial y en consecuencia ve avivadas sus divisiones internas por cuestiones ideológicas e identitarias… un clima generalizado de resentimiento, suspicacia y agravio que finalmente, por lo que vemos, es lo que segrega también en sus producciones culturales pop.

Lamentablemente la izquierda española, lejos de marcar distancias, ha encontrado en toda la doctrina progre/woke de la academia estadounidense, el Partido Demócrata y Netflix los pilares de su nuevo credo político. Concretamente uno alienante, de subordinación a los intereses de otros. A menudo ya ni se molestan en traducir sus términos y nos encontramos cada día en los medios más destacados de nuestro país artículos sobre el mansplaining, el manspreading o cualquier otra ocurrencia de nombre anglosajón. Por ejemplo, ¿cuál ha sido la acogida en los medios españoles de Barbie? Pues para sorpresa de nadie una entusiasta, expresada con el servilismo habitual. Para El Diario es un «divertidísimo blockbuster feminista que el mundo necesita», para El Mundo un «misil contra el patriarcado» y para El País «la bandera popular (y política) del verano». Cómo no, por su parte figuras políticas como Yolanda Díaz se apresuraron a acudir a su estreno. A todo esto, ¿y el público qué opina? Pues esta distribución del voto [ver siguiente gráfica] lo dice todo —siendo 1 la puntuación mínima—. Nada más cabe añadir acerca de qué lado está la gente.
 

Leer en La Gaceta de la Iberosfera